Dom. May 19th, 2024
De izquierda a derecha, Angélica Minor, Ignacia Muñoz y Alva Daniela Escobar

José Luis Puga Sánchez

Ignacia Muñoz Barba sigue, empeñosa, su camino en el campo de las costumbres y tradiciones de la tierra que pisa. Le dijeron y le dicen que la suya debe ser la voz poética rural, la de los ecos en las praderas tlaxcaltecas, la de los campesinos, la del campo… y justamente eso hace en Tequezquital, el nuevo volumen de poemas que la escritora presenta a la sociedad.

Desde su primer libro, Texcal, nachita inicia con ese paso a pasito que fue apurando hasta convertirse en trote, instigada, empujada siempre por su mentor Ricardo Yáñez, desde aquella ocasión cuando tallereando en casa de nachita, vacilando ella en su oficio de poeta, Yáñez la saca al patio, le hace ver su cosmos vivencial y prácticamente la arroja al inacabable pozo de las letras, pero letras que manaran de su suelo, de su gente. Y nachita lo escuchó, lo aceptó y lo hace suyo.

Tequezquital en un surtidor de imágenes que muestra a una nachita en proceso de maduración, de encontrar ese signo propio. De aquel iniciático Texcal, donde obedece las instrucciones de ser la portavoz de los campesinos, ahora la poeta no queda en la puerta, penetra en la casa enorme de la pradera tlaxcalteca y encuentra sus historias.

En la Casa de la Nube, acompañada por Alva Daniela Escobar y por Angélica Minor, quien llegaría en sustitución del anunciado Efrén Minero, disculpado con un diplomático “motivos de salud”, nachita esparce en el ambiente su nueva producción. Habla entonces de la tierra y sus frutos, pero no solamente desde la mera enunciación con lenguaje rural. No. Habla del asesino que fue asesinado y arrojado a una barranca en Terrenate. Habla de los mitos, rasgos tan profundos de los pueblos. Habla de la muerte que fue por el alma de la anciana agonizante, burlada finalmente por la inocencia. Habla de la mujer que disuelve su vida para alimentar a su prole…

Paulatinamente, pero con paso seguro, Ignacia Muñoz empieza a superar esa instrucción de su instructor, ser una suerte de guardiana de la palabra del habla campirana, al fin su placenta y su hábitat, para crecer y profundizar su mirada. No, no se aparta del habla rural de la Tlaxcala milenaria, pero el uso del lenguaje empieza ahora a transmitir sangre, vida y muerte.

Y empieza a hablar de podredumbre, de rencillas y asesinato, pero muestra aún anónimas manos mortales. Pero ahonda más. Habla del hijo suicida, aquel que había participado en la pasión de Cristo en semana santa; del derrumbe material al final de la vida; deja salir la fetidez del aroma del incesto mortal.

Sí, se trata ahora de una Ignacia Muñoz que mira más allá de los cristales, que extiende su vista hasta los oscuros rincones sociales, que mantiene su percepción de los idílicos parajes rurales, pero abre también la vista y los sentidos hacia las groseras pasiones humanas.

Permea el libro, de manera intermitente, aunque clara, una tenue brisa autobiográfica. Pero en su parte final este aroma se intensifica, se enseñorea de las páginas, para mostrarnos a una Nachita profundamente ligada a su historia personal, a sus quereres, a sus rasgos de vida, a sus recuerdos, a sus emociones y a sus pasiones.

Es Tequezquital un libro profundamente humano, por tanto, extremadamente pasional, plagado de contradicciones y de oscuridades, pero nachita no deja la luz apagada. La poesía de nachita festeja los invernales amaneceres en la montaña, la música y el colorido de las festividades patronales en familia, de aguas, arroyos y ríos que llevan su mirada y sus recuerdos a través de su sensible poesía y su trémula vida.

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