José Luis Puga Sánchez
La gusta envolverse en aura provocadora y su discurso habla de resignificaciones, de mutar simbologías, pero la convocatoria había sido para la presentación de su gaceta fanzine ArtodeArte, acto formal y protocolario en el Museo Miguel N. Lira, en el marco del programa Noche de Museos.
Jonathan Farías habló más de Jonathan Farías que de ArtodeArte, su fanzine.
Y habló, en auto entrevista, de aquella ocasión cuando recolectó basura de la noche que nadie duerme, vasos y platos de unicel sucios, en Huamantla, la introdujo en bolas de plástico y las metió al Museo Nacional del Títere, también en Huamantla, como si fueses una instalación.
O aquel acto de desaparición envuelto en cartón. O cuando bebió en minutos un six de cerveza, se rasgó la camisa y blasfemó contra el sistema, la educación, las buenas costumbres, Más tarde se rapó al estilo mohicano, o punk…
Si, a Jonathan Farías le encanta el sensacionalismo.
Como esta tarde cuando para la presentación de su revista realizara un performance cuya parte central fue una auto entrevista; el mismo desdoblándose en entrevistador y en entrevistado, con sus cambios de ropa y de carácter. Como entrevistador buscó vestir a Jonathan Farías como revolucionario, incomprendido, provocador, desalineado… Cómo artista, buscó impregnar el trabajo de Jonathan Farías como transgresor, como ARTISTA.
Su mira, su punto, su tema es provocar la resignificación del espacio o del objeto, sin pensar en la posibilidad de ser visto como agresión, no como hecho artístico, y la reacción a su acción pueda tener algún grado de violencia.
ArtodeArte fue una herramienta de salida a su afán de comunicación, en busca de interlocutores. La revista, como muchas, fue hecha artesanalmente en sus inicios por el provocador Jonathan, después pudo ya pagar algunos servicios de impresión, pero aun hoy sus ingresos por esta vía son equiparables a su espíritu provocador.
Y al final, fiel a sí mismo, hizo leer al mismo tiempo diferentes textos de ArtodeArte a diferentes personas, por lo que el aire se pobló de voces de tianguis vendiendo, comprando o llamando: una verdadera cacofonía.
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