Lun. May 20th, 2024

José Luis Puga Sánchez

La convocatoria fue para hablar del libro ‘Me quiebro, pero no me doblo’, de Orlando Ortiz. La presentación no fue tal. Se habló casi en exclusiva del autor, de sus dotes magisteriales, de su empatía, de su capacidad escritural, del afecto regado en sus docenas de alumnos, de su impacto en gran parte del país. La Casa de la Nube fue esa tarde del agónico junio espacio para una sesión reverencial que una presentación libresca.

Alba Tzuyuki Flores Romero (escritora, tallerista y promotora cultural) unió sus emociones y sus percepciones a las de Bibiana Camacho (escritora y encuadernadora) y Javier Elizondo (escritor y editor) para, juntos, dibujar con palabras un retrato tremendamente emotivo de quien hasta hace dos años fue su mentor.

Pero… ¿quién fue Orlando Ortiz?

Fue novelista, cuentista, ensayista, guionista y periodista mexicano nacido en 1945 y fallecido el 10 de septiembre de 2021. Publicó en su agitada vida literaria más de cuarenta títulos dirigidos tanto al público adulto como a jóvenes y niños. Fue coordinador de talleres literarios, uno de ellos en Tlaxcala.

Tzuyuki ubicó a Orlando Ortiz como maestro de un ejército de escritores en varias generaciones y en casi todo el país.

Y le cubrió de adjetivos, tantos que no sería extraño que el maestro regresara para agradecerle uno a no: motivador, sensible, amigable, amoroso, solidario, alegre, entregado, conocedor, guía…

Y Alba Tzuyuki fue alumna en aquel remoto taller, más de 20 años atrás, que Ortiz impartiera en Tlaxcala. A su conclusión, “algunos lo seguimos a la Fundación para las Letras Mexicanas, pues, aunque no eran becarios ahí, Orlando nunca negó la atención”.

Los tres presentadores expresaron su sorpresa por el personaje seleccionado por su mentor para su libro póstumo: Melchor Ocampo. Algo debe haber visto en él, elucubraron. Tzuyuki agregó rasgos: Melchor Ocampo, quien participara en la redacción de las leyes de Reforma, “lo conocemos así en sus relieves: sus decisiones, aciertos, errores, tribulaciones, afectos y sus contribuciones a la sociedad de la época. Pero el mismo trabajo de Ortiz muestra, paralelamente, las costumbres y las tradiciones de la época, la vestimenta de hombres y mujeres, las calles de la ciudad de México, de Morelia y de algunos lugares de Europa, la música de aquel entonces, los bailes de salón, la mazurca, la polka, las coplillas recitadas o cantadas, las recetas culinarias, así como la pobreza en mayoría del mexicano de aquellos años”.

De fértil imaginación, la escritora tlaxcalteca dijo que en el libro es posible observar “diligencias que recorren las calles de tierra, podemos ver las fastuosas haciendas con hermosos jardines y huertos, así como varios edificios públicos de ese momento del siglo XIX”.

Orlando Ortiz –recalcó- estudió las epístolas de Ocampo y sus allegados. Y se metió en el personaje, sus ocurrencias, su entrega y capacidad donde logró el despliegue de esos recursos de los que tanto nos hablaba en los talleres y que tan bien él manejaba.

Las intervenciones de Bibiana Camacho y de Javier Elizondo se vistieron decididamente de alabanza, de reconocimiento al mentor. Hablaron de su cercanía con él, de sus aprendizajes, de su calidad humana, de sus dotes como maestro, de su sapiencia…

Si, Orlando Ortiz finalmente se quebró, pero nunca se dobló… Ahí están sus alumnos para corroborarlo.

contacto: piedra.de.toque@live.com

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