Mié. Sep 18th, 2024
Portal Grande de Tlaxcala, un siglo atrás

Felipe Castro Gutiérrez

1. Este es un libro que resulta de una minuciosa investigación, cuidadoso en el manejo de los documentos, atento a las continuidades y a las rupturas, que reconstruye los sucesos de forma atractiva y se adentra con inteligencia en muchas de las discusiones sobre la organización social y política de la Nueva España.

2. Su asunto es la historia de un grupo que hablaba náhuatl, recibió la fe de los misioneros, se regía por las leyes previstas para las “repúblicas” indígenas y tenía en sus pueblos a personas apellidadas Xicotencatl, Aquiahualcatecuhtli o Cacahuatzin. El tema parecería ser, como señala el título, de historia india, y habría que leerlo en el contexto de la vasta producción etnohistórica de tema mexicano.

3. Sin embargo, es posible que pueda ser considerado de otra manera. En realidad, la existencia de una historia indígena en el México colonial es algo que, aunque parezca paradójico, no puede darse como obvio y evidente. Desde luego, no hubo “indios” antes de la llegada de los españoles. En lo que hoy es México había una gran variedad de grupos, desde los que habitaban en ciudades hasta los que vivían en aldeas ubicadas en selvas o montañas, pasando por los cazadores y recolectores dispersos en las desoladas altiplanicies del norte. Lo que entre sí tuvieron en común fue haber sido conquistados y reducidos a la condición de “indios”, en razón de las conveniencias del Imperio español.

4. Es verdad que, con el tiempo, los indios inventados por misioneros y virreyes acabaron por convertirse en una categoría real, cada vez más uniforme, en la medida que las diferencias primigenias iban desapareciendo poco a poco. Una ficción administrativa y jurídica acabó por tener una existencia verdadera. Aun así, subsistieron casos peculiares, cuyas características no pueden agruparse en un conglomerado indiferenciado de pueblos nativos. Simplemente, no encajan bien entre los demás.

5. Es el caso de los tlaxcaltecas. Aunque su cultura material (la manera de cultivar maíz, la vivienda, la vestimenta, los mercados) era bastante similar a la de otros grupos, su relación con el Imperio fue muy distinta. La mayor parte de los indios de la Nueva España vivía en pequeñas poblaciones con dos o tres barrios sujetos y unas decenas de familias. En ellos se dio de manera muy rápida la adopción de formas locales de gobierno adaptadas del modelo municipal español. Aceptaron, con mayor o menor agrado, el lugar que les concedían las leyes, y aprendieron a vivir (o a sobrevivir, según se vea) dentro de las reglas e instituciones hispanas, amparándose en su condición de “menores” o “rústicos” que debían ser protegidos por los funcionarios del rey.

6. No ocurre así en Tlaxcala. Los tlaxcaltecas no se consideraban conquistados sino conquistadores, debido a su papel como aliados de Hernán Cortés y la posterior participación de sus contingentes armados en las campañas de sujeción de diferentes señoríos. Esta reivindicación fue aceptada y consiguieron los privilegios y honores correspondientes. Por eso no pagaban al rey un tributo personal (algo que era en la época propio de una condición servil) sino un “reconocimiento” y estuvieron exentos de encomienda, aunque no de servicio personal. Este rango les permitió mantener durante largo tiempo, como explica muy bien la autora, las modalidades esenciales de su organización social, centrada en los linajes nobiliarios y sus dependientes macehuales; incluso la administración eclesiástica acabó, a fin de cuentas, por adaptarse a la organización nativa, con una cabecera mayor, cuatro subcabeceras para otros tantos señoríos, y una red de “visitas” o ermitas en los pueblos menores. Asimismo, en principio los españoles no podían recibir aquí mercedes de tierras. Tlaxcala logró, como puede apreciarse, algo inusitado: la preservación de la unidad de su territorio, ahora convertido en provincia del Imperio español, y una sujeción al rey que les permitía conservar su grupo dirigente y su organización social.

7. No fue, desde luego, un caso único. Tlaxcala no puede realmente compararse con los innumerables “pueblos de indios” de la Nueva España, pero la asociación con otros gobiernos nativos que habían sido anteriormente capitales de grandes señoríos resulta más natural, como San Juan Tenochtitlan, Xochimilco, Texcoco, Tacuba, Huejotzingo, Cholula, Pátzcuaro y Tzintzuntzan. Todas ellos tuvieron en el siglo XVI privilegios y honores particulares, frecuentemente el título de ciudad o villa, la posibilidad de contar con “propios” o ejidos, su alhóndiga para el acopio de maíz, un mercado, ayuntamiento con regidores (entre seis y doce, según su jerarquía), un gran número de pueblos y “barrios” sujetos, y un “rollo” o picota que mostraba que ahí se impartía justicia. También disfrutaron del derecho de celebrar de manera independiente las festividades, tanto religiosas (la de Corpus, notablemente) como civiles (por ejemplo, las proclamaciones de nuevos monarcas). Más importante aún, todas fueron la residencia de antiguos y prestigiados linajes locales, frecuentemente descendientes de los “reyes” nativos, y lograron preservar la autoridad hereditaria de su sus nobles y caciques hasta fines del siglo XVI.

8. Tzintzuntzan, que ya a mediados del primer siglo novohispano no era más que una sombra de lo que fue, es el ejemplo más degradado de este conjunto de metrópolis indígenas; Tlaxcala viene a ser el caso más notable. Parecería que habría que estudiarlas en conjunto, pero lamentablemente aún no tenemos para la mayor parte de estas ciudades estudios tan completos como el de Martínez Baracs. Es algo que algún día tendremos que resolver.

9. Es muy cierto que estos privilegios y honras no duraron, ya fuese por el desastre demográfico provocado por las epidemias, la paulatina penetración de propietarios españoles, la malicia de los funcionarios del rey, o el mestizaje de la nobleza nativa. Estas repúblicas, otrora grandes, ricas y honradas, pasaron apuros y entraron en decadencia. Charles Gibson (quien en su momento también se interesó por la historia tlaxcalteca) así lo hizo notar: la edad de oro de los gobiernos indígenas es la segunda mitad del XVI. Para el siglo siguiente los gobernadores indios son paulatinamente convertidos en recaudadores de tributos y enganchadores de mano de obra para el servicio personal forzoso; los regidores acababan con sus huesos en la cárcel un año sí y otro también por los adeudos acumulados, y las antiguas facultades gubernativas poco a poco fueron disolviéndose hasta convertirse en un ritual carente de contenido. La manera en que los funcionarios del rey impusieron contribuciones y recortaron privilegios con diversos pretextos ha sido varias veces narrada, muchas veces con simpatía por la antigua nobleza y cierta melancolía retrospectiva.

10. Si lo vemos en el debido contexto, lo que ocurrió no fue algo particular de la historia tlaxcalteca, ni un simple resultado de la mala voluntad de tal o cual virrey. Desde las ventajas que da saber lo que a fin de cuentas ocurrió, puede verse como algo inevitable, como parte del proceso de concentración de la autoridad en el Estado monárquico en perjuicio de todos los privilegios, fueros y autonomías locales, fuesen los que fueren. A Hernán Cortés, quien había recibido enormes concesiones por sus méritos en la conquista, no le fue mucho mejor; y sus sucesores, los marqueses del valle de Oaxaca, vieron como sus derechos iban siendo constantemente recortados hasta quedar en muy poco.

11. En realidad, bien podría adoptarse una comparación que les habría parecido muy bien a los “capitulares” o regidores del cabildo de Tlaxcala. En efecto, la autora refiere que uno de los ejemplos que a los gobernadores indios les gustaba citar era el de los fueros y honras de los habitantes de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava. La comparación no es tan forzada como parecería en primera instancia, porque en ambos casos su historia es la de pérdida progresiva de privilegios, en beneficio del centralismo gubernamental.

12. No estoy, desde luego, tratando de convertir a los tlaxcaltecas en los vizcaínos de México. Me interesa más bien señalar que existen procesos muchos más amplios que los que atañen al caso particular de Tlaxcala, relacionados con la construcción del Estado moderno. Así considerado, el asunto de este libro no es un tema de historia indígena, sino de historia política. El hecho de que los tlaxcaltecas fuesen jurídicamente “indios” es en este sentido meramente circunstancial; importa mucho más el contexto imperial.

13. Como puede apreciarse, esta obra es tan interesante por su particular objeto de estudio como por las implicaciones aplicables a procesos y discusiones más amplias. Conviene darle su propio espacio entre las lecturas necesarias para la mejor comprensión de la historia colonial mexicana.

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