José Luis Puga Sánchez
“La doctora del pueblo” es el calificativo con que se le arropó unánime y resueltamente esa mañana del 17 de abril. Los tres dolientes oradores cobijaron así a la doctora Carmina Toriz Lira, fallecida seis días atrás, el 11, en el homenaje a su figura rendido en el Teatro Xicohténcatl, con ella presente observando descansadamente desde una urna.
Su historia de vida fue ondeada por un taciturno secretario de Cultura estatal, Antonio Martínez Velázquez. La reconstrucción se detuvo en su obtención de la licenciatura en medicina en la UNAM, para inmediatamente después cursar estudios de especialización en el centro nacional materno infantil. Siguió después su largo andar en el sector salud tlaxcalteca, donde habría de desempeñar un apretado racimo de responsabilidades, además de promover con gran intensidad la salud femenina en específico. Su jubilación ocurrió en 2021, después de 33 años de servicio en el hospital general de Tlaxcala.
Vivió con el poeta insigne de Tlaxcala, su tío, Miguel N. Lira, y con su esposa Rebeca Torres, primera presidenta municipal de Tlaxcala, y es hasta este 2024, pocos meses antes de su muerte, cuando Carmina Toriz desempeñara un cargo en relación directa con la cultura: presidió el comité del Museo Miguel N. Lira, espacio que tiene la encomienda de preservar el legado de Miguel N. Lira.
Susana Fernández Ordoñez, curtida caminante de las veredas periodísticas, trabajosamente subió al proscenio del teatro para hablar de su amiga, como la calificara, de “esa persona a la que la vida no le dio muy buenas cartas, pero las supo jugar muy bien”, alguien que no descuidaba el contacto con quienes amaba. Ponderó su trato a los pacientes en el hospital…
Sacó a flote “tal vez el único pendiente” de Carmina Toriz sin resolución aun: la rotonda de los hombres ilustres, “que no la queremos por el hospital, la queremos donde estaba antes”, pues en su actual ubicación es “un muladar, una porquería”. Este objetivo faltante simbólicamente lo armó, lo sustentó, lo envolvió en una cajita, le puso un moño y lo depositó en el regazo de Antonio Martínez, con la encomienda-mandato de su cumplimiento a la brevedad.
Con la representación familiar, Mario Ulises Pérez Toriz, sobrino de la homenajeada, desdobló los pesares internos en su núcleo. La dibujó humana, amorosa, entregada…
Después llegaron las guardias de honor, ante un muy flaco público, muchos trabajadores de la Secretaría de Cultura llamados a asistir, dos o tres representantes del sector salud, un grupo de estudiantes uniformados y sin artistas.
Al final de cuentas se había rendido merecido homenaje a una incansable doctora, pero no se había justificado esa distinción por aportaciones directas a la cultura, salvo ser sobrina y férrea defensora del legado narrativo, poético, dramático y político de Miguel N. Lira.
¿Por qué el homenaje no fue rendido por la Secretaría de Salud, el lugar de la Secretaría de Cultura?
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