José Luis Puga Sánchez
Más un recuento historiográfico de muralistas que un estudio de causas y consecuencias del muralismo mexicano como fenómeno social y cultural, Jonathan Farías semanas atrás efectuó un somero recorrido por ese episodio de la cultura nacional, a un siglo de su origen, como lo ubicó.
Multiinstrumentalista en diversas disciplinas artísticas, Farías se auto ubica como activista en el performance, curaduría y crítica de arte, dibujo, fotografía, instalación, piezas de activación en el espacio público y excantante de música alternativa.
Para el canal Biofilia en YouTube, presentó su conferencia digital “Cien años de muralismo. El nacimiento del imaginario de una nación”, aclaró inicialmente el muralismo mexicano no fue un movimiento homogéneo, sino “una serie de elementos que permitieron la construcción de ideas en el espacio de lo público”.
Su nacimiento lo data en 1921, pero sus raíces remontan a la época porfirista, dictadura retratada socialmente a través de gacetas volantes en grabados de gente como José Guadalupe Posada, hojas hechas y distribuidas por el impresor Venegas Arroyo.
Antes de Posada vivió Manuel Manilla, grabador y caricaturista que hablaba sobre la cotidianidad social, quien, como antecesor de Posada, empezó a utilizar las calaveras como vehículo para sus mensajes. Mostraba con su trabajo una forma de hablar de la sociedad en México. Y se hablaba de los personajes famosos, de la desigualdad, de haciendas con peones esclavizados, de la fiesta de los 41 (solo entre hombres homosexuales, uno de ellos el nuero de Porfirio Díaz, con el número 41), todo esto antes de la explosión revolucionaria. “Posada inicia la leyenda del mexicano retador a la muerte, trivializándola”.
Mientras Posada trabajaba en lo popular, en las estéticas de la calle, surgía un grupo de contestación a los científicos, los pensadores del régimen porfirista, desde Justo Sierra hasta Limantour. Este grupo dominaba no solamente las finanzas, sino también el desarrollo del conocimiento en nuestro país. Surge así, en contraposición, el Ateneo de la Juventud, integrado por Antonio Caso, José Vasconcelos, Alfonso Reyes y Diego Rivera, solo por nombrar algunos. Su pensamiento era opuesto al de los científicos.
Jonathan Farías señala también a José María Velasco, paisajista tradicional y observador de los cambios sociales y tecnológicos durante el gobierno de Porfirio Díaz.
En 1910, con los científicos atrás de él, Porfirio Díaz festeja los primeros cien años del México independiente, “casualmente” en el día de su cumpleaños: el 15 de septiembre de 1910. En fecha tan importante ordena una exposición a su altura, con puros artistas españoles con pintores como Joaquín Sorolla. En sentido contrario, otro grupo de pintores, cercanos al grupo del Ateneo, “toman” la Academia de San Carlos y generan la primera exposición de arte mexicano, también en 1910. Participan en la exposición varios de los pintores que algunos años después conformarán el movimiento de arte mexicano, como Saturnino Herrán, José Clemente Orozco, Gonzalo Arguelles, encausados todos por el Dr. Atl, todos en busca de una mirada artística más hacia México, hacia el interior.
En 1910 estalla la revolución, estalla el pueblo, estalla el gobierno y estalla la educación, estalla la política y estalla el arte en México.
Algunos pintores guardan los pinceles, otros emigran fuera del país, algunos cambian sus enseres por un fusil, como Siqueiros, como Orozco y algunos más ponen su arte al servicio del pueblo en lucha, retratando sus escenas, sus pasiones, sus dolores, sus muertes y sus resurrecciones.
En 1910 Roberto Montenegro migra a Estados Unidos para estudiar. Diego Rivera parte también, pero él a Francia, donde empieza a practicar con el cubismo y traba fugaz amistad con Picasso, con Matisse y otros artistas franceses y radicados ahí.
Pero quedan pintores en la Academia de San Carlos, quienes en 1911 estallan una huelga en la que participan Fermín Revueltas, Ramón Alva de la Canal, Xavier Guerrero, Máximo Pacheco, Carlos Mérida, José Clemente Orozco y Siqueiros, entre otros, en pugna por reorganizar académicamente San Carlos. La huelga fue instigada por el Dr. Atl, a su regreso de Europa, quien convocaba a la creación de un arte mexicano “monumental”, un arte sobre los muros. El Dr. Atl fue pareja de Carmen Mondragón (Nahui Ollin), una de las primeras mujeres en abrazar el feminismo en México.
El recuento de Jonathan Farías ubica un país convulso y sangrante en 1913, año que sucede “la decena trágica”, el golpe militar contra el gobierno de Francisco I. Madero, encabezado por los generales Manuel Mondragón, Bernardo Reyes y Félix Díaz, hecho que agrava la situación en México.
En ese mismo 1913 que matan a Madero, llega la respuesta oficial a la huelga dos años atrás en la Academia de San Carlos: se abren las escuelas al aire libre, programa dirigido por Alfredo Ramos Martínez, en un intento de acercar la práctica artística a otro tipo de usuarios, llevar una educación más popular.
Es Saturnino Herrán quien inaugura el mestizaje en la pintura mexicana, al fusionar elementos urbanos, incluso europeos, con valores autóctonos, indígenas. Muere en la antesala del nacimiento del muralismo mexicano.
PRIMER MOMENTO MURALISTA 1921-1923
Surgido del Ateneo de la Juventud, José Vasconcelos es el primer secretario de Educación Pública en el país. Es autor del libro “La rasa cósmica”, donde habla del ideal de un mestizaje en nuestra nación. Farías lo ubica como el “padre intelectual de la identidad imaginaria mexicana”, porque desde la SEP busca “generar una didáctica desde las imágenes a través de la producción de murales enormes que pudieran hablar un poco de la historia”.
Preludio del despertar artístico, Vasconcelos encarga en 1921 dos murales que pueden distinguirse como los iniciáticos del movimiento muralístico en México: el de Roberto Montenegro, pintado en la iglesia de San Pedro y San Pablo, en la Ciudad de México, hoy el Museo de las Constituciones. El segundo mural, hechura del Dr. Atl, también en la iglesia de San Pedro y San Pablo, fue destruido por un temblor; subsiste únicamente un boceto localizado hoy en el Museo del Castillo de Chapultepec. Estas dos primeras obras no tienen nada que ver aun con una corriente que hable sobre la revolución o sobre las identidades; aún está lejos de su definición.
Vasconcelos encarga, en un segundo momento, obra a otro grupo de pintores: Diego Rivera, Fernando Leal, Jean Charlot, Ramón Alva de la Canal y Fermín Revueltas, a quienes fija como lugar de trabajo el antiguo Colegio de San Ildefonso, espacio donde se instalaría la primera preparatoria del gobierno pos revolucionario.
Diego Rivera pinta su mural, el primero de su autoría, en el anfiteatro Bolívar; Fernando Leal es uno de los primeros muralistas que empieza a migrar hacia las tradiciones mexicanas; Jean Charlot, francés radicado en México, vuelve también sus ojos hacia la cultura mexica, pero paralelamente construye una especie de bitácora sobre el aún incipiente movimiento muralista; él y Siqueiros son los únicos que pintan y paralelamente hacen teoría sobre el muralismo; Ramón Alva de la Canal, quien posteriormente se unirá al grupo estridentista; Fermín Revueltas, con ilustres hermanos como Julio y José Revueltas.
Pero el movimiento habrá de evolucionar. Orozco empieza a retratar a la alta sociedad, caricaturizándola. La corriente crece en fuerza y profundidad, llegando al indigenismo. Su temática se torna nacionalista, con visos de identitaria.
SEGUNDO MOMENTO MURALISTA 1934
En 1934 se funda el mercado Abelardo L. Rodríguez, único en su momento, equipado con auditorio, guardería… y murales. Y los pintores ya no serán solo los figurones, ahora pintan también artistas de nuevas generaciones, como Pablo O’Higgins, que llega de Estados Unidos para dirigir toda la intervención al mercado.
Esta segunda etapa cobra importancia porque los artistas empiezan a cuestionar los murales de la primera etapa. Se les reclama su academicismo, su desapego a las condiciones sociales. Y en el mercado Abelardo L. Rodríguez se asume con mayor decisión la temática de la lucha social, obrera, el trabajo. Los pintores transforman entonces al muralismo en un megáfono contra el sistema, en sentido contrario a los primeros murales, “que no confrontan al sistema y más bien son patrocinados por el sistema”, recalca Farías.
Las hermanas Graces y Marion Greenwood Ames, que llegan de Estados Unidos, son, antes que Aurora Reyes, las primeras mujeres muralistas, quienes en 1933 empiezan a trabajar en Taxco, para de ahí trasladarse al mercado Abelardo L. Rodríguez.
NACIONALISTAS Y DIVERGENTES
Ya un discurso político en el espacio social, el muralismo habla elocuentemente del trabajador, del pueblo, de la esencia mexicana, más allá de solo una ornamentación, Descubren al muralismo como un puente de convergencia entre el pueblo, las culturas y los diversos sectores.
Rufino Tamayo, si bien en 1938 está haciendo su último mural con esta vocación revolucionaria de reevaluación, con tintes muy politizados y desentrañando la lucha popular, social. Posteriormente Tamayo dejaría este tipo de murales, para adentrarse en una experimentación plástica mucho más compleja y más universal, mucho menos nacionalista. Es Tamayo el “primer artista netamente universal, no solo enraizado con México”.
El guatemalteco Carlos Mérida, ayudante previo de Rivera y de Orozco, toma también otro camino, abstracto, desde la geometría, con lo que contribuye a la ampliación de la visión de los muralistas, para adoptar una visión estética muchos más plástica, más moderna, aunque sin dejar de tocar elementos identitarios.
Jonathan Farías ubica finalmente a Juan O’Gorman, autor del mural de la biblioteca de la UNAM, declarado patrimonio de la humanidad; a José Chávez Morado, Alfredo Zalce y… Desiderio Hernández Xochitiotzin, con su “tlaxcaltequidad”. Rina Lazo, estudiosa y reproductora del mundo maya, es la única mujer consignada, la primera en montar su obra en Bellas Artes.