Jue. Nov 21st, 2024
Vista parcial de El Lienzo de Tlaxcala

José Luis Puga Sánchez

La historia, su historia, ha hecho de Tlaxcala un estado rico en cultura, en tradiciones, en… ¡historia!

Y el estudio, catalogación, recuperación y difusión de la memoria oral y escrita local es una tarea de muy reciente cuño. El número, extensión e importancia de los archivos documentales en la entidad es un tema aún inacabado, por la cuantía de la empresa. Pero hay avances, atisbos que permiten abrir ventanas a innumerables pasajes en el pasado que hablan de la construcción del pueblo de Tlaxcala.

Sobre la importancia de los documentos pictográficos en la etnografía de Tlaxcala, el historiador del INAH Nazario Sánchez Mastranzo habló en el seminario permanente de etnografía de Tlaxcala.

Para iniciar su conferencia, el investigador reconoció que su presentación del día tiene una gran deuda con el trabajo de Luis Reyes García, quien por muchos años investigara la etnohistoria de Tlaxcala y a la recopilación documental: los documentos pictográficos y de archivo, los manuscritos resguardados en el Archivo General del Estado de Tlaxcala, en el Archivo General de la Nación y en el Archivo General de indias en Sevilla, España, dijo que dan cuenta de la presencia del pueblo tlaxcalteca en el proceso de conquista y en el posterior periodo virreinal, hasta después de 1821, cuando se decreta el nacimiento de México como país.

Si entendemos a la etnografía –precisó- como el registro y la difusión de la cotidianidad de las personas en las comunidades, tenemos que decir que algunos antropólogos los han utilizado “simplemente para ilustrar” sus trabajos. Hay que entender por qué fueron elaborados y por qué muchos de ellos se encuentran principalmente en las sacristías.

Hizo alusión al libro ‘La escritura pictográfica en Tlaxcala. 2 mil años de experiencia mesoamericana’, de Luis Reyes García, donde se registran 64 documentos hasta ese momento, el año 2002 aproximadamente.

“Hoy en día existen plenamente identificados, localizados y descritos, de 148 a 150 documentos. Algunos han sido estudiados, otros no. Algunos se conservan en las comunidades, otros están en acervos como el Archivo Histórico del Estado de Tlaxcala, o en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, o incluso en el extranjero. Desafortunadamente porque tenerlos en el estado o en las propias comunidades, abonaría al conocimiento y al reconocimiento de los mismos habitantes de las comunidades”.

¿Y qué tipo de conocimiento se obtendría de esa clase de documentos? Nazario lo aclara: sobre tipos de suelos, del tipo de tierras cultivables, dónde y cómo se denominaban las corrientes de agua, los caminos reales o los caminos que cruzaban las comunidades, la presencia del templo y en qué momento pudieron haberse construido o edificado. Pero paralelamente aportan el cambio lingüístico en los pobladores. Es decir, cómo han ido cambiando los nombres, apellidos y cómo este proceso de deculturación indígena se ha ido dando justamente para dar cabida a la occidentalización de las poblaciones, así como la fragmentación de las comunidades, sus barrios. Además, muy importante, la pérdida de los elementos nobles.

En Tlaxcala, recalcó Mastranzo, se han identificado perfectamente 148 documentos, todos correspondientes al periodo virreinal. Por su origen se les ha clasificado en los cuatro tlahtocayome (señoríos): Tepeticpac, Ocotelulco, Tizatlán y Quiahuixtlán.

Se detiene en el códice de Huamantla para informar que se integra de cinco fragmentos, unos resguardados en la Biblioteca de Antropología del INAH y otros en Alemania. El documento representa la fundación de la región de Huamantla y habla del trayecto que siguen los otomís desde que salen de la región de Hidalgo y van bajando hasta llegar y asentarse en el actual Huamantla. Ubica los ríos y sus trayectos; relata los enfrentamientos con otros pueblos durante su trayecto y su narrativa concluye con el recibimiento que se hace a Hernán Cortés y a los hispanos.

Nazario Sánchez Mastranzo hizo una siguiente parada, más extensa y profunda, en el documento ‘Mapas y genealogía de Tizatlán”, o Lienzo de Tizatlán, que representa el territorio de Tizatlán rodeado por los cerros blancos, el río Zahuapan y el camino real que va de Tlaxcala a Veracruz, que es la actual avenida Juárez de Tizatlán, “de la garita hacia el molinito. Hay un puente en esa ruta que aún se conserva, al lado de la bomba de agua en la carretera”.

Por otro lado, dijo que la genealogía en el documento, que “fácil es pensar pertenece a los Xicohténcatl, pero no, pues tiene que ver con la llegada y alianza de los Maxixcatzin al señorío de Tizatlán. El documento nos da cuenta de los cambios en las dinastías de las cabeceras de la actual Tlaxcala”.

Otro documento del que hizo mención, del tipo que se conoce como “anales”, todavía en náhuatl, es el registro de los tlaxcaltecas que fundan la ciudad de Puebla. Mucho Mastranzo lo señala como la versión tizateca (Tizatlán) de quienes fundan el barrio de San Juan del Río en la ciudad de Puebla en 1640 y dice que “en el año de 1940, en el mes de julio, en la fiesta de Santa María la mayor, llegó el señor obispo don Juan de Palafox y Mendoza”. Y se va relatando cuándo se construyó la catedral, cuándo hay un eclipse, cuándo el Popocatépetl arroja ceniza. Se menciona incluso la muerte del antecesor de Juan de Palafox y Mendoza.

No se han localizado otros anales en Tlaxcala que no sean en Atlihuetzía y en Zacatelco.

Dijo que San Mateo Huexoyucan solicitó, hace algunos años, ayuda al INAH para traducir 185 expedientes antiguos, documentos que forman parte de la caja de comunidad del propio pueblo. Los documentos ya habían sido trabajados por Luis Reyes y su grupo de estudiantes. De esos documentos habló de uno del siglo XVIII, que se llama “papel de las tierras del pueblo”, donde se muestra el cerro Ahuashuatépetl, donde se pintan árboles, animales y el camino que entra al monte. Contiene también el registro de los propietarios de los terrenos. Hablan de acciones como reparto de tierras.

En otro documento se alude que “Hernán Cortés vino y nos dio los terrenos”, para justificar la posesión de las tierras. En otros se habla que Hernán Cortés, cuando estaba lastimado, descansa en Ahuashuatepec y al mismo tiempo les reparte las tierras a los habitantes de San Andrés que colindan con San Salvador Tzompantépec, por un conflicto de tierras entre las dos comunidades.

En todo el proceso hubo nobles que dejaron de serlo y macehuales que ascendieron a la nobleza indígena. Las actas de cabildo del siglo XVI justamente argumentan esos cambios.

Estos documentos –enfatiza el investigador del INAH- no solamente tienen que ilustrar un trabajo etnográfico o de adorno, sino que nos tiene que decir cómo ha ido cambiando la región, el pueblo y su entorno.

El trabajo de investigación y estudio de los documentos en poder de las comunidades lamenta haya sido, muchas veces, “bastante difícil” por la dificultad para acceder a ellos, por la aplicación de usos y costumbres, un obstáculo cuando se aplican de manera cerrada, o un apoyo cuando son bien llevados sobre todo por los fiscales, los tiascas, la gente de palabra, la gente mayor de las comunidades.

Mientras más se difunde el patrimonio, en este caso el patrimonio documental, es más difícil que se pierda o se robe, sentencia.

En Acxotla del Río el INAH hizo el registro de su caja de comunidad, alrededor de 250 expedientes, todos con manuscritos. “Yo esperaba encontrar algún mapa, algún plano, una genealogía… No se encontraron. Pero si manuscritos, estamentos, donaciones de tierra que hacen al templo y a la comunidad. Hoy hablan de un conflicto de tierras que tienen con Ocotelulco y dicen que ‘Acxotla es más viejo que Ocotelulco’. Quieren aquí mantener bien resguardados sus documentos y abiertos para su estudio”.

En sentido inverso ubicó el caso de Acxotla del Monte, donde tienen una genealogía, incluso pintada con elementos dorados, pero donde “no se entra, aunque vaya con la carta de recomendación del obispo o del Papa”.

O comunidades como Santa Isabel Xiloxoxtla, “donde nos piden acudir para que les hablemos de sus documentos, de su contenido…”.

Y llegó una pregunta del público para Sánchez Mastranzo: En Tlaxcala, según el Registro Agrario Nacional, hay 244 núcleos agrarios, de acuerdo a la información más actualizada. De esos 244 núcleos agrarios, 242 son ejidos y solamente hay 2 comunidades agrarias. ¿Por qué no hay más comunidades agrarias o bienes comunales en Tlaxcala?, considerando el tipo de relación que llegó a tener Tlaxcala con la corona, y ¿por qué hay más ejidos?

La respuesta del historiador fue contundente: En Tlaxcala sí hubo reparto agrario, si hubo ejidos. Pero el problema que yo veo, por ejemplo, es que en Tenancingo o en San Pablo del Monte no hay ejidos. Los hay en Mazatecochco, que son como de 500 metros de largo por 3 de ancho; eran franjas, surcos, y eso tiene que ver con la solicitud a la Comisión Nacional Agraria que hacen en 1939 los habitantes de San Pablo (del Monte) para que les sean dotados los ejidos. La respuesta fue: “qué les vamos a dar si ustedes ya se tomaron los terrenos de las haciendas”. Porque se suponía que la dotación de ejidos era justamente a partir de los terrenos de las haciendas. Los terrenos de las haciendas en el sur del estado, al terminar la revolución los particulares se apropiaron de ellos y crearon sus propias comisiones, no sabemos si con o sin reconocimiento.

Los terrenos de la hacienda de La concepción Acupilco fueron entregados a particulares por el coronel Ascensión Tépatl, constituyente del 17. Cuando algunos ya no alcanzaron, promovieron la dotación ejidal, pero en la respuesta se les recordó que ellos ya se habían repartido todo.

De 12 haciendas existentes entre Tenancingo y San Pablo del Monte, todas fueron tomadas por los particulares.

En Tlaxcala, en la época prehispánica, las tierras no eran propiedad privada. Eran propiedades comunales que se asignaban a los habitantes conforme se iban casando, sobre todo los varones.

Durante el virreinato hubo una serie de acuerdos de dotación de tierras a las comunidades, donde las comunidades que pudieran demostrar que eran poseedoras por tiempo “inmemoriable”, así lo citan, le respetaban la tierra. Donde no sucedía así, subastaban o entregaban una merced a cambio de un pago, para la instalación de una hacienda o de un rancho. La hacienda es una extensión de tierra grande y puede tener dos o tres ranchos en su interior.

Es importante precisar que no todos los pueblos tuvieron sus documentos.

La hacienda de San Isidro Buensuceso viene del siglo XVI y sus últimos propietarios son los nietos de Benito Juárez. Y ellos, sobre todo su apoderado, Benito Juárez y Masa, hijo de Benito Juárez, decide vender la tierra a 22 particulares, operación en la que interviene incluso el gobernador Cahuantzi, con la condición de que se vendan los terrenos de la hacienda, pero que se cree un pueblo del lado de Tlaxcala en los terrenos de la hacienda. Surge así el actual pueblo de San Isidro Buensuceso, cuyos primeros habitantes procedían de San Miguel Canoa y se establecen ahí aprovechando que estaban regalando los terrenos.

Muchas veces son las propias comunidades las que compran, cuando los herederos están vendiendo y muchas de estas haciendas, como San Antonio Tecoac, habría que rastrear sus orígenes en la política de composición que la corona española, sobre todo después de 1760, comienza a entregar a particulares, que es lo que hoy llamaríamos latifundios.

Así es como llegamos al panorama que hoy vivimos en las tierras de Tlaxcala… Y para eso también nos sirven los documentos.

Y aquí Nazario Sánchez Mastranzo desliza una queja-señalamiento-denuncia: dijo que desde un mes atrás aproximadamente (abril) en el Museo Amparo de la ciudad de Puebla se exhibe copia de un manuscrito del siglo XVI, que se refiere a las tierras de Tadeo León, una foja que estuvo en el Archivo Histórico del Estado (de Tlaxcala), “incluso don Luis (Reyes), cuando lo menciona en su catálogo, no pone la imagen, solo pone la descripción, y dice: este documento pertenece a un particular de la ciudad de Tlaxcala y no pone el dibujo; al parecer no le dieron permiso. Y en el acervo del Museo Amparo nos encontramos que hay una reproducción del documento y la descripción que hace don Luis (Reyes) de ese documento”.

“Yo quiero pensar que facilitaron una copia al Museo Amparo. No quiero ser mal pensado y decir que se lo vendieron al Museo Amparo”.

El Archivo Histórico de Tlaxcala acusó que ha sufrido mucha sustracción de documentos, pero “creo también el compromiso de las comunidades y de los investigadores es respetar lo que ya está ahí y en otros acervos. Si todos nos comprometemos, nuestro patrimonio cultural seguirá estando donde tiene que estar, y no en manos de unos cuantos o para el disfrute y el goce de todavía muchos menos”.

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