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El primer registro de besos en la humanidad se remonta a unos 4 mil 500 años en el antiguo Oriente Medio, mil años antes de lo que se pensaba, según investigaciones.
Los científicos han resaltado la evidencia que sugiere que el beso se practicó en algunas de las primeras sociedades mesopotámicas, documentado en textos antiguos de 2,500 a. C. que han sido ampliamente pasados por alto.
Los hallazgos fueron publicados recientemente en la revista académica “Science”, donde mostraron pruebas de que “besar en la boca está atestiguado en Mesopotamia y Egipto”, ya en el 2,550 antes de Cristo.
Piedra de Toque
César Vallejo es uno de los poetas peruanos más reconocidos de todo el mundo, dada la impresionante innovación que supuso su obra para la poesía del siglo XX. Nació el 16 de marzo de 1892 en Santiago de Chuco y falleció en París a los 46 años.
Su obra se caracteriza por presentar un lenguaje poético muy auténtico que, si bien se apoyó en sus comienzos (“Los heraldos negros”) en las bases del modernismo, poco a poco consiguió diferenciarse tanto que no tuvo punto de comparación (“Trilce”). Además, cultivó la narrativa, ofreciendo obras como “Escalas” y “Paco Yunque”, uno de sus relatos más famosos.
Se considera que Vallejo es uno de los autores que supo anticipar el vanguardismo; su legado como artista implicó una renovación del lenguaje literario al que se unirían muchos poetas que le sucedieron, como Huidobro o Joyce.
La mirada de Vallejo siempre había estado puesta en el viejo mundo y cuando finalmente consiguió visitarlo, se sintió tan cerca de todo lo que siempre había deseado que jamás deseó volver a su tierra natal. Estuvo en Francia, España y Rusia, pero lamentablemente, a causa de trabajar excesivamente, falleció siendo aún muy joven. Como se lo había pedido su esposa, sus restos fueron enterrados en el cementerio de Montparnasse.
La siguiente es una entrevista del español César González Ruano al poeta César Vallejo, publicada en el desaparecido “Heraldo de Madrid” el 27 de enero de 1931:
César Vallejo, en sus propias palabras: “La precisión me interesa hasta la obsesión”
—César Vallejo, ¿a qué viene usted?
—Pues a tomar café.
—¿Cómo empezó a tomar café en su vida?
—Publiqué mi primer libro en Lima. Una recopilación de poemas: Heraldos Negros. Fue el año 1918.
—¿Qué cosas interesantes sucedían en Lima en ese año?
—No sé… Yo publicaba mi libro…, por aquí se terminaba la guerra… No sé.
—¿Qué tipo de poesía hizo usted en sus Heraldos Negros?
—Podría llamarse poesía modernista. Encajaban, sí, en un modernismo español, en un sentido tradicional con lógicas incrustaciones de americanismos.
—¿Recuerda usted…?
Es Abril quien la recuerda:
Qué estará haciendo ahora mi andina y dulce Rita,
de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita la sangre,
como flojo coñac, dentro de mí.
Lo ha recitado César Vallejo mal, muy mal; pero no tan mal que yo no aprecie las excelencias de esta estrofa, que revela -y más si se la mira con el sentido histórico de su fecha- un auténtico poeta. En ella veo, por lo pronto…
—Veo por de pronto, amigo Vallejo, algo importantísimo en un poeta y sin cuya condición no me interesan ni los poetas ni los prosistas ni las locomotoras; la precisa adjetivación: “flojo coñac”.
—La precisión -dice Vallejo- me interesa hasta la obsesión. Si usted me preguntara cuál es mi mayor aspiración en estos momentos, no podría decirle más que esto: la eliminación de toda palabra de existencia accesoria, la expresión pura, que hoy mejor que nunca habría que buscarla en los sustantivos y en los verbos… ¡ya que no se puede renunciar a las palabras!…
—En Trilce, por ejemplo, ¿puede citarme algún verso así?
Vallejo busca en su libro que yo he traído al café, y elige lo siguiente:
La creada voz rebelase y no quiere
ser malla, ni amor.
Los novios sean novios en eternidad.
Pues no deis 1, que resonará al infinito.
Y no deis 0, que callará tanto,
hasta despertar y poner en pie al 1.
—Muy bien. ¿Quiere usted decirme por qué se llama su libro Trilce? ¿Qué quiere decir Trilce?
—Ah, pues Trilce no quiere decir nada. No encontraba, en mi afán, ninguna palabra con dignidad de título, y entonces la inventé: Trilce. ¿No es una palabra hermosa? Pues ya no pensé más: Trilce.
—¿Cuándo llega usted a Europa, a París, Vallejo?
—En 1923, con Trilce publicado el año anterior.
—¿Usted no conocía a los modernos poetas franceses?
—Ni a uno. El ambiente de Lima era otro. Había alguna curiosidad; pero concretamente yo no me había enterado de muchas cosas.
—¿Cómo pudo usted hacer ese libro entonces, ese libro que, incluso como poesía verbalista, pregona conocimientos de toda clase?
—Me di en él sin salto desde Los Heraldos Negros. Conocía bien los clásicos castellanos… Pero creo, honradamente, que el poeta tiene un sentido histórico del idioma, que a tientas busca con justeza su expresión.
—¿Qué gente conocía usted en París?
—Poca. Desde luego no busqué escritores. Después encontré a un chileno, Vicente Huidobro, y a un español, Juan Larrea.
—Para terminar, amigo Vallejo, ¿obras inéditas?
—Un drama escénico: Marnpar. Un nuevo libro de poesía.
—¿Qué título?
—Pues…Instituto Central del Trabajo.
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