
José Luis Puga Sánchez
“Romper el agua” es una muestra visual que reúne trabajos de más de 30 artistas del estado, de otros estados y de otros países, exposición que ofrece una variopinta mirada al matinal municipio de Altzayanca.
Reunidos en la Galería del Agua posicionada en ese municipio, bajo su programa de residencias artísticas, las obras son de diverso formato, varia dimensión y múltiples materiales, hoy juntas y abiertas al público en la Pinacoteca del estado.
“Todos los artistas trabajaron sobre el territorio, algunos sobre el territorio corporal, algunos sobre el territorio mítico, épico, conceptual, algunos sobre el territorio geológico y ambiental”, explicaría el director de la Galería del Agua, Rafael Cázares, en el acto inaugural.
Y bajó al detalle: México tiene ahora la peor imagen del mundo. Cualquiera abre una ventana en internet y verá un desastre social y de violencia: encajuelados, descuartizados, quemados, deshechos en ácido, tráfico de órganos un tren lleno de migrantes “la bestia”. Pero México no era así. México fue un gran país hospitalario en el siglo 20. Muchos extranjeros llegaron para hallarse un destino. Actualmente podrías hallarte unos balazos. Con el programa de residencias artísticas –presumió- abrimos una ventana a lo más bello del país: sus pueblitos, sus culturas comunitarias. México –aseguró- no es un país de muerte y destrucción. También es un país con espacios seguros y creativos.
Romper el agua, efectivamente, es una cazuela con muchos guisos, pues lo mismo puede verse una instalación a base de pedazos de plástico, cristal y piedras sobre una cuna de bloques geométricos, que simula un pequeño arroyo, hasta una fotografía con un tlachiquero con el ya casi inexistente acocote, muchas veces sustituido ahora por un burdo envase vacío de Coca Cola.
La mirada es poliédrica, y no podría ser de otra manera, pues hubo quien confesara que nunca salía de la Ciudad de México, por lo que encontrarse con el panorama de Altzayanca verde en zonas, semiárido en otras, el agua, las nubes y un cielo azul que “sí se ve, sí existe”, significó un choque cultural y espiritual profundo.
O aquel que, nativo del municipio, quiso mostrar algo de su espíritu: el “muro de la limosna”, un muro construido con ladrillos incompletos, piedras, block y cualquier otro material encontrado o recibido como regalo que pudiera unirse con cemento o adobe hasta levantar una pared.
Experiencias personales también hay: la mujer que sustrajo el recuerdo de su abuela y su forma de vida, para dibujar, pintar y tallar sobre cristal, cual ventana, el tendedero, la cocina, el lavadero, unas flores y una ventana, todo bajo el aura del recuerdo.
Motivaciones hay muchas, muchos los descubrimientos, muchas las emociones y sensaciones, pero en la heterogeneidad de la exposición el agua ocupa lugar relevante: el arroyo casi míticamente transparente, la contaminación en basura o en otros líquidos, o esos lugares donde, justamente, no hay agua.
Las residencias artísticas significaron para algunos un viaje de autodescubrimiento, una ocasión para asomarse a sus pliegues internos para descubrir, o revalorar, esa materia o ese espíritu que los constituye.
Para otros artistas fue afilar sus sentidos de contacto con el mundo, con esos estallidos de vida que les recibieron en Altzayanca. Redimensionaron así su responsabilidad con la naturaleza y su preservación.
35 artistas visuales, 35 miradas, 35 propuestas que en su diversidad unieron lenguajes para dialogar con su entorno y con el espectador, todo junto en “Romper el agua”, montada en la Pinacoteca del estado.