
José Luis Puga Sánchez
El huehue es concebido como ancestro, como viejo. El huehue es el danzante de carnaval en el estado de Tlaxcala, personaje ligado claramente a la diversión, la jocosidad, la distención social, pero al mismo tiempo a la ritualidad.
El investigador, historiador y antropólogo social Nazario Sánchez Mastranzo desgrana así su saber sobre el personaje, en una entrevista para Instituto de Investigación y Difusión de la Danza Mexicana AC, delegación Tlaxcala, dentro del programa “Diálogos del carnaval”.
En conferencia virtual titulada “El concepto del huehue desde una mirada antropológica”, el también doctor en estudios mesoamericanos remarcó que por huehue popularmente se entiende como al viejo, pero “¿cuál viejo? El antepasado, los ancestros de aquellos que cuidan la siembra, cuidan la vida cotidiana, cuidan los animales de traspatio, cuidan la casa, cuidan el pueblo, cuidan la comunidad”.
Entre los pueblos del sur de Tlaxcala –dijo-, sobre todo en aquellos que tiene el uso de la vestimenta del charro, se refieren a ellos como los huehues. Pero investigadores refieren que el “huehue” proviene de Huehuecóyotl, especie de deidad antropomorfizada relacionada con la agricultura y la “lascividad”, la sexualidad, quien se encarga de cuidar el sembradío.
Aclaró que no es casualidad que el carnaval se celebre en estas fechas. “Es un aspecto ritual que tiene que ver con la preparación última de la tierra, antes de recibir la semilla. Y es la semilla la que va a brotar siguiendo este ciclo litúrgico en la resurrección. Estamos a 40 días de la semana santa, 40 días en los que brota la semilla, germina. ¿Y quién la cuida en el campo? Está a expensas de las aves, está a expensas de pequeños mamíferos que se comen el pequeño brote o la misma semilla. Entonces se entiende, sobre todo en la región de la Malinche, que el cóyotl, el coyote viejo, es aquel que sabe que las plagas, que también son parte de la flora y la fauna, son la amenaza para la montaña. Y sin esa planta la comunidad no vive, sobrevive. Es también el momento en que con la danza y la música se agradece a quien cuida el sustento que vendrá después”.
Y el Huehuecóyotl –agregó- también tiene que ver con el momento en que el animal entra en celo, en que el animal ayuda a fecundar la tierra y fecundar la semilla, hipótesis de Mastranzo, precavidamente, atribuye a Ignacio Pérez Barragán, “aunque estamos de acuerdo que nacho a veces camina con los pies en la tierra y en otros momentos repentinamente despega”.
Familiarmente informa que, en algunos lugares, como San Pablo del Monte, a “las semillas que colocamos en la tierra las llamamos ‘las tres Marías’, porque es lo que va a sustentar. Va hilvanado lo litúrgico con lo agrícola y con el carnaval, con la danza, con el grito, con el chicote… Porque es pedir la lluvia, tan necesaria para que brote la semilla y de fruto. De nada sirve una planta grande si no tiene fruto: de qué nos sirve el zacate si no tenemos maíz, y el maíz es el alimento para los humanos, pero también alimento para aquellos que dependen de nosotros: las aves de corral, los animales de traspatio”.
Dimensionado de tal manera, el antropólogo afirma el huehue es más que danzante, más que solo el animal, sino es aquel que intercede por los seres humanos. De ahí su importancia.
Cinco siglos atrás, antes de la llegada de los conquistadores, el Huehuecóyotl era el dios de la danza, asociado a Xochipilli y a Macuexóchitl, que eran las deidades de la música, pues “música y danza van de la mano, sin una no hay la otra”. Radica ahí la importancia del Huehuecóyotl como danzante, como elemento sexual, pues “el carnaval tiene también su lado sexual, erótico, de búsqueda de una pareja. Muchas parejas han surgido de danzantes solos y solteros unidos en una camada o una cuadrilla”.
Hemos crecido –asienta- oyendo que la conquista destruyó lo valioso de un mundo prehispánico, e impuso la cultura española por la fuerza de la fe y la fuerza de las armas. Sin embargo, Mastranzo llama a la reflexión sobre tal periodo: creemos que más bien son los españoles los que adoptaron, los que impregnaron en sus ritos, en sus usos y costumbres, todo lo que los pueblos “sometidos” aportaban. La fe, las procesiones, la espiritualidad novohispana tiene mucho más de los ritos prehispánicos, de la vida religiosa prehispánica, que del cristianismo europeo, de tal suerte que en la mayoría de las fiestas de los pueblos, en las fiestas patronales, todavía encontramos las danzas que se bailaban hace 500 años… Transformadas, sí… Adaptadas, también… Pero en esencia están presentes y es lo que mueve los pies de los danzantes. ¿Por qué aun cuando no tiene nada que ver, los concheros siguen yendo a la basílica de Guadalupe? ¿Por qué encontramos en San Juan Totolac la danza de moros y cristianos? cuando el libreto, el argumento, es completamente ajeno a la comunidad”.
Nazario Sánchez abunda: Los danzantes no están reportando la conquista de Jerusalén. En su vida a lo mejor se imaginan cómo es Jerusalén y qué pasó ahí. Sin embargo, son dos grupos antagónicos: el día y la noche, la lluvia y el estiaje, los que se están enfrentando, los que están conviviendo con los diálogos, pero al mismo tiempo están tratando de ponerse de acuerdo con quién baila más, quién gana al pueblo, quien gana a la tierra, quién se apodera de…
Y en este somero vuelo sobre un rasgo identitario tlaxcalteca, el huehue, el investigador pone la cereza en el pastel: lo curioso es que cada año, en cada ciclo podríamos decir que hay un empate, porque eso es la vida cotidiana, eso es la vida en la tierra. Que las dos fuerzas, aparentemente antagónicas, se equilibren para que la vida se pueda desarrollar. De otra manera, el ser humano, la tierra, desaparece.