Lun. May 20th, 2024
De derecha a izquierda: Elvira de Imelda Gómez Díaz y Armando Sánchez Gómez

José Luis Puga Sánchez

Durante centurias, milenios, los indígenas le han cantado a la naturaleza, a sus vivencias, a sus formas de relación, a su vida… es lo que conocen y de ello dan cuenta a mundo.

En Chiapas, en sus altos, en sus regiones selváticas, en sus costas, se preservan aún ecos de un mundo que inexorablemente se adelgaza, se desvanece.

Su llamado, sin embargo, aún es poderoso. Su canto tiene cadencias de tiempo. Su voz circula en la historia.

Elvira de Imelda Gómez Díaz y Armando Sánchez Gómez, ella poeta zoque y él poeta tzotzil, llegaron a Tlaxcala y en la galería El Toronjil dejaron fluir sus experiencias, sus emociones, sus escrituras…

Armando le canta a la naturaleza en su estado superior. Y cómo podría no ser. Pero habla también de su faceta negra, de su negativo. Habla de aguaceros, de inundaciones, de muerte… Es Armando un relator, así se reconoce. Narra las historias que recoge en su camino, las que escucha, las que le regalan. Habla entonces de los pueblos, de la gente, del entorno. Recoge las vivencias de muchos y las lleva al papel y, ahí, a negociar con la escritura, pues admite que no le ha sido fácil el trayecto como poeta.

Tomé una piedrita y la tiré

cayó al suelo aleteando con su canto

Lo cogí con mi mano derecha

Lo metí en la bolsa de mi pantalón

donde siguió cantando

Imelda es introvertida, callada, actitud que contrastaría con su actividad como maestra de preescolar, primaria y secundaria, misma situación que Armando.

Ella se reconoce más cercana a las actividades hogareñas, tal el estereotipo femenino que ha permeado también a los pueblos originarios. Pero la suya es una sensibilidad desarrollada, afinada.

Lo suyo es también en mucho la naturaleza, pero un entorno delicado, sutil, con fino tacto:

Al otro día,

la luz amaneció apacible

En el peñasco de la montaña

Siempre gotea agua

Eres la flor del mal

Vacilas con el viento

Abres tus corolas frente al sol

El pequeño pero acogedor espacio de El Toronjil escuchó también el lamento de los dos. Ambos dijeron que, de la pléyade de lenguas diseminadas en Chiapas, solo tienen esperanza de vida “más o menos larga” tzeltal y tzotzil. Las restantes lenguas originarias están en vías de extinción.

Brotó entonces su frustración. “Las autoridades educativas y culturales son insensibles ante lo que hacemos”, razón con la que justificaron la reducida producción literaria y editorial en ese estado, tan emblemático para el concepto de identidad nacional. “Somos ahora entre 30 y 32 escritores en Chiapas, por eso es reducida la literatura en lenguas originarias”.

Hubo un cambio reciente, lo festejan. El movimiento zapatista en 1994 provocó un cambio en su actitud frente al mudo “ladino” y eso, a su vez, desencadenó un avance en las letras indígenas.

“El zapatismo nos vino a mover. Nosotros, los indígenas, estábamos bien dormiditos y en el 94 despertamos. ¡Ya levántate!, nos dijeron… y medio adormilados nos levantamos y empezamos a caminar. Surgen así los cantos, la poesía, surgen asociaciones civiles, sociedades cooperativas, varias organizaciones tratando de fortalecer la lengua, la cultura. El resultado apenas está visibilizándose”.

Pero hoy esa explosión indígena, social y artística que trajo consigo el zapatismo, parece desvanecerse. “Antes del 94 no existíamos para nadie”. Llegó el zapatismo y recibieron inusitada atención, pero al paso del tiempo esa atención se ha ido diluyendo una vez más. “Los programas y apoyos han bajado mucho. Las ediciones de libros en lenguas originarias, como ejemplo, han disminuido muchísimo. En lugar de crecer, estamos para atrás”.

Claro, en sentido contrario “hoy para ir de San Cristóbal a Ocosingo se deben pasar ‘unos 210 topes’. Eso es la rebeldía de los pueblos originarios. Hace 30 años no lo hacían, no bloqueaban, eran tranquilos, no sumisos. Hoy en mi pueblo, Oxchuc, se lucha por instalar la universidad intercultural. Ellos son los que bloquean. Dicen a la autoridad: puedes o vamos nosotros. Hay molestias por ciertas acciones como los bloqueos, pero también es rebeldía. En mi pueblo, los jóvenes ya rebasan a la autoridad”.

Por otra parte, ante el cuestionamiento expresado por Alejandro Ipatzi, codirector de El Toronjil, atribuido a otro ensayista, de que las letras indígenas hablan solo de usos y costumbres, como si se tratase de una camisa de fuerza, lo que les impediría un discurso más global y con mayor diversidad técnica y temática, Elvira de Imelda Gómez Díaz y Armando Sánchez Gómez, indígenas ellos, aceptan que “a lo mejor estéticamente nos falta”.

Explican que el extinto Carlos Montemayor impartió talleres de gran trascendencia para las letras chiapanecas. “Él nos decía: escriban el canto del pueblo. Por eso escribimos lo que el pueblo canta: la cosmovisión, los trabajos en la milpa, la cocina… primero en lengua originaria y después en español”.

Por eso –subrayan- sus letras hablan de la vida de su pueblo, de lo que hace. “Si llora, si reza, si se embruja un poquito. Los que escriben de la vida social de los pueblos originarios son quienes ganan los premios. O quienes lo exhiben en su pobreza. Los cantos de la naturaleza casi no dan premios, ni siquiera ecologista. Quienes nacemos y habitamos en pueblos originarios, tenemos menos visión que los mestizos. Los mestizos viajan a Europa, a Canadá… salen y tienen otras visiones. Nosotros lo más que conocemos son las tradiciones del pueblo. Además, hay cosas que no pueden traducirse al español, como por ejemplo un rezo tradicional. Se escucha como poesía, pero si se traduce resulta otra cosa totalmente diferente, tiene otro sentido”.

Y sí, quedó claro que los escritores en lenguas originarias hablan de lo que conocen, de lo suyo, sin seguir modas literarias o campañas publicitarias. Su mundo es su mundo y tratan de mostrarlo a los ladinos… aunque muchas veces quede en penumbra.

contacto: piedra.de.toque@live.com

Por admin