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Mictlantecuhtli, dios de los muertos para los aztecas

Piedra de Toque/Jaen Madrid

A lo largo de su trayectoria en el espacio-tiempo, el escritor mexicano ha logrado entablar una especial conexión con la muerte y su universo escatológico.

Pensar en la muerte como una especie de sueño, o una segunda vida. En todo caso, un letargo singularmente eterno del que nos hemos servido durante milenios para, en el último de los instantes, reafirmar la existencia del espíritu. ¿Qué serían las palabras dedicadas a la muerte, si de ella no emanara el profuso misterio que tanto irradia miedo en las mentes? De aquél discreto enigma sólo nos queda la especulación. La metáfora poco probable de revestir con hechos; la severa reflexión a través de la melancolía, la esperanza y en el caso de México, la posibilidad de reírnos de ella.

Sobre la muerte mucho y poco se sabe. Se sacia con la literatura y el arte, pero se ignora todos los días. Se celebra y también se llora. Se rinde culto, sacrificio y se vuelve una musa. Se cree en su infinitud o no. Pero ella, al igual que los sueños y otros planos, se ha enunciado con particular elegancia en la historia de las plumas mexicanas.

José Revueltas

El prolífico Revueltas encuentra en la muerte una posibilidad liberadora; un escape a la caótica historia de México, que en términos generales discurre en el clasismo, la negación del origen, la aceptación de la cultura foránea y la religión católica y la educación bajo un mismo lienzo. Si bien Revueltas sería uno de los máximos promotores del Partido Comunista Mexicano y, sus obras, exposiciones críticas sobre la política nacional y la condición del mexicano después de la conquista, su obra más conocida, El luto humano (1943), expresa con toda voluntad la capacidad de los mexicanos para mirar a la muerte como un único destino. 

Para Revueltas, la muerte es una compañía cercana en la cosmovisión del mexicano. Es un hecho tangible y un factor determinante de lo que acontecerá en la realidad de los otros que aún siguen con vida. Bajo la narrativa de una familia que llora la muerte de su hija, Revueltas evidencia cómo el catolicismo ha logrado deconstruir la visión de la muerte y transformarla en agonía. Una agonía que solo tiene reparo en la oración y que busca el perdón a través de un pecado que se desconoce. Pero Revueltas no se limita a imaginar la posibilidad de que, si hubiésemos pervivido la costumbre del rito y el sacrificio prehispánicos, la muerte de aquella hubiese sido desquitada inmolando un corazón para la divinidad vengativa.

Cargada de incalculables simbolismos, esta obra presenta la insigne de la bandera nacional –al águila devorando la serpiente sobre un nopal– como un ejemplo tácito de que al México de su época –y probablemente también al de hoy– le persigue la inevitable miasma de la muerte: “una víbora con ojos casi inexpresivos de tan fríos, luchando, sujeta por el águila rabiosa, invencibles ambas en ese combatir eterno y fijo sobre el cacto doloroso del pueblo cubierto de espinas”.

Juan Rulfo

Una de las concepciones literarias más populares de la letra hispánica, es la que nos describe Rulfo en Pedro Páramo (1955). Su obra está cargada de todo simbolismo relativo al mundo de los muertos; a Comala, a ese no-lugar que conserva las almas en pena y murmullos a ratos sobre el universo escatológico del inconsciente mexicano. Más allá de las muertes que se hallan en su narrativa mágica, su intención se centra especialmente en exaltar un escenario donde apenas se alcanza a discernir en dónde acaba la vida y comienza la muerte. Una especie de limbo al que sucumben quienes, esperanzados en las argucias de la vida, se olvidan de los esenciales actos, y una y otra vez las memorias les atormentan. Al mismo tiempo advierte la posibilidad de no existir eternamente, en ese lúgubre estado de no-ser donde se lamentan los muertos y recuerdan constantemente su último suspiro: “¿Por qué ese recordar intenso de tantas cosas? ¿Por qué no simplemente la muerte y no esa música tierna del pasado?”.

Rulfo nos tiene preparado otras fantásticas alusiones mortuorias en sus cuentos de El llano en llamas (1953), por ejemplo, en ‘El Hombre’ y ‘Diles que no me maten’. “Los muertos pesan más que los vivos; lo aplastan a uno”, nos dice en el primero de estos. La muerte que asecha, la muerte como un fin necesario, la muerte temible, la muerte con su venganza y su justicia; la ternura de la muerte, la bella muerte, la desconocida; la esperanza a ella. Esa parábola que resulta su narrativa, desafía al lector a entenderse con su propia metáfora de la muerte.

Jaime Sabines

Contrario a Revueltas, Jaime Sabines defiende el derecho a sentir dolor por la muerte. Ejemplo de ello es su poema Algo sobre la muerte del mayor Sabines (1986), donde tritura en finas hebras emocionales la aguda añoranza de traer de vuelta a la vida a su padre. Este es uno de sus poemas más extensos, cargado de ritmos tan distintos como sorpresivos y un final astronómicamente místico. Atado a la angustia y la debilidad que le provoca la muerte de su ser más querido, el “árbol frutal” y tronco de la familia. Sabines recalca la frecuente batalla del hombre contra el miedo a la condición terminal. Niega el hecho de olvidarse de los muertos, por ello es que en otro de sus poemas él escribe: “¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos!, ¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la tierra!”, aunque, paradójicamente advierte que no regresan más, que “No vuelve nadie, nada. No retorna el polvo de oro de la vida”. Sin embargo, en su texto mantiene la incesante memoria de su padre, siempre firme, por lo que entonces subraya que “Morir es estar en todas partes en secreto”, porque con la muerte se camina; se vive con ella desde que se nace.

Otra de las cosmovisiones mortuorias de Sabines que resulta interesante, es el puente de conexión que erige entre la muerte y la política. Frente a una modernidad desacralizada, Sabines demanda el simbolismo de la muerte, que ha ido perdiendo significado al utilizarse como una estratagema política y de manipulación, y que la reduce a un hecho insignificante y a la única de las soluciones a todo tipo de crisis. De esta manera llama a retomar el hecho de la muerte como una reflexión metafísica de todos los días, y no como un arma que prolifere el miedo.

Carlos Fuentes

Para Carlos Fuentes, la muerte se fusiona con la vida en la medida en que exista quién pueda albergar su memoria. Renuente a otros autores, Fuentes opta por pensar en la muerte y solo así creer en la posibilidad de su permanencia. La muerte de Artemio Cruz (1962) y En esto creo (2002) son dos de sus obras que ejemplifican este estado. En esta última confiere una posibilidad de vencer a la muerte, en este caso, mediante la palabra: “El pensamiento no muere. Sólo mide su tiempo […] No hay palabra que no esté cargada de olvidos y memorias, teñida de ilusiones y fracasos. Y, sin embargo, no hay palabra que no venza a la muerte porque no hay palabra que no sea portadora de una inminente renovación”. Así pues, las generaciones pasan y la memoria olvida las muertes de los que amamos.

Sin embargo, después de la muerte no hay eventualidad de vivir, a no ser que se intente vivir hacía atrás. He aquí una premisa fascinante que Fuentes ejemplifica en La muerte de Artemio Cruz: la posibilidad de deconstruir el tiempo, de situar el pasado –las memorias– en el futuro –la inevitable muerte–: “…somos espectro de otra época pasada y el anuncio de una época por venir. No nos desprendamos de estas promesas de la muerte”.

Octavio Paz

Imprescindible para todo mexicano conocerse a través de El Laberinto de la Soledad (1950) de Paz, una proyección moral, ritual y psicológica que dedica, también, un capítulo al inexorable pensar de la muerte. Su crítica hacia la procesión de Día de muertos –y en general a la festividad mexicana–, señala la falta de profundidad de esos “nuevos” ritos, en comparación con el auténtico hito prehispánico. Recalca Paz que, para los aztecas, no existía la angustia a la muerte, ya que este acto natural destacaba por su calidad numinosa para fecundar, paradójicamente, a la vida. Era a través de la muerte –de la sangre– que se alimentaba al cosmos y aseguraba la fertilidad de la futura creación.

Contrario al individualismo que, piensa, profesa el cristianismo –y con ello todos los hechos que por delante de la conquista transformaron la cosmovisión mexicana–, el verdadero rito a la muerte se encuentra en la regeneración a través del sacrificio, una acción que hoy en día bien podría traducirse de muchas maneras, siendo la metáfora que cada uno logra conjeturar en su interior, la más viable de las inmolaciones.

“Dime cómo mueres y te diré quién eres”, concreta paz, ya que la muerte en su imaginario se revela como el espejo de la vida misma, el boceto de lo que en vida fecundamos.

Nezahualcóyotl

Inmanente guerrero cósmico, símbolo de la voluta texcocana y gran pensador de los tiempos prehispánicos, Nezahualcóyotl retrataría a la muerte en hermosos poemas que resumen a verso la calidad fugaz de la vida y su dualidad inevitable: Aunque sea de jade se quiebra / aunque sea de oro se rompe / aunque sea de plumaje de quetzal se desgarra, enunció. Y agrega: No para siempre en la tierra / sólo un poco aquí.

Los escritores, al igual que el resto de artistas, poseen la virtud de vivir para siempre a través de sus obras. Estas les permiten ser recordados mucho tiempo después de desaparecer. Pero ni siquiera su pasión por las letras y su genialidad les salva de la desesperación y muchos, decidieron abandonar este mundo de forma voluntaria.

En el listado a continuación, están seleccionados algunos autores que decidieron poner fin a su vida antes de tiempo. Hay casos en todas las épocas y de muy diferentes géneros y estilos literarios. Una prueba de que la línea que separa la creatividad de la insatisfacción es muy difusa.

Emilio Salgari (1863-1911)

Escritor, periodista y marino italiano muy conocido por sus novelas de aventuras que ambientaba en los mares más diversos como el Caribe, el Pacífico y Las Antillas, pero siempre infestados de piratas, Salgari no fue capaz de soportar más los desequilibrios psicológicos de su mujer y la mala relación que mantenía con sus editores y murió practicándose el harakiri o abriéndose el vientre con un cuchillo.

Prolífico, autor de más de ochenta novelas y de un centenar largo de relatos, Emilio Salgari incorporó a la novela de aventuras un mundo desmesurado, poblado de grandes peligros, animales salvajes, caracteres indómitos y pasiones incontrolables, y en el que reinan los valores románticos primitivos de la lealtad, la amistad y el coraje. Situando la acción en paisajes exóticos Malasia, el Caribe, el Oeste americano y anclándola en la verosimilitud por medio de pinceladas históricas y naturalistas, apeló a la imaginación juvenil con novelas tan apasionantes como Los Tigres de Mompracem, en la que encontramos las legendarias guras de Sandokán, Mariana, Yáñez y James Brooke, con el contrapunto del despechado barón William.

Jack London (1876-1916)

El escritor autodidacta, rebelde, revolucionario y romántico decidió dejar de vivir cuando más éxito tenían sus obras, nunca pudo superar los padecimientos sufridos en su infancia.

La llamada de la selva (1903) es una novela centrada en el mundo animal. En ella se narra la historia de Back, un perro que nunca leía los periódicos porque disfrutaba de las comodidades de la civilización en un rancho de California. Pero la insensibilidad de los hombres hará que se enfrente a un mundo hostil y salvaje, que lo pondrá a prueba. Y de esa lucha saldrá triunfante, porque Back regresará a sus primitivos orígenes.

Stefan Zweig (1881-1942)

Este escritor murió envenenado en Brasil, tras no soportar más la situación decadente de Europa después de la segunda Guerra Mundial y murió junto a su mujer tras ingerir barbitúricos.

El mundo de ayer es uno de los más conmovedores y atractivos testimonios de nuestro pasado reciente, escrito además con mano maestra por un europeo empapado de civilización y nostalgia por un mundo, el suyo, que se iba desintegrando a pasos agigantados. Escritor extraordinariamente popular y testigo de excepción de los cambios que convulsionaron la Europa del siglo XX entre las dos guerras mundiales, Zweig recuerda, desposeído y en tierra extraña, en unas circunstancias personales de insospechado dramatismo, los momentos fundamentales de su vida, paralela en mucho a la desmembración de aquella Europa central que se quería más libre y segura, al abrigo de la locura y la tormenta. El resultado es un libro capital, uno de los mejores de Zweig y referencia inexcusable para entender los desvaríos de un siglo devastador.

Walter Benjamin (1882-1940)

Pensador, filósofo y crítico literario alemán de origen judío, cuyos estudios se consideran de gran relevancia en la modernidad, emprendió una huida hacia los Estados Unidos y por su paso por España no pudo soportarlo más y se suicidó tomando morfina en Portbou, muy cerca de la frontera con Francia. De él se dijo:

Con esta colección de relatos, Historias y relatos, el lector gozará del placer de leer al Walter Benjamín narrador. En la más pura tradición oriental, Benjamín se detiene a escuchar para después escribir, y fijar así la experiencia, para que no se pierda ni un instante, ni una historia. Es el testigo destinado a ver en el juego, el amor, la marginalidad, la soledad, lo que para otros pasa inadvertido, y captar en toda su intensidad el significado de un momento, el detalle que lo resume todo. La capacidad de evocación de la prosa de Benjamín, la plasticidad que imprime al tiempo y su poder de detenerlo en el recuerdo, la precisión de su estilo para transmitir la emoción concreta, confieren a sus relatos una poderosa atracción. Estas historias, rebosantes de erudición y cosmopolitismo, además de ecos de Goethe, Baudelaire y Rimbaud, contienen la impronta del pensador genuino, en ocasiones irónico, en otras, poseído por una melancolía agridulce, siempre esencial.

Virginia Woolf (1882-1941)

Las aguas del río Ouse acogieron el cuerpo de esta escritora inglesa que se lanzó con el abrigo puesto y con los bolsillos llenos de piedras. La gran pionera sobre el lugar de la mujer en la literatura y el arte, tuvo problemas mentales en su juventud agravados por la muerte de sus padres y los abusos deshonestos de los que era víctima en manos de su hermanastro.

En respuesta a una carta en la que se le pedía su opinión sobre cómo evitar la guerra, Virginia Woolf analiza en profundidad la discriminación de que es víctima la mujer, y reivindica sus derechos a recibir la misma educación que el hombre y a tener las mismas oportunidades profesionales y sociales, como base indispensable para la formación de un mundo integrado, racional y pacífico. Sólo entonces una mujer podrá contestar a una pregunta como la que se le formula. Sesenta años después de su publicación, Tres guineas no ha perdido su vigencia y es aún un documento imprescindible para entender muchos de los problemas a los que se ha enfrentado y se sigue enfrentando la mujer, un recorrido lúcido por las pasiones de una inteligencia al servicio de la igualdad y de la libertad, una radiografía implacable de una sociedad que, en muchos aspectos, sigue siendo la nuestra.

Ernest Hemingway (1899-1961)

El escritor y periodista estadounidense se disparó una mañana de julio en la casa en Idaho que había comprado hacía poco. Muchos aseguraron que arrastraba muchos traumas de su infancia, provocados por la mala relación con su madre desde niño y a la que siempre odió profundamente.

París era una fiesta, Por quién doblan las campanas, Adiós a las armas y El viejo y el mar son solo algunos de los títulos del escritor norteamericano, Premio Nobel de Literatura en 1954 comprometido con la realidad española durante la Guerra Civil. Robert Jordan llega en medio de la contienda para unirse a un grupo de milicianos. Escondidos entre las montañas, aguardan el momento de volar un puente. Allí se enamora de María y establece lazos de amistad signados por la tragedia coral que se avecina.

Cesare Pavese (1908-1950)

El gran poeta y novelista italiano que tradujo novelistas norteamericanos, se sentía tan profundamente afectado por la soledad que a los 42 años se suicidó en una habitación del hotel de Turín, donde se hospedaba después de recoger un premio literario por su libro El bello verano (1949).

Escrito en la primavera de 1940 y publicado en 1949, El bello verano es, como afirmó el mismo Pavese, la historia de una virginidad que se protege, el relato de la pérdida inevitable de la inocencia. Con el trasfondo de un Turín gris y crepuscular, va devanándose el doloroso proceso de madurez de una ingenua adolescente: en el ambiente corrupto y sin reglas de la bohemia artística turinesa, Ginia se enamora de un joven pintor por el cual, tras resistencias interiores y remordimientos mal disimulados, se dejará seducir.

Primo Levi (1919-1987)

Este escritor italiano que sobrevivió al holocausto, se lanzó por el hueco del ascensor de su casa en Turín, sin dejar ninguna carta que justificase los motivos para ello.

Si esto es un hombre, el libro que inaugura la trilogía que Primo Levi dedicó a los campos de exterminio, surgió en la imaginación de su autor durante los días de horror en Auschwitz, cuando la principal preocupación de los prisioneros era que, de sobrevivir, nadie creería la atrocidad de la historia vivida. Los campos de concentración y exterminio, más que resguardados por las alambradas y los guardias, lo estuvieron por su propia monstruosidad, que los hacía inconcebibles.

Sylvia Plath (1932-1963).

La poetisa norteamericana más reconocida del siglo XX, puso fin a su vida colocando la cabeza dentro del horno donde previamente había abierto el gas. Tenía 30 años y minutos antes había preparado el desayuno a sus hijos que todavía dormían. Las posibles causas fueron el reciente fallecimiento de su padre y el ser abandonada por su marido.

Publicada inicialmente bajo seudónimo poco después del suicidio de su autora, La campana de cristal es la crónica de un año en la vida de Esther Greenwood (que viaja a Nueva York para introducirse en el mundo de la moda), el año de su depresión nerviosa y la terapia profesional siguiente, con ocasionales saltos en el tiempo hacia su época de estudiante, hasta la reintegración final de la protagonista en el mundo.

Yasunari Kawabata (1899-1972)

Hijo de una familia acomodada, al quedar huérfano a los cuatro años se fue a vivir con sus abuelos paternos, que murieron cuando él contaba con quince años de edad. Fue el primer japonés en obtener el Premio Nobel de Literatura (1968) y el segundo asiático, después de Rabrindranath Tagore.

Su pasión por las letras le llevó a estudiar literatura inglesa en la universidad -aunque poco después se pasó a la literatura nipona- y trabajó como reportero y escritor. Siempre manifestó que las mayores influencias de sus obras fueron la muerte de sus familiares y la guerra.

Cuando se enteró de la muerte provocada de su amigo y discípulo Yukio Mishima, él también se suicidó inhalando gas.

Triángulo de amor y destrucción: Con la excusa de escuchar las campanas del templo en el año nuevo, Oki Toshio, un escritor casado, viaja a Kioto. Allí visitará a Otoko, antigua amante a la que había humillado. Otoko vive con su protegida Keiko, una joven amoral, sensual y apasionada de apenas veinte años, que convertirá lo que tenía que ser un encuentro nostálgico en un drama cruel, lleno de erotismo y sensualidad. Yasunari Kawabata se quitó la vida con 72 años cumplidos y sin dejar ninguna explicación. Lo bello y lo triste es el testimonio póstumo de su maestría psicológica, de su virtuosismo y del carácter único de su obra literaria.

Yukio Mishima (1925-1970)

Bajo este seudónimo encontramos al novelista, ensayista y dramaturgo japonés Kimitake Hiraoka. Fue un autor muy prolífico que escribía muy rápido por puro interés económico, aunque nunca en detrimento de la calidad.

Considerado uno de los escritores más emblemáticos de la historia del Japón, su muerte fue objeto de todo tipo de especulaciones. El mismo día de su muerte hizo llegar a su editor el último libro de su tetralogía El mar de la fertilidad, titulado La corrupción de un ángel. Esta tetralogía se puede concebir como un testamento ideológico que el escritor escribió para dejar constancia de su inconformismo ante una sociedad caracterizada por la decadencia.

“Hasta la idea de mi propia muerte me hacía estremecer con un placer desconocido. Tenía la sensación de poseer todo”.

Koo-chan, el joven narrador de Confesiones de una máscara, es un alma atormentada por una sensibilidad turbadora que va creciendo con el estigma de saberse diferente a los demás. De aspecto débil y enfermizo, solitario y taciturno, de extracción menos favorecida que sus compañeros, irá descubriendo sus inclinaciones homosexuales cuando se siente atraído por Omi, un chico de fuerte constitución. Pero, esclavo de lo convencional, no puede aceptar que trasciendan sus diferencias y deseos, por lo que establece una relación con Sonoko, la hermana de su amigo Kasuno, intentando convencerse de que está enamorado de ella. Mientras asume su escaso poder para amar, irán aflorando sus fantasías y su fascinación por la belleza entremezclada con la sangre, la violencia, la muerte…, escenificado en el cuadro de Guido Reni que representa el martirio de San Sebastián.

Confesiones de una máscara es un clásico de la narrativa moderna. Narrada en primera persona, ha sido considerada como una de las novelas más autobiográficas de Mishima. Polémica en su momento por su temática, fue su primer gran éxito literario que lo catapultó a la fama. Escrita con deslumbrante perspicacia y emotividad, y el culto a la palabra y a la estética que lo caracterizó, Mishima describe el camino de luces y sombras de Koo-chan, quien, para sobrevivir en aquel Japón de los años treinta y cuarenta, debe ocultarse tras una máscara de corrección, convirtiendo su vida en un escenario, en una mascarada en la que confluyen la realidad con las apariencias.

EPITAFIOS LITERARIOS

Escribir sobre la muerte no es fácil. Cuando se hace puede haber una sombra de miedo y de tristeza. Más aún cuando se trata de escribir sobre la propia muerte.

Pero hay quienes han tenido la claridad, quienes han visto en una oportunidad para decirle al mundo, para resumirle en pocas palabras lo que hicieron, lo que vivieron, lo que sienten al partir y lo expresan: un epitafio.

El poema Piedra negra sobre una piedra blanca, contenido en el libro póstumo ‘Poemas humanos’ (1936) de César Vallejo, suele interpretarse como una anticipación de su propia muerte:

Me moriré en París con aguacero,

un día del cual ya tengo recuerdo.

Me moriré en París –y no me corro–

tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves que proso,

estos versos, los húmeros me he puesto

a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto

con todo mi camino, a verme solo.

Cesar Vallejo ha muerto, le pegaban

todos sin que él les haga nada;

le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos

los días jueves y los huesos húmeros,

la soledad, la lluvia, los caminos

Decían de Alejandra Pizarnik que nació con la oscuridad en su alma. Su rebeldía, su aire trágico y su pasión se nutrieron de sus propias tinieblas para tejer una poesía única e irrepetible. Nos habló de jaulas, de ojos, de piedras muy pesadas y de Isabel Bathory, la condesa sangrienta. Navegó como nadie, entre la locura y lo onírico, para dejarnos una obra excepcional.

La última inocencia

Partir
en cuerpo y alma
partir
.

Partir
deshacerse de las miradas
piedras opresoras
que duermen en la garganta.


He de partir
no más inercia bajo el sol
no más sangre anonadada
no más formar fila para morir
.


He de partir

Pero arremete, ¡viajera!

Certeros, fulgurantes, lacónicos, algunos buenos modelos de epitafios propios:

Marqués de Sade: Si no viví más, fue porque no tuve tiempo.

Rainer Maria Rilke:

Rosa, oh contradicción pura, placer,

ser el sueño de nadie bajo tantos párpados.

William Shakespeare:

Buen amigo, por Jesús, abstente

de cavar el polvo aquí encerrado.

Bendito sea el hombre que respete estas piedras

y maldito el que remueva mis huesos

Edgar Allan Poe: Dijo el cuervo: Nunca más.

Oscar Wilde:

Verbis meis addere nihil audebant et super illos stillabat eloquium meum»

«Tras mi palabra no replicaban, y mi razón destilaba sobre ellos»

Joseph Conrad:

El sueño tras el esfuerzo, tras la tempestad el puerto, el reposo tras la guerra, la muerte tras la vida harto complace.

Miguel Mihura: Ya decía yo que ese médico no valía mucho.

Jorge Luis Borges: …Y no tengan miedo.

Vicente Huidobro: Aquí yace el poeta Vicente Huidobro. Abrid la tumba: al fondo de esta tumba se ve el mar.

Groucho Marx: Perdone que no me levante.

Miguel de Unamuno: Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo.

Elvis Presley: Espero no haberlos aburrido.

La escritora Alfonsina Storni se quitó la vida el 25 de octubre de 1938. Se dice que ella caminó lentamente hasta que se ahogó en las aguas. Tenía 46 años cuando se suicidó, que en esa época era considerado como libre albedrío:

QUISIERA ESTA TARDE DIVINA DE OCTUBRE…

Quisiera esta tarde divina de octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar
.

Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
como una romana, para concordar
con las grandes olas, y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar
.

Con el paso lento, y los ojos fríos
y la boca muda, dejarme llevar;
ver cómo se rompen las olas azules
contra los granitos y no parpadear;
ver cómo las aves rapaces se comen
los peces pequeños y no despertar;
pensar que pudieran las frágiles barcas
hundirse en las aguas y no suspirar;
ver que se adelanta, la garganta al aire,
el hombre más bello, no desear amar

Perder la mirada, distraídamente,
perderla y que nunca la vuelva a encontrar:
y, figura erguida, entre cielo y playa,
sentirme el olvido perenne del mar
.

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