Jue. Nov 21st, 2024
«Nací al lado de la piedra junto a la montaña, en una madrugada de primavera, cuando la tierra, después de su largo sueño, se corona nuevamente de flores. Las primeras prendas que al nacer me pusieron las hizo mi madre cantando baladas antiguas, mientras el pan casero expandía en la antigua casa su familiar perfume y mis hermanos jugaban alegremente. Me llamaron Alfonsina, nombre árabe que quiere decir dispuesta a todo»

Piedra de Toque

Alfonsina Storni Martignoni nació el 22 de mayo de 1892 en Sala Capriasca, Suiza. Hija de Alfonso Storni y Paulina Martignoni, es la tercera descendiente de la familia, sus hermanos Romeo y María nacieron en 1887 y 1888 respectivamente.

A los cuatro años la familia regresa a San Juan, Argentina, donde residían. A los siete nace su hermano Hildo.

Desde su llegada a San Juan la familia está en una situación miserable. Se trasladan a Rosario en 1901 y prueban suerte con un café suizo en el que Alfonsina limpia y sirve.

Con 12 años Alfonsina escribe su primer poema, triste y centrado en la muerte, y lo deja bajo la almohada de su madre para que esta lo lea. A la mañana siguiente, mediante varios coscorrones, su madre le explica que la vida es dulce.

Su padre, depresivo y alcohólico, fallece en 1906 y Alfonsina, que no para de escribir poemas, entra a trabajar en un taller de gorras.

Su madre, Paulina, se casa de nuevo y se traslada a Butinza, allí continúa dando clases de música y canto. Alfonsina se traslada a Coronda para estudiar magisterio, trabaja como celadora en la escuela, pero el dinero que le queda tras pagar la pensión no le da para vivir y tiene que hacer escapadas a Rosario para cantar en un teatrillo como corista. Se descubre en Coronda su trabajo como cantante y Alfonsina piensa en suicidarse tirándose al agua. Al año siguiente, en 1911, obtiene el título de maestra y ejerce ese otoño en una escuela de Rosario.

Publica sus primeros versos y tiene su primer desengaño amoroso con un hombre casado mayor que ella que la deja embarazada. Alfonsina, avergonzada, se refugia en Buenos Aires y ahí, con 20 años de edad, da a luz a Alejandro el 21 de abril de 1912.

Trabaja como cajera en una tienda, entra a trabajar como corresponsal psicológico. En esa oficina dicta su primer libro de versos ‘La inquietud del rosal’, se lo enseña al poeta Félix B. Visillac que consigue que sea publicado. La revista ‘Nosotros’ elogia el poemario y desde ese momento Alfonsina entra en el círculo literario de la revista. Se hace conocida y admirada, pero sigue teniendo problemas económicos. Es nombrada directora de un colegio y mientras allí trabaja escribe su segundo libro, ‘El dulce daño’.

En marzo de 1918 los nervios la obligan a dejar su puesto de directora y vuelve a entrar en los círculos literarios. Publica su segundo poemario y colabora en ‘Atlántida’ mientras trabaja como celadora en un colegio.

Publica ‘Irremediablemente’ en 1919 y la crítica lo ensalza. Al año siguiente la Universidad de Montevideo la invita a dar unas conferencias. Publica ‘Languidez’ ese mismo año. Le crean una Catedra en el Teatro Infantil Lavardén y allí trabaja enseñando a niños.

Su fama va en aumento, lo que hace aflorar su comportamiento neurótico, se retira como hará más adelante en su vida varias veces. Tras el Premio Nacional de 1922, el Ministro de Instrucción Pública crea una cátedra para ella en la Escuela Nacional de Lenguas Vivas en 1923.

Sigue publicando poemario hasta que en 1927 estrena una obra de teatro, ‘El amo del mundo’, un rotundo fracaso que no aguanta más de tres días en cartel. En los años treinta realiza dos viajes a Europa con su amiga Blanca de la Vega, básicamente para olvidar sus problemas mentales. Tras la vuelta del último viaje se le descubre un tumor en el pecho; se lo extraen con éxito, pero la terapia de rayos es tan dolorosa que la suspende.

TÚ ME QUIERES BLANCA

Tú me quieres alba,
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.
Que sea azucena
sobre todas, casta.
De perfume tenue.
corola cerrada.

Ni un rayo de luna
filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
tú me quieres blanca,
tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas
las copas a mano,
de frutos y mieles
los labios morados.
Tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco.

Tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto
conservas intacto
no sé todavía
por cuáles milagros,
me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,
vete a la montaña;
límpiate la boca;
vive en las cabañas;
toca con las manos
la tierra mojada;
alimenta el cuerpo
con raíz amarga;
bebe de las rocas;
duerme sobre escarcha;
renueva tejidos
con salitre y agua.

Habla con los pájaros
y lévate al alba.
Y cuando las carnes
te sean tornadas,
y cuando hayas puesto
en ellas el alma
que por las alcobas
se quedó enredada,
entonces, buen hombre,
preténdeme blanca,
preténdeme nívea,
preténdeme casta.

HUMILDAD

Yo he sido aquella que paseó orgullosa

El oro falso de unas cuantas rimas

Sobre su espalda, y se creyó gloriosa,

De cosechas opimas.

Ten paciencia, mujer que eres oscura:

Algún día, la Forma Destructora

Que todo lo devora,

Borrará mi figura.

Se bajará a mis libros, ya amarillos,

Y alzándola en sus dedos, los carrillos

Ligeramente inflados, con un modo

De gran señor a quien lo aburre todo,

De un cansado soplido

Me aventará al olvido.

Peso ancestral

Tú me dijiste: no lloró mi padre;

Tú me dijiste: no lloró mi abuelo;

No han llorado los hombres de mi raza,

Eran de acero.

Así diciendo te brotó una lágrima

Y me cayó en la boca… más veneno:

Yo no he bebido nunca en otro vaso

Así pequeño.

Débil mujer, pobre mujer que entiende,

Dolor de siglos conocí al beberlo:

Oh, el alma mía soportar no puede

Todo su peso.

VERSOS A LA TRISTEZA DE BUENOS AIRES

Tristes calles derechas, agrisadas e iguales,

Por donde asoma, a veces, un pedazo de cielo,

Sus fachadas oscuras y el asfalto del suelo

Me apagaron los tibios sueños primaverales.

Cuánto vagué por ellas, distraída, empapada

En el vaho grisáceo, lento, que las decora.

De su monotonía mi alma padece ahora.

—¡Alfonsina!— No llames. Ya no respondo a nada.

Si en una de tus casas, Buenos Aires, me muero

Viendo en días de otoño tu ciclo prisionero

No me será sorpresa la lápida pesada.

Que entre tus calles rectas, untadas de su río

Apagado, brumoso, desolante y sombrío,

Cuando vagué por ellas, ya estaba yo enterrada.

¿QUÉ DIRÍA?

¿Qué diría la gente, recortada y vacía,

Si en un día fortuito, por ultrafantasía,

Me tiñera el cabello de plateado y violeta,

Usara peplo griego, cambiara la peineta

Por cintillo de flores: miosotis o jazmines,

Cantara por las calles al compás de violines,

O dijera mis versos recorriendo las plazas,

Libertado mi gusto de vulgares mordazas?

¿Irían a mirarme cubriendo las aceras?

¿Me quemarían como quemaron hechiceras?

¿Campanas tocarían para llamar a misa?

En verdad que pensarlo me da un poco de risa.

HOMBRE PEQUEÑITO

Hombre pequeñito, hombre pequeñito,

Suelta a tu canario que quiere volar…

Yo soy el canario, hombre pequeñito,

Déjame saltar.

Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,

Hombre pequeñito que jaula me das.

Digo pequeñito porque no me entiendes,

Ni me entenderás.

Tampoco te entiendo, pero mientras tanto

Ábreme la jaula que quiero escapar;

Hombre pequeñito, te amé media hora,

No me pidas más.

Bien pudiera ser

Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido

No fuera más que aquello que nunca pudo ser,

No fuera más que algo vedado y reprimido

De familia en familia, de mujer en mujer.

Dicen que en los solares de mi gente, medido

Estaba todo aquello que se debía hacer…

Dicen que silenciosas las mujeres han sido

De mi casa materna… Ah, bien pudiera ser…

A veces a mi madre apuntaron antojos

De liberarse, pero se le subió a los ojos

Una honda amargura, y en la sombra lloró.

Y todo eso mordiente, vencido, mutilado

Todo eso que se hallaba en su alma encerrado,

Pienso que sin quererlo lo he libertado yo.

DOLOR

Quisiera esta tarde divina de octubre

pasear por la orilla lejana del mar;

que la arena de oro, y las aguas verdes,

y los cielos puros me vieran pasar.

Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,

como una romana, para concordar

con las grandes olas, y las rocas muertas

y las anchas playas que ciñen el mar.

Con el paso lento, y los ojos fríos

y la boca muda, dejarme llevar;

ver cómo se rompen las olas azules

contra los granitos y no parpadear;

ver cómo las aves rapaces se comen

los peces pequeños y no despertar;

pensar que pudieran las frágiles barcas

hundirse en las aguas y no suspirar;

ver que se adelanta, la garganta al aire,

el hombre más bello, no desear amar…

Perder la mirada, distraídamente,

perderla y que nunca la vuelva a encontrar:

y, figura erguida, entre cielo y playa,

sentirme el olvido perenne del mar.

PAZ

Vamos hacia los árboles… el sueño

Se hará en nosotros por virtud celeste.

Vamos hacia los árboles; la noche

Nos será blanda, la tristeza leve.

Vamos hacia los árboles, el alma

Adormecida de perfume agreste.

Pero calla, no hables, sé piadoso;

No despiertes los pájaros que duermen.

Tú, que nunca serás

Sábado fue, y capricho el beso dado,

capricho de varón, audaz y fino,

mas fue dulce el capricho masculino

a este mi corazón, lobezno alado.

No es que crea, no creo, si inclinado

sobre mis manos te sentí divino,

y me embriagué. Comprendo que este vino

no es para mí, mas juega y rueda el dado.

Yo soy esa mujer que vive alerta,

tú el tremendo varón que se despierta

en un torrente que se ensancha en río,

y más se encrespa mientras corre y poda.

Ah, me resisto, más me tiene toda,

tú, que nunca serás del todo mío.

QUEJA

Señor, mi queja es ésta,

Tú me comprenderás;

De amor me estoy muriendo,

Pero no puedo amar.

Persigo lo perfecto

En mí y en los demás,

Persigo lo perfecto

Para poder amar.

Me consumo en mi fuego,

¡Señor, piedad, piedad!

De amor me estoy muriendo,

¡Pero no puedo amar!

Alfonsina se retrae y apenas sale a la calle. Vive sus últimos años atemorizada por la muerte. El 25 de octubre de 1938 hallan el cuerpo de Alfonsina Storni en la playa de La Perla, en Mar del Plata. Al día siguiente se publica su último poema, ‘Voy a dormir’, en el periódico La Nación.

VOY A DORMIR

Dientes de flores, cofia de rocío,

manos de hierbas, tú, nodriza fina,

tenme prestas las sábanas terrosas

y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.

Ponme una lámpara a la cabecera;

una constelación; la que te guste;

todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes…

te acuna un pie celeste desde arriba

y un pájaro te traza unos compases

para que olvides… Gracias. Ah, un encargo:

si él llama nuevamente por teléfono

le dices que no insista, que he salido…

contacto: piedra.de.toque@live.com

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