José Luis Puga Sánchez
Sin pausas, atracando apenas en algunos puertos, con viento firme empujando su popa e hinchando sus velas, iluminado por un cielo diáfano y serenas estrellas, así transcurre la travesía de Tequezquital, el segundo libro de la poeta Ignacia Muñoz, presentado esta ocasión en la Facultad de Filosofía y Letras de la Autónoma de Tlaxcala, en el marco del día del libro.
Marisol Nava Hernández y José Antonio Mateos Castro ciñeron a nachita en la presentación de su libro, ante una miríada de miradas inquietas, atentas, de estudiantes y maestros de la facultad.
Ahí, ante ella, ante ellos, el doctor en filosofía Antonio Mateos dijo que “la poesía es un espejo a través del cual vemos la universalidad de la condición humana, pero también al misterio que rodea a cada ser en su estar en el mundo, en su relación con lo divino, con su naturaleza, con la muerte, con el tiempo, con los otros (as) y consigo mismo. En el texto encontramos metáforas que nos llevan al oleaje del desamor, el sufrimiento, el dolor, pero también a la alegría, a la luz, a la memoria de lo sido, imágenes que nuestra poetiza logra ver en la oscuridad y escuchar desde rituales simbólicos, desde el silencio. Sobre todo, regresa a la comunidad, a ese espacio construido por lazos fraternos que le dan significado y sentido a su ser”.
Mateos dijo que en el fluir del libro “encontramos un cantar poético nostálgico y esperanzador, una participación emotiva que hace un pacto con sus contradicciones, temores y esperanzas, canto que permite sentir la vida, la muerte, el amor, la tristeza, el olvido y la esperanza, metáforas que buscan un lugar en nosotros, en un espacio donde las palabras parecieran marcharse para dejar que el ruido de las maquinas se instale y ocupe su lugar”.
El doctor en filosofía observó que la vida humana se desenvuelve entre la historia universal que cargamos y la historia propia. Entre el encuentro gratuito que es la poesía y la búsqueda esforzada y violentada que es la filosofía, entre la luz y las tinieblas, entre el ascenso y el descenso, espacios donde construimos nuestro ser, nuestra existencia, nuestra morada (Heidegger), pero lo esencial es que hacemos de este mundo un lugar humano, habitable.
“Schopenhauer nos dice que ‘el poeta es el hombre universal: todo lo que ha conmovido el corazón de algún hombre, lo que en alguna ocasión la naturaleza humana, lo que en algún lugar habita y se gesta en un corazón humano, en su tema y su materia {…}’, así como lo refleja el poemario. María Zambrano nos dirá en ‘Filosofía y poesía’ –añade- que la poesía es una manera de ser, pues el poeta está siendo a través del arte poético y le basta desempeñarlo para existir, para la realización esencial del hombre, es por eso que el arte poético es la forma más pura de realización de la esencia humana y es esta, pues, la función –metafísica- de la poesía, dar esencia al poeta.
Dice Mateos que la palabra filosófica o poética “desde nuestra perspectiva, surge del delirio, del terror y la angustia ante la nada, pero también de la sorpresa, de la maravilla; ambos caminos son prisioneros del asombro de esto que lamamos realidad, mundo humano”. Estas palabras están marcadas por la interrogación y por el enamoramiento de las cosas que, por ejemplo, apunta, Ignacia Muñoz cita en este poemario, que son muchos los espacios naturales y humanos convocados naturales. Y son estas búsquedas que nos vuelven siempre problemáticos y son las que nos impulsan a explorar no solo nuestro pasado, sino también a apuntar la mirada hacia la posibilidad, para el poeta hacia su renacimiento.
A manera de conclusión dice que la autora plantea también la posibilidad de que nuestra existencia y nuestra experiencia en el mundo y con el mundo, con la naturaleza sea al final un reencuentro, un reconocimiento con los otros (as), con el espacio que habitamos. La escritura y la palabra como memoria, mantiene vivos a nuestros cuerpos, rostros y voces; a nuestro pasado y a nuestros muertos. “En esta constelación de imágenes nuestra poeta nos arroja para acompañarle a recoger y a considerar los fragmentos de su vida en este espacio que se llama Tequezquital”.
Catedrática en técnica y teoría en la poesía, la doctora Marisol Nava Hernández observó el título del poemario enfatiza un “topos”, un lugar que alude a la abundancia de sal, a una tierra semiárida, es decir, a un espacio que, contextualmente, podemos ubicar en la altiplanicie mexicana. Este locus poético circunscribe a todos los poemas con sus diferentes temáticas y preocupaciones humanas que expone con una disposición en verso libre.
Estructuralmente, dijo que el poemario está organizado en tres partes. La primera no tiene título, pero la segunda y la tercera sí: “Ojos de campo” y “Decir adiós”, y juntas conforman un nutrido libro de más de un centenar de poemas.
Para Marisol Nava el libro tiene dos hemisferios. En uno predomina el tono narrativo, en tanto se alude a algún personaje específico que se describe en su entorno, emplazado en alguna labor de su vida cotidiana, con anécdotas que la voz poética recuerda y que remiten al estilo presentado en los relatos orales; “significativamente, son los poemas que tienen un título, el cual alude a un personaje: ‘Arnulfo’, ‘Delfina’, ‘Villareal’, ‘Teresa’, ‘Ramón’, ‘Doña Chona’, ‘Maida’ o ‘Hermano Felipe’, por mencionar algunos. Son poemas cuasi narrativos, donde las vidas y las voces de esos personajes se escuchan como murmullos en este Tequezquital poético”.
Estos poemas predominan en las secciones “Ojos de campo” y “Decir adiós” y, en conjunto, se convierten en un memorial de personajes y acontecimientos que parecen nimios, pero al final evidencian su grandeza; varios de ellos se entintan con matices sombríos, pues la muerte deambula por esas historias, exhibiendo variedad de tragedias, ésas insoslayables pues evidencian que la muerte es la única y certera sombra humana, como acontece en el poema titulado ‘Guadalupe’: “Con la mirada me hizo plática. / ¿Cómo se siente?, le pregunté. / Sonriendo mostró su puño / en señal de que del accidente / se repondría. / Puse mi mano sobre la suya, / puso su otra mano sobre la mía. / Al ponerla, sentí que se despidió” (: 78). Este conjunto de poemas muestra una sencillez poética e inmediatez narrativa.
Por otra parte, dijo que hay poemas breves, donde impera la naturalidad, pero con sugerencia y delicadeza que los convierten en las joyas del poemario. Un ejemplo: “En la isla de las golondrinas/ lentamente el horizonte/ se inunda de estrellas” (:50). Varios de estos poemas nos recuerdan la estructura del haikú por su brevedad, sugerencia poética y la naturaleza descrita sutilmente. Otra muestra: “A la orilla de los trigales/ -a punto de madurar-/ florecen los mirasoles” (:93).
En este sentido, su lectura reveló que varios de estos poemas exponen figuras que signan a Tequezquital. “Entre las más notables encuentro la prosopopeya, esa delicada imagen que dota de alma a la naturaleza: “Ilumina la tarde. / Los fresnos coronados de pájaros / despiden al son con su canto” (:56), pero también que brinda cualidades humanas a lo inasible, como acontece en el siguiente poema que la autora escribe en náhuatl y en español: “Al anochecer / la soledad / como agua suave / se arrima / dice / vete a conseguir una luz / para caminar el sueño” (:120). Otra figura poética relevante es la sinécdoque, donde los fragmentos adquieren cualidades de la totalidad y que denotan esa sutil fisura humana expuesta en el poemario de Ignacia Muñoz Barba: “Aquí / en este lugar, / a la mitad / de la tarde, / mi corazón / canta de tristeza/ una vez más” (:112).
En los dos tipos de poemas comentados, Marisol Nava halló dos tópicos que destaca: El primero es la naturaleza del altiplano expuesta en todo su esplendor; así, el yo poético menciona árboles de la región, plantas, flores, pero también el viento, la lluvia y el sol, así como amaneceres y atardeceres, donde la bruma o el frío surgen para arraigarse en esas sensaciones poéticas.
Además, surgen referentes de nuestra cultura prehispánica que se conservan en nuestro estado, hecho que subraya ante el irrefrenable avance tecnológico y el asentamiento de la globalización que “borra las raíces culturales de nuestras comunidades; de este modo, el lector paladeará palabras de nuestra cultura y región como chinamite, tlecuil, ayocotes, ixtle, tepetate, zacate, molcajete y mazorca, por mencionar algunas, y que la autora dignamente recupera para delicia nuestra, pues forman parte de nuestra riqueza lingüística y cultural”.
La catedrática dice advertir en el poemario una mirada nostálgica, ya que percibe en la mayoría de poemas “esa pena por la pérdida de espacios, costumbres y personas, como se observa en versos tan emotivos como los siguientes: ‘No recorro más la ribera / del Zahuapan bajo la sombra / de las floridas jacarandas. / No me miran llegar los organillos, / la buganvilia, los duraznos y los / geranios. / No más tardes de olor a despeñadero / recién llovido’ (: 21); esta mirada nostálgica se impregna de tristeza y melancolía por el recuerdo de esas pérdidas: ’El grito que de ti guardo / en silencio me deja’ (:22). Así, esta sutil mirada de dolor y nostalgia recorre todo el poemario y varios de sus versos”.
Y junto a la nostalgia, al lado de la pérdida de referentes, Marisol Nava encuentra también sentimientos opuestos, como el amor: “A dulce caña / de tierra templada / saben tus besos” (:37) o en el luminoso destello que emite Agualuna, una presencia fugaz, pero cuya esencia cálida y esplendente permanece en la mente del lector: “Agualuna, ajena eres a los pinos marchitos / del seco bosque donde habita/ el zopilote que no sabe / de tu abrigo al anochecer / ni del rocío matinal de tu sonrisa” (:23), hermoso poema y tópico –sugiere Marisol- que podría ser motivo para un siguiente poemario de nuestra escritora.
Otro aspecto de la riqueza, en apreciación de la doctora, contenida en Tequezquital, es la honestidad en la voz poética que refleja el mundo de su autora, Ignacia Muñoz, “mi querida Nachita. Y es que uno va sintiendo esa transparencia de las palabras, de ese cosmos poético, donde la nostalgia y el arraigo se instauran como las ineludibles preocupaciones vitales y estéticas. Nada impostado encontramos en Tequezquital y eso es de valorarse completamente”.
En una época donde abundan los ebooks y los pdfs, así como la exuberancia de voces, cuyo objetivo y preocupación, recrimina Marisol Nava, es la vanguardia, la modernidad y la fama, un libro como Tequezquital se convierte en un entrañable objeto, pues esta edición de la autora remite a ese destino que el poeta asume, en donde no existe más compromiso que la poesía y los lectores.