José Luis Puga Sánchez
Las prendas textiles tradicionales en México se confeccionan con telas y con técnicas, pero se crean con historias, historias sobre el día, la noche, el nacimiento de un hijo, la muerte… Y el resguardo de estas narraciones fue conferido a la mujer, por lo que esas historias van más allá, profundizan más en el día, en la noche, en sus historias personales, en el nacimiento de un hijo, en la muerte, en los pensamientos, en los amores, en los desamores… y todo esto se borda.
El rescate y revaloración de estas historias, de la historia, motivó la realización del encuentro textil Mujeres y Telares, en su segunda edición, encuentro que de la mano del colectivo Casa Malintzi buscó difundir la historia ancestral de la producción de piezas textiles, en un hilo del tiempo, pasado por las diferentes etapas de México desde el siglo XV hasta el 2 mil.
Violeta Tapia Méndez, directora de Casa Malintzi, delineó la historia de cómo han ido cambiando nuestros textiles y una razón; las formas, los colores, la iconografía, la simbología, la cosmogonía, la cosmovisión hoy es diferente, pero el propósito es valorar el textil desde su historia de origen. “Y si portamos un textil, sea con este conocimiento, con este saber, no con una creencia, y portarlo con orgullo”.
Las mujeres –aseguró- guardamos, protegemos y cuidamos nuestros textiles. Por eso el encuentro está dirigido a la familia “a partir del linaje de la historia”.
En cinco siglos –explicó- los textiles han cambiado bastante. En su origen, las mantas se hacían a partir del telar de cintura, por eso es que la indumentaria es rectangular, pero el valor está en la historia que compartimos a partir de bordados, brocados, labrados, deshilados, tejidos… y hasta hoy que vemos la confección con pinzas, con cortes, con telas, lo que se ve incluso en pasarelas…
“Esto tiene un valor importante porque podemos revalorar una compra contemporánea, conociendo nuestra historia ancestral, cuando hablábamos de nuestros hijos, de nuestros abuelos, de nuestros padres y, además, cada flor tenía un color y representaba a un miembro de la tribu”.
También es cierto –dijo- que nuestros ancestros no solamente bordaban al linaje, a la familia, también bordaban la historia, lo que ocurría. ¿Cuánto se borda en la época de los españoles, en la conquista?… se deja de bordar por 200 años, por dos siglos, provocado por la pérdida de valoración de las culturas y productos originarios, porque para los conquistadores el valor de la historia no era importante, sino la cantidad y el tamaño de los textiles, para comercializarlos. “Hubo un momento de auge comercial tremendo. En Tlaxcala, en Contla, tenemos a grandes textileros hombres en telar de pedal, lo que es una introducción española, pero eran prendas para comercializar”.
Interroga:
¿Quiénes vestían a la familia?… ¡Las mujeres!
¿Quiénes guardaban las historias?… ¡Las mujeres!
Ahonda que los textiles hechos por hombres en su mayoría eran para comercializar, por ser quienes dan el sustento a la familia, sin embargo, “encontramos sarapes con una historia maravillosa, con tejidos, pero si hablamos de linaje, de familia, de sangre, las mujeres le dan mayor interpretación y valor a esta labor textil, porque las mujeres vestían a la familia. Recordemos que una mujer no se podía casar antes de los 15 años si no sabía cocinar, tejer y crear, que eran los conocimientos que les daban las abuelas. Y en estos conocimientos también estaba el valor del linaje”.
Ambas concepciones: las mujeres dirigen su atención hacia adentro, hacia la cultura, y los hombres dirigen su atención hacia afuera, hacia la comercialización, dice que perduran hoy día, siguen vigentes. “Y esto no está alejado de la historia, no nos podemos desasociar de nuestro origen. Eso es imposible. Tenemos cultura porque dialogamos, es imposible separarlo, pero es muy cierto que las mujeres van más allá, profundizan más en la historia, en el día, en la noche, en sus historias en el nacimiento de un hijo, en la muerte, en los pensamientos, en los amores, en los desamores y todo esto se borda”. Y también a partir de la historia económica y política del país. “Los bordados en la época de independencia no van a ser los mismos que en la revolución y eso se ve claramente”.
Fuera de las comunidades indígenas estas prendas son vistas, afirma Violeta Tapia, como patrimonio textil, pero más que un patrimonio recalca que lo deberíamos ver como esencia familiar, esencia mexicana. Su historia y su capacidad narrativa “nos llevan a revalorar y empezaremos por no preguntar cuánto vale, cuánto cuesta, porque la pregunta es cuál es su precio. El costo lo da los materiales, las técnicas. El valor lo da la historia”.
Piedra de Toque: ¿Entonces la sociedad ve a los productos textiles como un objeto, como algo para comprar, no como un compendio de saberes y de historias?
Probablemente algunos, desconozco porcentajes, pero tenemos la oportunidad de ver y portar nuestros textiles con la historia, con el patrimonio que tiene México, no solamente a partir del diseño, de la confección, de la moda, sino del origen, del valor. Que también las otras formas, en esta época contemporánea, van adquiriendo otros valores, pero no son valores de historia, son valores de confección, de diseño…
TEXTILES: TIEMPO Y VIDA
En la Pinacoteca del estado de Tlaxcala, acompañada por un grupo de mujeres nativas, mujeres de Contla de Juan Cuamatzi integradas a Casa Malintzin, espacio de cultura y tradición textil, su directora, Violeta Tapia, productora y diseñadora de prendas artesanales con su marca registrada ‘Hilos de mi corazón’, viajó en el tiempo y transportó a los presentes, sus espectadores:
Antes del arribo de los conquistadores, los textiles tradicionales se confeccionaban en telar de cintura, consecuentemente las telas eran solamente rectangulares. El telar de cintura se sujeta por medio de una cinta de cuero a las “tepaljuanas”, a la cadera, para sostener firme la tela, pero el movimiento se le imprime con la cintura, aunque no está sujeto a la cintura.
Los colores en manta cruda en esta etapa primigenia tuvieron un valor diferente, el blanco hablaba de ceremonias, pero no se refería a la pureza o a la castidad, esos valores fueron introducidos por los españoles. Para los pueblos originarios el blanco para hablaba de la dignidad humana.
Las piezas entonces tenían bordados y colores. Las mujeres hablaban de su cosmogonía, que es el origen de la vida, y de su cosmovisión, que es cómo vemos la vida.
Las piezas cuentan historias. Ejemplo: 28 cocoles bordados en el pecho de la blusa, significando los 28 días con que contaban el mes, y es un cocolito porque es la salida y la entrada del sol. Es un agradecimiento día a día, por un mes, por estar aquí y ahora. Hablan las mujeres de sus menstruaciones y de cuando estén pariendo. Hablan de vida y entregan una vida digna para vivir en sociedad, por eso se visten de blanco.
Desde la conquista y durante los siguientes dos siglos las prendas estarán desprovistas de color y de bordados, pues las creencias impuestas, si bien no nulifican, sí provocan el ocultamiento de las creencias originarias.
Además, a los españoles les interesan los grandes textiles, sus dimensiones. Las mujeres guardan, en consecuencia, todo su conocimiento, que se queda en las comunidades. Las prendas se confeccionan, entonces, casi sin colorido y con mínimos bordados.
Alrededor de los siglos XVI y XVII, como consecuencia de la difícil situación para los pueblos originarios a raíz de la colonización, la evangelización y el racismo, se registra “una gran migración” a los “lugares de trueno”, lugares en las montañas donde las mujeres tienen formas de vida y pensamientos diferentes. Las mujeres en las faldas de la sierra se van a comer a los animales, por eso predomina el rojo en la vestimenta, que es la sangre de los animales. Las que viven arriba, no; van a convivir con los animales, no tienen manera de intercambiarlos o “truequear” por alimento.
Además, en la confección de las blusas, mediante líneas de costura, las mujeres de arriba señalan los únicos caminos para subir. Es la forma en que ellos de comunican de qué región vienen y por cuántos caminos pueden llegar. Las mujeres de abajo bordarán lunas, porque van a parir más.
Las formas de las blusas antes eran con holanes, pero rectas. Después se le modificó y son amplias, porque “vamos a parir, vamos a amamantar”. En la antigüedad la ropa era para toda la vida y en algún momento las mujeres van a parir, a amamantar, por eso se hacen cada vez más cortos los huipiles y las blusas.
Los huipiles empiezan entonces a adquirir un valor ceremonial en su totalidad. Con el huipil llevaban a su familia, a su linaje.
Bordan flores verdes, que significan vida, pero en realidad están bordando retoños, hijos que vienen. No rosa o azul… ¡verde!
También bordan flores rojas, porque es la sangre, la familia. A través de la sangre se da la vida y también el alumbramiento.
Los anaranjados hablarán sobre los hombres y los rojos sobre las mujeres. El anaranjado simboliza la semilla, porque el hombre porta la semilla, trae el alimento.
Pero en esa evolución, con la injerencia de los colonizadores, se pierde la cosmogonía, se pierde la cosmovisión. Ya en tiempos de la revolución las mujeres rescatan las flores en sus vestidos, que no huipil porque no tienen esa forma, pero ya no porta una historia, solamente está bordado con una técnica y eso tiene un valor, un costo, pero no tiene la historia.
En la revolución la vestimenta de las mujeres no estaba bordada. Hay algunas fotografías que las muestran vestidas como las chinas poblanas… y las chinas poblanas fueron mujeres de clase acomodada, muy distantes de las mujeres campesinas. Diferentes realidades.
En ese momento revolucionario, mientras los hombres al entrar a las haciendas iban por la ganadería, por las semillas, por los documentos, las mujeres no iban por las ollas, iban por los textiles.
Las flores representan a la familia… y en la antigüedad había flores sagradas como la flor de cacao, la flor de calabaza. La espiga y la mazorca representan al hombre, en tanto que el cacao representa a la mujer.
Se tienen estos saberes del valor medicinal, ornamental, alimenticio, por eso es que las mujeres mexicanas bordan flores.
En cuestión de la técnica, bordaban con hilo una vuelta, pasaban por debajo de la tela y cortaban, para volver a repetir el proceso las veces necesarias. Era ida y vuelta. Ida y vuelta… “eso significa la vida. No puedes ir a otro lugar sin conocer tu pasado. Lo conoces y regresas. Iban y venían. Cada pueblo en su lectura. Cada pueblo a su modo”.
En el virreinato las técnicas y las telas cambian, por introducción de los colonizadores. Llegan los encajes, las chaquiras, los listones.
Recordar que en la época antigua las mujeres se casaban hasta que supieran dar de comer y vestir a la familia.
Su busca entonces la recuperación de las técnicas, pero con el añadido de los cortes, los elásticos, pero sin olvidar las flores tradicionales.
En la época moderna, contemporánea, ya tienen hombros, las blusas tienen otra forma y son cortas, faldas cortas estampadas, bordados que no tienen técnica, pero tienen color, tienen diseño, pero carecen de historia.
“Si hablamos de qué es un precio, cuál es el valor y cuál el costo, tendremos conceptos diferentes. El valor se lo da la historia; el costo implica los materiales y el tiempo invertido en la hechura; el precio lo da el mercado”, informa Violeta Tapia.
En el siglo XVIII llega el reboso. Antes estaba el ayate con el que la mujer cargaba sus ollas, sus yerbas, su leña, sus hijos… El reboso es de origen árabe, pero en México los españoles lo hacen largo y lo imponen a las mujeres para cubrirse la cabeza al entrar a la iglesia. En la revolución las mujeres se lo atan cruzado sobre el pecho para usarse como canana o carrillera.
Es en el momento revolucionario que nacen los estampados, cuando desde Estados Unidos llegaban costales de trigo con los intercambios comerciales que se hacían, donde las casas comerciales estampaban su logotipo. Esos costales fueron usados por las mujeres revolucionarias como vestidos, mientras las mujeres acomodadas vestían ropa bordada.
Pero toda la vestimenta, desde antes incluso de la revolución, había perdido su carácter narrativo, ya no contaba historias ni hablaba de las filias, de su alimento, de sus creencias y sus celebraciones. Era ya solo ropa bordada con muchos colores.
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