José Luis Puga Sánchez
Los ritos funerarios no nacen con la conquista. Tanto los europeos que llegaron en 1519, como los pueblos habitantes de la hoy llamada Mesoamérica, tenían sus propias formas de ceremonia para despedir a sus difuntos, pero esas formas de culto, a partir de la conquista y sobre todo en la colonia, fueron entremezclándose, retroalimentándose, para dar cuerpo a los actuales ritos de duelo y de sepultura.
El año pasado, durante la edición 2022 del festival La Muerte tiene permiso, organizado anualmente por alumnos de la carrera de Literatura de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Tlaxcala (UATx), tuvo lugar la mesa de diálogo precisamente sobre ritos funerarios, con la participación de los investigadores Laura Bety Zagoya Ramos, Sabeli Sosa y Nazario Sánchez Mastranzo
POLI EXPRESIVOS, LOS RITOS INDÍGENAS
Pero, ¿qué es un rito, un ritual?, interrogó de inicio Laura Bety Zagoya. Un ritual es –aclaró- un conjunto de prácticas relacionadas principalmente a una cosmovisión, a una ideología. Los ritos existen ya desde los neandertales, cuando les ponen cinabrio sobre el cuerpo y el enterramiento era acompañado por flores. Existía ya una noción de la muerte.
La momificación egipcia, por su parte, significaba perpetuar el cuerpo, acompañado de objetos y flores, quizá por los olores.
Los mesoamericanos, dijo Zagoya, creían en un aspecto dualista, siempre enfatizando si había vida o había muerte, si había sol o había luna, si había frío o había calor. “Pero esta visión cosmológica es muy antigua”.
Las culturas antiguas escogen lugares especiales para poner a sus muertos. Los rarámuris, por ejemplo, escogen ciertas cuevas.
Hay divinidades relacionadas a la muerte, la más famosa es Mictlantecuhtli, un dios descarnado, desollado, relacionado con el sacrificio humano, que para el mundo prehispánico el sacrificio lleva al más allá, “te convertirá a otro mundo diferente al terrenal”.
Bety Zagoya dijo que en el mundo mesoamericano las edificaciones las terminaban con sacrificios. De esa manera cerraban estas etapas constructivas.
También se refirió a rituales basados en las ofrendas de los niños, cuyos cuerpos generalmente han sido localizados dentro de vasijas, porque las vasijas están asociadas a la matriz y asociadas al cerro. “Entonces, el enterramiento de un niño no podría estar sobre la tierra, por eso se encuentran dentro de las vasijas”.
Ubicó, además, en la cultura tolteca-chichimeca, sin mayor abundamiento, el sacrificio por flechamiento, una suerte de paredón donde las balas fueron sustituidas por fechas.
Otro dios, atroz para los conquistadores a su llegada al observar el desollamiento de ciertos sacrificados, fue Xipe Totec. El sacrificio consistía en que mataban a la víctima, la desollaban y el sacerdote se ponía la piel del sacrificado.
Entre los ritos funerarios se encuentra la preparación de ciertos alimentos con carne humana. “Sabemos, por ejemplo, que sus tamales contenían carne humana, igual que el pozole y ciertos moles o ciertos guisados. No imaginemos el mole como mole poblano, pues en el mundo mesoamericano está más asociado al mole prieto actual de Contla, que es aguado, un líquido”.
En ese fugaz recorrido hizo una parada en el tzompantli, un muro construido con cráneos de los sacrificios humanos.
En el periodo posclásico, la etapa de los mexicas, uno de los ritos funerarios fue quemar el cuerpo, no enterrarlo, por eso “hay bultos mortuorios como representación de los gobernantes o de algunas otras personas”, abundó Zagoya.
La antropóloga precisó que ese muestrario de rituales indígenas, fue enriquecido con las aportaciones rituales de los conquistadores, lo que ejemplificó con las ofrendas con flores de color amarillo y el uso de dulces como el mazapán o el pan de ánimas. “También trajeron leyendas como una llorona similar a la nuestra, pero en el caso del mundo prehispánico, la llorona no es tanto como que pesar por sus hijos que mató en algún momento, es más como espíritus, como mujeres que andan vagando en las calles”.
Hizo mención a un relato antropológico, etnográfico, en Michoacán, relativo al nacimiento del volcán Paricutín. “Ahí la gente decía que antes que naciera el volcán, había una mujer de negro que tocaba las puertas y que aullaba; entonces la gente decía que ese era el espíritu del volcán. Pero es similar a la imagen española de la llorona, pero fue como la conversión”.
Recalcó la necesidad de tener en cuenta que estas festividades de muerto son producto de la mezcla del mundo prehispánico y del mundo colonial. “No es sincretismo, como decía Miguel León Portilla; somos otra cosa diferente; no somos lo mesoamericano, no somos lo católico. Y nos convertimos en cuestiones rituales en el acompañamiento a nuestros muertos, ejemplo en Mixquic, estado de México; Pátzcuaro, Michoacán, y Huaquechula, Puebla, donde se observa una suntuosidad no tanto como adoración a la muerte, sino el acompañamiento a nuestros muertos; es decir, que siempre están con nosotros y cómo nosotros los festejamos”.
LAS VERSIONES DEL CATOLICISMO
Nazario Antolín Sánchez Mastranzo, profesor-investigador en el Centro INAH Tlaxcala, habló de los rituales funerarios en el periodo novohispano. De entrada, subrayó que somos producto de dos culturas, pero culturas que chocan a partir de 1519, cuando los hispanos llegan a estas tierras llamadas hoy por los académicos Mesoamérica, pero que no se llamaba así, pues la definición académica fue creada en 1954 y se refiere a una gran región cultural que tiene muchas subregiones y Tlaxcala es una de ellas.
“Me asusta pensar cómo seguimos colonizando nuestra identidad. Anunciaron hace poco un evento de la gran tlaxcallan y en el náhuatl la doble “l” no suena como la “y” española y ojalá los literatos trabajaran en eso. Cuando escribimos la doble “l”, lo hacemos justamente para señalar la “l” larga: tlaxcallllan, no tlaxcallan, pero dicen que estamos recuperando, que estamos tratando de descolonizarnos y seguimos repitiendo todos estos errores o seguimos repitiendo estos viejos paradigmas que tampoco nos llevan a ningún lado, de tal suerte que incluso en la festividad del día de muertos, seguimos cargando más del lado católico, del lado hispano. Tenía razón Miguel León Portilla: qué es el sincretismo y para los antropólogos es muy fácil decir que es la mezcla, la combinación de lo indígena con lo hispano. El sincretismo tiene que ver con muchas cosas”.
Para 1519, los indígenas tenían un conglomerado de tradiciones aprendidas de otros pueblos de la misma Mesoamérica, mientras que los españoles no tenían un cristianismo puro, porque España había sido invadida por los moros. Y los tres frailes que viene de Flandes en 1523, luego en 1524 los doce primeros franciscanos, organizados ya como misión de evangelización, traen en su cabeza el cristianismo que aprenden en los conventos, recalca Mastranzo, pero traen también toda la influencia árabe en España. Así, lo que aprendieron los indígenas tlaxcaltecas fue un cristianismo influenciado por los árabes. No era el mismo cristianismo el de las casas de formación cristiana, que el de las comunidades y mucho menos las familias.
¿Qué estaba pasando en Europa cuando se topan con este nuevo continente? “Y digo: se topan. No nos descubren, no nos encuentran… se topan”, pues luego de la expulsión de los moros de España, los reyes católicos, Isabel y Fernando, trataban de buscar un camino más rápido para llegar a las indias orientales, es decir, por Asia y comercializar con las especias, que era el oro que estaban buscando para hacer nuevamente rica a España y sus provincias.
Ahora… ¿Qué es España? “España no nos descubre, no nos conquista… ¡No existe España en el siglo XVI! No es ni una provincia. Castilla y León son los dos grandes reinos que encabezan Isabel y Fernando, los que financian los viajes de Colón. No es España, sino los distintos reinos de la península Ibérica los que participan… y atrás de ellos los comerciantes, los políticos, los científicos…”.
¿Y cómo entendían el mundo? ¿Qué hay más allá de las nubes?…
Europa, dice Nazario Sánchez, pasa los años tratando de ser el mundo que Cristo promete. Está ahí la cuestión dual del cielo y el infierno. El cielo para los que se portan bien, para los que siguen los preceptos cristianos. El infierno para los que no lo cumplen… y había muchas maneras de perder el cielo.
Ahora… ¿Cómo entender la muerte en Europa en la baja edad media?, pues estamos en el periodo del siglo XIII al siglo XIV en España (que ya había dicho que no existía en ese momento). Se entiende que la muerte es el tránsito, pero los europeos de ese momento ven a la muerte como enemiga, la muerte de apropia de las actividades y se apropia del mundo europeo. Baste recordar las grandes epidemias, como la peste negra. Todo tiene que ver con la muerte.
Se construyen entonces infinidad de ritos que protegían de morir a los pueblos y a las familias y se ve a la muerte no como transición, un paso, un escalón… sino que la muerte es el fin de todo.
Se pinta la muerte entonces, primero, para que los cristianos no dejen de ser cristianos, pero la mayoría de cristianos oía los que los frailes, los clérigos, les predicaban, pero lo escuchaban de forma traducida, pues toda la liturgia, todos los ritos del cristianismo, eran en latín, idioma que la enorme mayoría de la gente desconocía, por eso tenían que escucharla de manera filtrada, interpretada, a conveniencia de los predicadores.
En muchos templos se pinta a la muerte como un esqueleto y se pinta como la gran emperatriz; se pinta como la que está por encima del Papa, por encima de los obispos y por encima de los reyes.
En muchos de los lienzos hoy conocidos como altares de ánimas, se encuentran tres niveles: la iglesia purgante, la iglesia militante y la iglesia triunfante. Arriba, la iglesia triunfante, son los santos patrones de los pueblos, la santísima trinidad; la iglesia militante son los fieles que realizan ritos para las ánimas de los que ya fallecieron, porque se entiende que el ser humano está compuesto por cuerpo y alma, y el alma es lo que aspira a llegar a la divinidad cuando se vive en la gracia. Todos los rituales pos mortem tienen el sentido de llevar el alma del difunto al cielo, a la gloria.
¿Y quién se condena?… Se condenan los suicidas, los que atentan contra dios, aquellos que atentan de manera violenta contra sus semejantes, salvo por la guerra, porque hay guerras con causas justas, porque hay guerras lícitas para el cristianismo.
El ritual funerario en la Nueva España, después de la combinación entre la forma de pensar de los europeos y la forma de pensar de los indígenas, tiene como misión ayudar a bien morir y aplicar los sacramentos, que son la confesión, la comunión, el viático, que es la comunión en peligro de muerte, y la extremaunción. Es decir, aplicar los santos óleos al difunto y hacer un testamento. Para el entierro hay un ritual especifico, que no es el mismo ritual cotidiano específico para los difuntos; “no se reza para los difuntos, que ya no están, de la misma manera que se reza para los vivos que están presentes”.
El proceso ritual todo tiene sus etapas: El novenario, los sufragios y las honras; es decir, la enfermedad, la agonía, la muerte, el entierro y el duelo.
Toda esta situación del bien morir, añade Mastranzo, se plasma en muchos documentos, los testamentos como ejemplo, en muchos de los cuales la gente pudiente, que puede pagar un testamento, inicia con la invocación: “en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, tres personas, un solo dios, sepan todos cuanto es esta carta vienen como yo… fulano de tal, entrego mi cuerpo a la tierra y mi alma a dios…”.
Desde el siglo XVI se elaboran manuales para hacer testamentos, manuales para confesar el peligro de muerte y todos los ritos relacionados sobre todo con la cuaresma, que están encaminados “para tener la vía directa al cielo y no pasar por una etapa que llamamos purgatorio, que es la etapa de transición entre los buenos y los no tan buenos”.
Para ilustrar su mensaje, Nazario Sánchez recurre al retablo de ánimas de Dan Dionisio Yauhquemehcan, al que califica como “una pintura de las más bellas que existen en Tlaxcala y entenderla, significaría entender el rito”.
Y habla también de mitos, de leyendas, de creencias, como aquella que habla de que en las faldas de la Malinche en este momento de todos santos vuelan mariposas blancas y negras, que son las almas de niños y grandes que viene a ver si ya se están haciendo los preparativos para el día de muertos… “y es cierto, si se va a la Malinche en la época se encontrará uno muchas mariposas blancas y negras y, curiosamente, después de todos santos desaparecen”.
Los templos, los retablos, son una vía para haber catequizado a los pueblos, recalca el historiador.
El arte funerario también lo califica como necesario, pues se encuentra ahí, por ejemplo, versos que de alguna manera tratan de ayudar en el duelo ante la pérdida.
Mastranzo demandó ver con respeto a la muerte. “Me llama la atención, por ejemplo, como hemos asumido el caso de la catrina como un elemento propio de esta temporada. Cuando José Guadalupe Posada creó la calavera garbancera, no para Todos Santos, la crea como una forma de burlarse de los garbanceros, que son esos indígenas afrancesados que, olvidándose de sus orígenes, trataban de copiar modelos y formas distintas a su identidad. Quien la da después la forma que conocemos es Diego Rivera”.
Convocó finalmente a buscar las nuevas narrativas contemporáneas sobre la muerte en las comunidades, buscarlas en los hombres y en las mujeres, “porque tenemos formas distintas de ver la muerte y si vemos de forma distinta a la muerte y al nacimiento, cómo entonces no ver distinto el mundo cotidiano, tener formas distintas de aprender el quehacer cotidiano”.
TRASTOCÓ LA PANDEMIA VIDAS Y RITOS
La última intervención en la mesa correspondió a la antropóloga social Sabeli Sosa, quien ubicó su participación en la reciente pandemia y la muerte, aunque dejó en claro que las suyas son únicamente observaciones generales por no tratarse de una investigación.
Dijo que la pandemia no solamente arrebató la vida a millones de personas en el mundo, también cambió ritos y símbolos funerarios, el más evidente fue la imposibilidad de vivir el duelo en compañía de otras personas. Sencillamente sepultaban a la persona muerta, sin más ritual.
En ese corto pero gigantesco periodo de 2020 y 2021, cuando el cuerpo era cremado los deudos recibían sus cenizas, se improvisaban altares con fotos de los fallecidos, para realizarse rezos, misas y rosarios virtuales.
En pandemia, la celebración del día de muertos fue solamente doméstica, prohibidas las visitas al panteón, aunque resaltó la vigencia, pese a la prohibición para sociabilizar, de las movilizaciones de colectivos feministas en protesta contra la violencia de género, situación que en pandemia se disparó. La celebración de muertos “se transforma, entonces, en un símbolo de protesta social y movilización colectiva para exigir justicia frente a la alta ola de feminicidios en nuestro país”.
Los rituales –reflexionó- no deben estar separados de los contextos políticos y económicos de los que forman parte; debemos estudiarlos ahí, porque en ellos tienen sentido y cobran significado.
Llamó finalmente a cavilar con detenimiento sobre la manera en que se transformaron los rituales funerarios en el contexto de la pandemia, dónde hubo continuidad, dónde ruptura, qué nos dicen esos rituales de la sociedad más amplia en términos políticos y económicos, “porque si nos centramos únicamente en la expresión ritual, perdemos de vista el conjunto de la sociedad”.
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