José Luis Pérez
La literatura universal tiene numerosos ejemplos de obras dedicadas a la expresión de los sentimientos amatorios o a la descripción de experiencias y sensaciones físicas relacionadas con el amor y la sexualidad. Y es, sobre todo en la lírica, donde podemos encontrar un amplio abanico de autores y temas relacionados con el erotismo.
En el libro “El don de la ebriedad y otros poemas”, del poeta español Claudio Rodríguez, aparece un texto titulado “Ahí mismo”, un poema que, utilizando un simbólico lenguaje litúrgico, describe el sexo femenino. El coordinador de la edición, Ángel L. Prieto, lo describe así: Desde el título a los versos finales, el poema se construye como una prolongada deixis del sexo femenino después del amor, mediante una caracterización que se nutre de vocablos del ámbito religioso y monástico: “altar”, “redentora”, “cáliz”, “celda” … Algunos términos que indican oscuridad o difuminación (“niebla”, “humo ciego”, “a oscuras”) remiten a una docta ignorancia que propicia la pasividad receptiva, donde la inocencia contemplativa está bañada por la claritas (“luz”, “transparencia”, “resplandor” …). Se trata de una oposición de contrarios propia de las experiencias místicas.
AHÍ MISMO
Te he conocido por la luz de ahora,
tan silenciosa y limpia,
al entrar en tu cuerpo, en su secreto,
en la caverna que es altar y arcilla,
y erosión.
Me modela la niebla redentora, el humo ciego
ahí, donde nada oscurece.
Qué trasparencia ahí dentro,
luz de abril,
en este cáliz que es cal y granito,
mármol, sílice y agua. Ahí, en el sexo,
donde la arena niña, tan desnuda,
donde las grietas, donde los estratos,
el relieve calcáreo,
los labios crudos, tan arrasadores
como el cierzo, que antes era brisa,
ahí, en el pulso seco, en la celda del sueño,
en la hoja trémula
iluminada y traspasada a fondo
por la pureza de la amanecida.
Donde se besa a oscuras,
a ciegas, como besan los niños,
bajo la honda ternura de esta bóveda,
de esta caverna abierta al resplandor
donde te doy mi vida.
Ahí mismo: en la oscura
inocencia.
La voz del poeta se ve atrapada en un delirio contemplativo del sexo femenino y la terminología de ritual sagrado aparece ya desde el primer verso: Te he conocido (si entendemos el verbo conocer con su bíblico significado de ‘tener relaciones sexuales’), que luego se ve reforzado en el tercer verso: al entrar en tu cuerpo, en su secreto, / en la caverna… Y aquí comienza la prolongada deixis del sexo femenino, después del amor que culmina en los versos finales: bajo […] esta caverna abierta al resplandor / donde te doy mi vida.
Además de la simbología religioso-monástica citada por Ángel L. Prieto (“altar”, “redentora”, “cáliz”, “celda”) y de la contraposición oscuridad-claridad, que puede tener relación con la caverna de Platón, donde las luces y las sombras crean realidades distintas dependiendo del punto de vista, nos encontramos con una serie de definiciones del sexo femenino relacionadas con uno de los elementos presocráticos de la naturaleza, la tierra, a la que Jenófanes atribuyó el origen de la vida, el principio de todas las cosas. Así aparecen los conceptos arcilla, erosión, mármol, sílice. arena, caverna (en dos ocasiones), bóveda, grietas, estratos, relieve calcáreo, que convierten la vulva y la vagina en una estructura terrenal, tangible, tridimensional y polimorfa, generadora de un éxtasis vital, religioso.
Pero esta visión terrenal también tiene su contrapunto en una perspectiva onírica, ya que también el sexo femenino es la celda del sueño diluida en la transparencia.
El estado de arrobamiento y admiración que se observa en la composición poética de Claudio Rodríguez, contrasta con el punto de vista metafísico y analítico con el que Carlos Marzal, otro poeta español, aborda la descripción del órgano sexual externo femenino en su poema “El origen del mundo”, que aparece en el poemario Metales pesados:
EL ORIGEN DEL MUNDO
A Felipe Benítez Reyes
No se trata tan sólo de una herida
que supura deseo y que sosiega
a aquellos que la lamen reverentes,
o a los estremecidos que la tocan
sin estremecimiento religioso,
como una prospección de su costumbre,
como una cotidiana tarea conyugal;
o a los que se derrumban, consumidos,
en su concavidad incandescente,
después de haber saciado el hambre de la bestia,
que exige su ración de carne cruda.
No consiste tan sólo en ese triángulo
de pincelada negra entre los muslos,
contra un fondo de tibia blancura que se ofrece.
No es tan fácil tratar de reducirlo
al único argumento que se esconde
detrás de los trabajos amorosos
y de las efusiones de la literatura.
El cuerpo no supone un artefacto
de simple ingeniería corporal;
también es la tarea del espíritu
que se despliega sabio sobre el tiempo.
El arca que contiene, memoriosa,
la alquimia milenaria de la especie.
Así que los esclavos del deseo,
aunque no lo sospechen, cuando lamen
la herida más antigua, cuando palpan
la rosa cicatriz de brillo acuático,
o cuando se disuelven dentro de su hendidura,
vuelven a pronunciar un sortilegio,
un conjuro ancestral.
Nos dirigimos
sonámbulos con rumbo hacia la noche,
viajamos otra vez a la semilla,
para observar radiantes cómo crece
la flor de carne abierta.
La pretérita flor.
Húmeda flor atávica.
El origen del mundo.
Como podemos ver, el poema de Carlos Marzal podría parecer un texto argumentativo, un ensayo histórico y, sobre todo, biológico. Después de las tres primeras estrofas en las que define el sexo femenino por eliminación de conceptos:
No se trata tan sólo de una herida…
No consiste tan sólo en ese triángulo
…de pincelada negra…
El cuerpo no supone
el poeta concluye con una definición, lo que podría considerarse como una tesis del ensayo propuesto:
Húmeda flor atávica. / El origen del mundo.
Marzal no pretende, como sí lo hacen los textos argumentativos, persuadir o convencer, sino que quiere expresar su posición de poeta y las sensaciones que le produce su analítica visión del sexo femenino. Para ello utiliza un lenguaje figurativo, simbólico, asociando distintos significados cercanos a la propia naturaleza humana (herida, cicatriz), al mundo vegetal (flor) o totalmente abstractos (argumento, origen):
herida de deseo,
concavidad incandescente,
triángulo de pincelada negra,
único argumento del amor y de la literatura,
el arca que contiene la alquimia milenaria de la especie,
la herida más antigua,
la rosa cicatriz de brillo acuático,
la hendidura,
la flor de carne abierta.
la pretérita flor,
húmeda flor atávica,
el origen del mundo.
Hasta aquí la primera introspección en la lírica erótica, centrada en la descripción del sexo femenino (por parte de voces de clavel varonil).
Octavio Paz concibió, desde 1965, un ensayo que acabó redactando materialmente entre marzo y abril de 1993. El texto apareció publicado al año siguiente en el número 210 de Vuelta, revista fundada en 1976 por el ilustre Premio Nobel, entre otros autores.
En dicho estudio, titulado La llama doble: amor y erotismo, Octavio Paz afirma que hay una pregunta que se hacen todos los enamorados y en ella se condensa el misterio erótico: ¿quién eres? Pregunta sin respuesta… Los sentidos son y no son de este mundo. Por ellos, la poesía traza un puente entre el ver y el creer. Por ese puente la imaginación cobra cuerpo y los cuerpos se vuelven imágenes.
La relación entre erotismo y poesía es tal que puede decirse, sin afectación, que el primero es una poética corporal y que la segunda es una erótica verbal. Ambos están constituidos por una oposición complementaria. El lenguaje —sonido que emite sentidos, trazo material que denota ideas incorpóreas— es capaz de dar nombre a lo más fugitivo y evanescente: la sensación; a su vez, el erotismo no es mera sexualidad animal: es ceremonia, representación. El erotismo es sexualidad transfigurada: metáfora. El agente que mueve lo mismo al acto erótico que al poético es la imaginación. Es la potencia que transfigura al sexo en ceremonia y rito, al lenguaje en ritmo y metáfora. La imagen poética es abrazo de realidades opuestas y la rima es cópula de sonidos; la poesía erotiza al lenguaje y al mundo porque ella misma, en su modo de operación, es ya erotismo. Y del mismo modo: el erotismo es una metáfora de la sexualidad animal. ¿Qué dice esa metáfora? Como todas las metáforas, designa algo que está más allá de la realidad que la origina, algo nuevo y distinto de los términos que la componen. Si Góngora dice púrpura nevada, inventa o descubre una realidad que, aunque hecha de ambas, no es sangre ni nieve. Lo mismo sucede con el erotismo: dice o, más bien: es, algo diferente a la mera sexualidad.
Este vínculo tan íntimo y estrecho entre poesía y erotismo es el objeto de este estudio. Presenté ya en este mismo artículo un aspecto especial de esta lírica relacionada con el amor y el sexo; en concreto, aquel en el que los poetas describían los órganos genitales –femeninos, en esa ocasión–, como era el caso de Claudio Rodríguez con “Ahí mismo” o de Carlos Marzal con “El origen del mundo”. Mientras el primero hacía una descripción cargada de embelesamiento místico, de adoración extática hacia el sexo femenino, el segundo enfocaba su mirada analítica a presentar un retrato histórico-biológico del mismo.
Ahora mostraré otros textos con idéntica temática, pero con otra característica más añadida: todas son voces femeninas que muestran su propio sexo. A pesar de la evidente disimilitud que hay entre describir algo personal o algo ajeno, Anaïs Nin plantea, además, una diferencia entre el concepto que tiene la mujer y el que tiene el hombre de lo que es el erotismo; para la mujer siempre hay una conexión entre el amor y la sensualidad, no se pueden separar como lo hacen los hombres.
En la época de la ilustre escritora podría tener cierto cariz de verosimilitud esta afirmación, pero, además de que casi todo es relativo, la sociedad actual ha evolucionado tanto que su afirmación se convierte, per se, en relativa –valga la redundancia relativista–.
La primera voz poética que presento pertenece a Yolanda Castaño, poeta coruñesa que, en “Cousas que comezan por y” (Cosas que empiezan por y), perteneciente a su libro A segunda lingua, nos habla de situaciones sencillas, abstracciones imposibles, caminos interiores por recorrer y paradójicos itinerarios presentes… Para finalizar describiendo –con una pincelada a medio camino entre lo figurativo y lo abstracto– su sexo:
COUSAS QUE COMENZAN POR Y
[…]
e, entre as pernas, o meu sexo
que tamén comenza
por Y.
COSAS QUE EMPIEZAN POR Y
[…]
y, entre las piernas, mi sexo
que también empieza
por Y.
La siguiente poeta, Dina Posada, salvadoreña afincada en Guatemala, es una de las precursoras de la literatura erótica centroamericana de finales del siglo XX, junto con Carmen Matute, Ana Istarú y Jacinta Escudos, entre otras. Dina editó su segunda obra en 1996: Fuego sobre el madero, un libro que tuvo que publicar mediante edición propia, ya que las editoriales rechazaron el manuscrito –¡¡En 1996!!–.
“Sexo” pertenece a esta obra finisecular. Se trata de un texto que tiene concomitancias con la visión sacra de Claudio Rodríguez (Templo de toda sangre […] Sepulcro de vírgenes) y se acerca a las tesis vitalistas y cronológicas de Carlos Marzal (tibia hendedura […] Arca que guarda el primer estupor), los dos autores que vimos con anterioridad en este artículo. Pero el poema puede tener otras lecturas, como por ejemplo la posibilidad de describir su sexo a partir de un punto de vista íntimo, personal y, a la vez, trascender desde una perspectiva especial, dada su condición de mujer. Esta manifestación pública es una manera de compartir, de no ocultar algo que siempre ha sido escondido o censurado. Y todo ello desde un plano reflexivo, pero, a la vez, aportando cierta carga de sensualidad (tibia, agua-fuego, sedienta) en sus descripciones.
Destacando los sustantivos con los que equipara su sexo, al comienzo de los versos, sabremos qué valor, como origen y fundamento vital, le otorga la autora; conoceremos las peculiares características formales y funcionales que le asigna y sus consecuentes sensaciones:
Hendidura: elemento corpóreo que contacta con la vida o la recrea de manera consciente.
Templo: lugar sagrado, origen de la vida.
Arca: urna del éxtasis, del asombro primigenio.
Sepulcro: lugar que es objeto de culto, adoración y rituales arcanos.
Mina: concavidad que acoge el fuego del deseo y, paradójicamente, lo sofoca.
Laguna: contradictorio depósito donde se puede morir de sed si la libación no es sincera.
Estancia: donde la independencia y el dominio se hacen realidad.
Y este es el poema de Dina Posada:
SEXO
Al cabo de los muslos
tibia hendedura
donde convulso el acento se hunde
escapando al olvido
Templo de toda sangre
Arca que guarda el primer estupor
Sepulcro de vírgenes
Mina de agua espontánea
en que el fuego trastornado se vierte
Laguna donde muere sedienta la mentira
Estancia de tiempo perdurable
El siguiente texto lírico, “Propuesta del higo”, de Carmen Matute –guatemalteca coetánea de Dina Posada– cambia por completo el discurso especulativo visto hasta ahora en los tres autores anteriores y se acerca al erotismo que se mueve alrededor de la sugerencia, del deseo, de la excitación de los sentidos y de la provocación. Al hilo de esta afirmación, hay que precisar los límites entre erotismo y pornografía, que Luisa Valenzuela explica certeramente: La pornografía es la negación de la literatura porque es la negación de la metáfora y de la sugerencia, de lo ambiguo. Es una reacción material en el lector, una excitación sexual directa; en cambio el erotismo, que puede ser tremendamente procaz y fuerte, pasa por el filtro de la metáfora y por un lenguaje más poético. La pornografía no entra dentro de la disquisición literaria.
Aclarados estos conceptos, se transcribe el poema de Carmen Matute:
PROPUESTA DEL HIGO
Te propongo
la dulzura del higo,
su carne sonrosada,
replegada y húmeda
como un animal marino.
Goza el misterio de este fruto,
su textura de molusco,
su íntimo tamaño.
Tersa,
su pulpa
apremiará el deseo
de tu lengua.
Te propongo
las delicias del higo.
Muerde su violado,
desamparado centro,
prueba de nuevo -empecinado-
su carne
que guarda mieles y diluvios.
Las delicias y dulzura del higo
-pequeño y desbordado-
tan sólo te propongo.
Que tu boca profunda
se demore
en el dulzor secreto,
que asalte con lentitud
su carne desvelada.
Deja que a tu paladar
traiga la memoria
de sabores primitivos.
Poco más que añadir a esta alegórica propuesta, donde los sentidos son protagonistas y el desplazamiento de significados crea sugerentes deseos y provocativas situaciones.
Hemos visto algunos aspectos de la lírica relacionada con el deseo sexual y, en concreto, con el sexo de la mujer, a partir de distintos puntos de vista y desde diferentes voces poéticas, tanto masculinas como femeninas. Ahora toca el turno a los órganos genitales del hombre, donde nos encontramos con notables diferencias. La primera característica, y la más evidente, es que el tratamiento del sexo masculino no es tan uniforme y “benevolente” como ocurre con el femenino.
Los genitales masculinos son descritos poéticamente desde dos visiones totalmente opuestas. Una de ellas es la que, sobre todo a través de voces femeninas, trata de saldar deudas, depurar y cuestionar actitudes o modelos masculinos decadentes, con menoscabo o de forma burlesca. Este tipo de textos no entran en el campo de la literatura erótica y deberán ser analizados en otro momento.
La otra visión, opuesta a la anterior, se enmarca en la línea extática, analítica y de sensual admiración ya comentada anteriormente con el sexo complementario. Para definir la posición de estas voces líricas “positivas”, cito las palabras de Bañuelos Ceseña: La poesía erótica es una modalidad de conjuro literario que explora el misticismo del sexo y libera al cuerpo del mandato de la reproducción, de las ataduras morales: es la confesión del deseo; un deseo cargado de tensión y angustia, que emerge a la superficie entintando las palabras, y que constituye el núcleo de un discurso amoroso que deviene del inconsciente y sus profundidades. En el caso de las poetas que vamos a citar más adelante, este enfoque tiene un sentido de emancipación de las ataduras morales impuestas desde la antigüedad y, como consecuencia, resulta ser la expresión sincera de sus sentimientos, desmitificando paradigmas masculinos o, simplemente, superando modelos trasnochados.
Un ejemplo de esta liberación de las trabas para expresar las inclinaciones sexuales de la mujer, lo tenemos en el poema de la jerezana Josefa Parra:
He visto la poesía
creciéndote en los muslos.
He visto por tu carne
el eje de mi voz, y las palabras
tatuando tu cintura.
Ahora comprendo, porque está tan claro, que nunca dejaré de desearte.
Otra peculiaridad más, relacionada con la erótica deíctica del sexo masculino, es que las voces poéticas son mayoritariamente femeninas. He localizado un poema de Vicente Aleixandre que veremos más adelante, y algunos textos de poetas franceses (Paul Verlaine, Théophile Gautier…), pero creo que estos últimos no cumplen con los cánones de la poesía erótica, citados por Luisa Valenzuela en la anterior entrega –dado su lenguaje procaz, directo, ausente de sugerencias y de metáforas– y por ello no se pueden considerar adscritos a esta literatura erótica. Bañuelos Ceseña lo explica perfectamente: El poema erótico rinde pleitesía a los sentidos y a la voluptuosidad a través de la contemplación del otro, cada línea enaltece el acto amoroso o exalta los deleites sensuales transformando la conducta sexual en un rito solemne; los cuerpos ya no son sólo carne y vísceras: son mares que se agitan y mezclan, son lodo y arcilla donde se hunden las manos curiosas o manantiales cristalinos que se derraman […]. De esa manera el erotismo se convierte en una experiencia transgresora, donde los amantes declaran sus pasiones y viven la exuberancia de las sensaciones de forma extraordinaria.
En este juego sensual y contraventor se incluyen algunas de las poetas que publican sus obras a finales del siglo pasado. Así lo puntualiza M. Rosal: Los poemas en los que la mujer dirige la escena erótica, son bastante abundantes en la poesía contemporánea a partir de los ochenta. El deseo femenino se expresa a veces en una revisión de los mitos y arquetipos clásicos, como lo manifiesta Inmaculada Mengíbar al revisitar las imágenes de Ulises y Penélope en “Cosas de mujeres”.
Pero seamos realistas:
Penélope, cosiéndole,
no es más feliz que yo
ahora mismo rompiéndole
la cremallera.
Ya en generaciones anteriores a Inmaculada Mengíbar encontramos el tratamiento del cuerpo del hombre con un carácter sagrado. Juana Castro y Clara Janés son dos ejemplos de esta erótica contemplativa. A esta última autora pertenece el siguiente poema:
Estuve con un joven
y supe al fin lo que era
el violento arrebato, la agilidad vibrátil,
cavidades melosas en la carnosa pulpa
suavemente entreabierta
hasta el linde dehiscente,
el perfecto engranaje,
la densidad precisa de jugos derramados,
la inclinación debida,
la posición exacta,
y la sabiduría del mutismo,
la belleza de un glande.
Un texto donde el gozo y la sensualidad son evidentes. Es la exaltación del amor, del arrebato y la fogosidad en movimiento, para conseguir un clímax de arrobamiento. Clara Janés nos introduce, a través de un breve relato, en una detallada película descriptiva, donde el encuadre y la composición de las palabras van creando la estética del goce de los sentidos. Y uno de los instantes más alegóricos del poema viene dado a través de la palabra dehiscente, una imagen extraída de la Botánica (se aplica al fruto cuyo pericarpio se abre naturalmente para que salga la semilla).
Una de las poetas que más destaca en la descripción física del sexo masculino es Ana Rossetti. Lo podemos comprobar en el siguiente poema cargado de imágenes metafóricas:
Cibeles ante la ofrenda anual de tulipanes
Desprendida su funda, el capullo,
tulipán sonrosado, apretado turbante,
enfureció mi sangre con brusca primavera.
Inoculado el sensual delirio,
lubrica mi saliva tu pedúnculo;
el tersísimo tallo que mi mano entroniza.
Alta flor tuya erguida en los oscuros parques;
oh, lacérame tú, vulnerada derríbame
con la boca repleta de tu húmeda seda.
Como anillo se cierran en tu redor mis pechos,
los junto, te me incrustas, mis labios se entreabren
y una gota aparece en tu cúspide malva.
Para finalizar este apartado dedicado a la lírica del sexo masculino, traigo aquí la voz de Vicente Aleixandre. Después de su primera etapa más cósmica y surrealista, el poeta se inclina, posteriormente, por lo humano: En esta nueva etapa lo cósmico ya no prima sobre lo humano. Lo aparentemente insignificante, el detalle, el mínimo gesto, es ahora lo que se impone en el verso. Incluso el cuerpo humano se observa en las partes que lo definen: “El vientre”, “El brazo”, “El sexo”, “El pelo” …
Fruto de este minucioso análisis reflexivo es el siguiente texto “El sexo”, que presenta una visión vitalista donde el miembro varonil aparece representado como un fruto repleto de luz y de fuego que es capaz de sembrar, de crear nueva vida:
El Sexo
I
Pendiente de ese tronco
el fruto consta en vida.
Su materia consiente
una verdad durable.
En la sombra él madura,
si por siglos, finito,
y no cae sino cuando
el árbol rueda en tierra.
Fruto de carne o masa
de vida congruente,
pálido en su corteza,
nudosa nuez compacta.
La sangre rueda y pasa,
y ardiente sigue y vase,
mientras el viento pone
la vida en llamas y arde
doble tiniebla absorta.
Eje del sol que un rayo
descargará sin duelo
y estallará en la liza
dentro en la sombra exacta.
Oh, conjunción del fuego
con su materia idónea.
Fuego del sol, o fruto
que al estallar se siembra.
Las siguientes secciones de esta serie de artículos dedicados a poetas que han navegado por los piélagos de la lírica amorosa, apuntando la proa directamente al sexo –masculino o femenino–, cambian su rumbo. No continúan el estricto orden biunívoco (poetas masculinos => sexo femenino, poetas femeninas => sexo masculino, etc.). Se trata de recopilar una breve antología que busca lo original –dentro de la propia singularidad que conlleva de por sí este tema– y pretende sorprender con autores famosos que se adentraron alguna vez en el mundo de la erótica hecha poesía y de curiosos e insólitos poemas merecedores de estar en esta breve antología.
La primera parte de este sucinto florilegio está dedicada a poetas de principios del siglo XX, el novecentista Juan Ramón Jiménez y los poetas del 27, Rosa Chacel y Vicente Aleixandre. Curiosamente, el primero y el último recibieron el Premio Nobel de Literatura.
Comenzamos con Vicente Aleixandre, del que vimos en el capítulo anterior un poema dedicado al sexo masculino. Si en ese primer texto, el fuego, la luz y la vida dominaban la escena, también ahora son elementos de la naturaleza los que aparecen creando una descripción onírica, más allá de la realidad física, donde el sexo femenino es un Lecho para el agua viva en el que el tiempo se detiene, es luz y genera luz; pero a la vez es sima voraz donde el rayo penetra para fundirse con la noche perfecta de los dos amantes:
El Sexo
II
Entre las piernas suaves pasa un río,
lecho insinuado para el agua viva;
entre la fresca sombra o un humo quedo
que en el terso crepúsculo está inmóvil.
Entre los muslos, sólo el tiempo quieto,
el tiempo que no pasa, eternamente,
inmortal, sin nacer, entre las sombras.
Entre las piernas bellas solo un río
en el fondo se siente cruzar único.
Agua oscura sin tiempo que no nace
y que sobre la tierra desemboca.
Oh, hermosa conjunción de sangre y flor,
botón secreto que en la luz perfuma
el nacimiento de la luz creciendo
de entre los muslos de la bella echada.
Ruda moneda o sol que exhala el día
naciendo de ese cuerpo dolorido,
presto al amor cuando el cenit empuje
al adversario que agresivo avanza.
Misterio entonces del ocaso ardiente
cuando como en caricia el rayo ingrese
en la sima voraz y se haga noche:
noche perfecta de los dos amantes.
Rosa Chacel proyectó (en 1936), junto con Rafael Alberti y María Teresa León, un libro compuesto exclusivamente con sonetos. Se trata de una poesía de circunstancia, como la propia autora reconoció: son poemas con un destinatario de nombres y apellidos propios y al lector le es muy difícil penetrar en ese recinto. Si a esto le añadimos la influencia del gongorismo, del vanguardismo y, sobre todo, del surrealismo, evidentes en todo el poemario, vemos que la autora pretendía la combinación de imágenes surrealistas, en su calidad de escritura desatada que procede del subconsciente y, por tanto, de los dominios de la memoria libérrima, y la “jaula estricta de los catorce versos”, el soneto, verso clásico que, a modo de “vaso sagrado”, contuviera las más “informes, abruptas e incongruentes imágenes”, esa libertad inextricable del surrealismo.
El soneto elegido de su libro “A la orilla de un pozo” está dedicado a Paz González, coetánea de Rafael Alberti, María Zambrano, Nikos Kazanzaki, María Teresa León, Concha de Albornoz y otros amigos a los que dedica su obra. El sexo femenino es presentado como una estrella, pasionaria o rosa, donde se esconde la historia de muchas mujeres y que resulta ser un receptivo cáliz generador de fuego puro:
A Paz González.
En un corsé de cálidas entrañas
duerme una estrella, pasionaria o rosa,
y allí la casta Ester, la misteriosa
Cleopatra y otras cien reinas extrañas
con fieros gestos e indecibles mañas
anidan entre hierba rumorosa.
Allí hierve el rubí que no reposa,
pulsan sus arpas mélicas arañas.
Allí en el cáliz de la noche umbría
sus perlas vierte el ruiseñor oscuro.
Allí sestea el fiel león del día.
En su escondido sésamo seguro
custodia el grifo de la fantasía
de hirviente manantial el fuego puro.
En su primera etapa como poeta, Juan Ramón Jiménez tuvo contacto con la generación anterior a la suya –el modernismo– y, en esa época –1901–, es cuando nuestro ilustre poeta ingresa en una casa de salud de Burdeos, para recuperarse de la depresión producida por la muerte de su padre. Parece que el consuelo no lo encuentra en el médico que lo atiende, sino en su esposa, Marie Roussié, a la que dedica un encendido poema, de versos alejandrinos asonantados, donde late la inmensa fascinación por la belleza femenina que parece desprenderse de estas palabras suyas: “Una mujer bella e inteligente, vale más que un hombre de genio; una mujer solamente agradable vale más que un hombre culto”.
Publica en 1913 este poema, junto con otros de parecidas características en su libro titulado “Libros de amor”, siendo su obra más sensual y erótica, y por ende la más humana. Zenobia Camprubí, en el otoño de 1913, lo retiró de la imprenta por encontrarlo inconveniente y así quedó hasta que fuese devuelto la luz. En 1964 la Editorial Aguilar, hizo una primera edición de la mano de Francisco Garfias y, en 2007, José Antonio Expósito volvió a publicarlo en la Editorial Linteo. Dice F. Garfias sobre el J.R.J. que escribió estos versos: Lo que hay en él de árabe sensitivo le enerva la sangre, y sus agudos y sensuales trasmundos encuentran, en el verso alejandrino asonantado, una cadencia mórbida y doliente muy propicia a sus quejas de amor.
Tu sexo negro, suave como un plumón de pájaro,
entre las sedas blancas, amarillas y malvas
es como un faro –imán luminoso a mis ojos–
en un revuelto mar de tibias olas pálidas.
Un aroma sutil como de islas exóticas
en la tibieza suave de tus muslos flotaba.
¡Naufragué locamente, sin orden ni sentido
en el oleaje de tus faldas perfumadas!
Con qué tristeza, luego, como en un alba débil
de suaves nubes rosas, amarillas y malvas,
vi apagarse la luz de sombra de la noche
desde el hastío roto de la indolente playa…
Luis Alberto de Cuenca, como buen observador del mundo y de los micro universos que lo rodean, nos transmite, a través de una voz poética extasiada, la conmoción contemplativa y la exaltación de un espíritu reflexivo. Mediante once versos endecasílabos y un diálogo indirecto (Dime… Dime…) presenta en dos tiempos (adorarte / extasiarme) un “Paisaje con figura rasurada”:
PAISAJE CON FIGURA RASURADA
Dime qué puedo hacer sino adorarte
cuando inundas tu valle con espuma
de afeitar y, empuñando la navaja,
eliminas el vello que te sobra.
Dime qué puedo hacer salvo extasiarme
viendo cómo tus labios inferiores
y tu monte de Venus y tus ingles
se liberan del manto innecesario
y emergen tal y como aparecieron
cuando naciste, flor sin equipaje, luna sin ramas, sol claro y desnudo.
Los siguientes textos pertenecen a Claudio Rodríguez Fer, un poeta lucense que describe el sexo femenino jugando con la repetición de sonidos consonánticos (aliteración). En el primer poema dominan la “b” y, sobre todo, la “p” –tanto en gallego como en castellano–. Y en el segundo, primarán la “v” y la “l” (omito la transcripción fonética para no complicar…). El caso es que la sonoridad de estos versos es un paradigma del uso de la aliteración como recurso literario:
PUBE
Púbica aparición
impúdica do indicible.
PUBIS
Púbica aparición
impúdica de lo indecible
VULVA
Vou á vulva
que me envolve
a vida
e nela volvo.
VULVA
Voy a la vulva
que me envuelve
la vida
y en ella vuelvo
El último autor de esta parte es Luis Eduardo Aute, uno de los cantautores más prestigiosos del siglo XX-XXI, además de poeta y artista integral. La canción titulada “Mojándolo todo” está dentro de su disco Alevosía, que es un álbum maduro […] donde la temática del amor lascivo, los deseos libidinosos y la irracionalidad carnal, se hace latente en las doce composiciones de Luis Eduardo Aute. “Alevosía” es un viaje hacia nuestras felonías, deseos, codicias, agonías o miedos internos llevado a la concupiscencia para desenmarañar el amor.
Se trata de la descripción de una masturbación femenina:
Húmedas llamas
los labios que con tus dedos
delicadamente delatas, dilatas para mí,
mostrándome, obscena, la cueva del milagro
por donde mana el líquido rayo de la vida,
incandescente fuente, lechosa lava,
salpicaduras de agua profunda que inunda
mojándolo todo…,
volando por universos de licor, mojándolo todo.
Llegamos a la última parte. El título general, “Ahí mismo”, venía del primer poema que analizamos y que pertenece a Claudio Rodríguez. Y ahora terminaremos este breve florilegio con un texto titulado “El sexo de los ángeles”, de Ana Rossetti… buen comienzo y mejor final…
Ana Istarú, poeta y actriz costarricense, es quien inicia este itinerario final. Pertenece a esa generación de mujeres centroamericanas de finales del siglo XX, que fueron precursoras de la literatura erótica.
Su poema Si del sexo te acuerdas… se dirige a un tú poético, ofreciéndole su sexo como generoso dispensador de calma, de mansedumbre y de dulzor para unos genitales como un niño creciente y decreciente que tus ingles corona […] para tu sexo erguido… Pero tampoco deja duda de su lucha por deshacerse de obsoletas represiones: he destruido el lamento / final de los obispos, / a puñados olvido / viejas recomendaciones, / los afectos pasados, / séquitos de dolores […] Los edictos, correas rugosas, / desgarrantes, / han perdido el camino. Y finaliza su canto haciendo todo un alegato de su independencia como mujer: La dicha del pistilo / me reservo. / Soy el cauce, la huella. / Si del sexo te acuerdas, / rayo y abejas. Vino.
Si del sexo te acuerdas,
fiebre de abejas
traigo, el perfil de la pera
entre las piernas.
Bermejas alegrías,
mansedumbre
donde colmar tanto fervor
en ristre.
Un nido,
una copa de vino
culminando mis muslos
para calmar tu ayuno,
país de regocijo.
Para el niño creciente
y decreciente
que tus ingles corona
de azafrán y otros humores perfectos
henchido
mi dulzor de vagina
amainará en tu cuerpo.
Si del sexo te acuerdas
que ondea bajo mi manto
de vello y azabache,
he destruido el lamento
final de los obispos,
a puñados olvido
viejas recomendaciones,
los afectos pasados,
séquitos de dolores,
soy la tierra
y el rayo para tu sexo erguido.
Los edictos, correas rugosas,
desgarrantes,
han perdido el camino. La dicha del pistilo
me reservo.
Soy el cauce, la huella.
Si del sexo te acuerdas,
rayo y abejas. Vino.
Quiero aclarar, antes de continuar, que es un atrevimiento, por mi parte, incluir un poema de mi autoría en este artículo cuando aseguré anteriormente que pretendía sorprender con autores famosos y con insólitos poemas, merecedores de estar en esta breve antología. Solo me mueve aportar un texto más, pero no con la intención de ser acreedor de ninguna de las dos cualidades citadas.
Influido por la descripción contemplativa y reflexiva de Claudio Rodríguez y Carlos Marzal, he buscado definir el carácter formal y sus características, las sensaciones y posibles efectos del contacto directo con el sexo femenino. Así sintetizo el poema:
El sexo femenino es:
- santuario de formas volubles
- puerta al placer
- freno que se desboca
- pozo de paz y placer, de rebelión y revelación
- cueva del gozo y de la vida
- surtidor de deliciosas derrotas
- límite del éxtasis paradójico
Y este es el texto:
TABÚ
Rubicundo santuario,
cercado de aduanas volubles
y sinuosas barreras transitables
de caprichosa voluptuosidad.
Cúspide de arrobamientos,
frontispicio del Templo de Eros
con ahebrados guardianes
anunciando incandescencias.
Territorio de contención
que se desborda, derrotado,
en aluvión de pasiones,
anegando los instintos.
Pozo ingrávido y sedicioso,
que oculta íntimos enigmas
de plenitud terrenal.
Cráter carnal, generativo.
Grieta de la roca de la vida,
tersa caverna, guarida
de noches de media luna
para desconfiados noctámbulos.
Fuente de insaciables destinos
surtidor de suavidades,
recóndito testigo voluble
de derrotas presagiadas.
Frontera de la existencia,
tras el éxtasis efímero.
Tirano y libertador,
opresor y cautivo.
Con la siguiente autora, Griselda Álvarez Ponce de León, vuelvo a desviarme de las intenciones propuestas, cuando planteaba que la literatura que utiliza el menoscabo y la intención burlesca, no tenía cabida en esta serie dedicada al erotismo. Pero no me resisto, y pido excusas por ello, a transcribir un soneto de esta autora mexicana que pone el acento en la crítica despiadada a través de sus versos.
Griselda Álvarez Ponce de León también pertenece a la generación de poetas americanas de fin de siglo, que rompieron los moldes estrictos que no permitían a las escritoras la expresión de sus sentimientos eróticos y la descripción de las emociones sobre su sexualidad, aunque en este caso se trata más bien de reprochar, con una estrofa clásica, determinadas actitudes machistas que resumo aquí:
El sexo masculino es, para la autora, un sátiro fecundador, un perverso dios, libidinoso y soberbio y, finalmente, un derrotado servidor de la vida…
Sexo
Juego de fauno sembrador de mundos
alto de amor y activo de congojas,
a tu servicio las semillas rojas
te esperan en surcos infecundos.
Protervo dios alegre por segundos
más alegre quizá cuando deshojas
la flor primera, cuando te despojas
de todos tus ardides errabundos.
Lúbrico centinela y elemento
que la naturaleza dilapida.
Crecido de soberbia. Cuánto siento,
Al observar en tu misión cumplida,
te hayan usado, cándido instrumento,
las fuerzas subterráneas de la vida.
Ahora debo llevarme nuevamente la contraria, trayendo aquí un poema de Ángel González, que había descartado por no pertenecer a la lírica amatoria, pero que estimo necesario para mostrar imparcialmente dos casos opuestos –voz lírica masculina y voz lírica femenina–, pero similares en cuanto al reproche hacia el sexo contrario.
CANCIÓN, GLOSA Y CUESTIONES
Ese lugar que tienes,
cielito lindo,
entre las piernas,
ese lugar tan íntimo
y querido,
es un lugar común.
Por lo citado y por lo concurrido.
Al fin, nada me importa:
me gusta en cualquier caso.
Pero hay algo que intriga.
¿Cómo
solar tan diminuto
puede ser compartido
por una población tan numerosa?
¿Qué estatutos regulan el prodigio?
Verónica Leuci afirma que el poema es un juego irreverente con la música popular contemporánea, en el que la afamada canción “Cielito lindo” será reformulada en una paródica versión, con claras alusiones sexuales y humorísticas. Pero creo que también admite una lectura más agria, donde se atisba el reproche y el sarcasmo…
Dejamos la sátira y la censura con sabores ácidos que nos desvían del itinerario sensual y voluptuoso que llevábamos hasta ahora y, para finalizar, lo haremos con un curioso texto de Ana Rossetti, que es una buena muestra de ironía: se trata de un poema dedicado a un transexual famoso en las últimas décadas en España (llamado artísticamente Bibi Anderson), mujer que fue hombre y cuyos órganos sexuales nadie sabe si son de hombre o de mujer. El personaje público juega con esta ambigüedad que la poeta también deja en suspenso en su poema.
La ironía del título, haciendo referencia a lo que en español llamamos “el sexo de los ángeles”, es decir, algo puramente especulativo, es coherente con su final ambiguo. Nada se sabe acerca del sexo de los ángeles. La ambigüedad final, el renunciar a desvelar el misterio en el último momento refuerza la propia ambigüedad del personaje y deja al lector, como al espectador, prendido del misterio donde el enigma embosca su portento.
DE LOS PUBIS ANGÉLICOS ANTOLOGÍA PERSONAL
(A mi adorada Bibi Andersen)
Divagar,
por la doble avenida de tus piernas
recorrer la ardiente miel pulida,
demorarme, y en el promiscuo borde,
donde el enigma embosca su portento,
contenerme.
El dedo titubea, no se atreve,
la tan frágil censura traspasando
–adherido triángulo que el elástico alisa–
a saber qué le aguarda.
A comprobar, por fin, el sexo de los ángeles.