José Luis Puga Sánchez
Es la intimidad. Es el espacio propio. Es despojarse de la piel. Es la introspección. Es el ser uno mismo… Es todo y es nada.
Para un artista, para un trabajador de la cultura, para un creador, el proceso creativo es el caldero mágico, es la cocina del alma, es el laboratorio del doctor Frankenstein, es el taller de talabartería o de orfebrería.
El proceso creativo es el camino que cada creador elige en su individualidad para moldear una obra artística. Cada proceso es único y se viste con los ropajes que el artista decide lucirle. Tiempo, hora, lugar, espacio, ambientación, soledad o compañía…. Muchas con las características con que cada creador dota el periodo del nacimiento de su obra.
Catedrática por más de dos décadas en la Autónoma de Tlaxcala, Marisol Nava Hernández se sentó frente a muchos de sus alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras, a propósito del día internacional del libro, y ahí, ante todos, expuso sus intimidades…
I. LA CONFESIÓN
Por primera vez, al menos frente a ustedes, mis estudiantes, hablaré de mi proceso creativo en la poesía. Tengo casi 24 años de trabajar en esta facultad y una de las materias que más he impartido es la de teoría y análisis de la poesía, sin embargo, casi nunca he hablado en mis clases de los poemarios que he escrito o de mi proceso creativo. No lo he hecho porque me parece inadecuado, poco ético, hablar en mis clases de los poemas que he escrito, aunque en el fondo sepa que entre mis clases y poemas existen vínculos sutiles, pero imposibles de romper. Hoy tengo la oportunidad de hacerlo gracias a la invitación de los estudiantes de 2do semestre, a quienes agradezco su invitación y entusiasmo, pues han motivado una reflexión que hoy pongo en palabras, para leer frente a ustedes, mis estudiantes.
Parto de una primera consideración: cada autor tiene su propio proceso creativo, no hay fórmulas ni recetas; si acaso constantes, sugerencias, recomendaciones que lo mismo le pueden servir a uno, pero a otro no. Así que mi exposición se centra en una reflexión personal de cómo ha sido el acto creativo durante mi trayectoria, de cómo he vivido esta insoslayable inquietud por la palabra poética que constituye parte de mi existencia.
La creación consiste en establecer, en primera instancia, un diálogo conmigo misma y, posteriormente, con los demás. Y como en todo diálogo, debe existir un profundo respeto, en este caso por la actividad en sí misma. Dedicarme a la creación literaria, como a la investigación y a la docencia, actividades que compagino en mi quehacer cotidiano, me llevan a la conclusión de que nada de eso podría realizar sin determinados fundamentos que, aunque parecen clichés, han sido esenciales para mi desarrollo personal y profesional, me refiero a la disciplina, la responsabilidad y, sí, por supuesto, la libertad.
Dedicarse a la creación literaria no sólo implica enfrentar la hoja en blanco, también el leer con pasión, casi de manera obsesiva, pues aunque nunca terminaremos de leer ni de absorber los conocimientos implícitos en todos los libros, entre más lecturas tengamos más honesta será nuestra labor creadora. Al paso del tiempo, resulta evidente que esta vida no me alcanzará para leer todo lo que quisiera; así que ahora vivo en un proceso de selección de lo que debo leer, pero más de lo que quiero leer, buscando que cada lectura resulte significativa y entrañable. De este modo, el primer paso en esta disciplina es el leer con pasión y entusiasmo, sin prisas y paladeando cada imagen o palabra, estableciendo un diálogo con el libro. Compaginar la escritura y la lectura resulta una tarea ardua, mas no imposible, pues como bien lo indica Alfonso Reyes: hay que esclavizarse “a las más fuertes disciplinas, para dominarlas e ir sacando de la necesidad virtud”. Y sí, eso sucede, llega el momento que la disciplina deja de ser una carga para convertirse en el timón que guía.
Esta disciplina posibilita el dedicarnos plena y conscientemente al acto de la creación, una creación pausada que va naciendo lenta, pero ineludiblemente. Y es que, aunque en un primer momento, el compromiso es conmigo misma, después también surge con los demás. La creación, como todas las actividades humanas, existe gracias a ese otro, nuestro receptor-lector, al cual hay que entregarle una obra de calidad: cada poema, cada poemario debe ser producto de un trabajo serio, pensado, hecho y sentido profundamente y que, además, dé cuenta del disfrute que, por supuesto, conlleva todo acto creador. En mi caso, mi proceso creativo es lento; me toma varios años escribir un poemario, y eso se observa con el número de poemarios que he escrito: 3 publicados y 2 concluidos en proceso de optar por su destino.
Conjugar vocación y profesión en un mismo transitar es privilegio de escogidos, Marisol Nava lo sabe. Y sabe también, catedrática al fin, que la labor creadora lleva consigo una fuerte dosis de responsabilidad consigo misma y con su tiempo, con sus raíces y con sus técnicas.
… y disciplina… mucha disciplina…
II. EL PROCESO
En líneas anteriores, a propósito de los fundamentos de mi proceso creativo, hablaba de la disciplina, pero también de la responsabilidad. Y, en esa medida, enfatizo la responsabilidad con la tradición que nos antecede. Justamente, el conocimiento de dicha tradición se engarza con la disciplina, pues entre más lecturas, mayor responsabilidad para con la obra en sí misma. En ese sentido, he sido muy afortunada de impartir clases de poesía, pues con cada curso recuerdo fundamentos básicos poéticos: la métrica, la rima, el ritmo, las figuras retóricas. Releer algunos de los grandes poemas, conocer nuevos. Ésa es una gran fortuna.
Otra cara de esta responsabilidad creativa radica en la creación en sí misma. Y aquí abordo un aspecto que es el más disfrutable de todo mi proceso creativo: la corrección. En mi caso, la parte más difícil radica en ordenar mis ideas para decidir sobre qué quiero escribir. Cuando tengo claro eso, comienzo la tarea inicial y difícil de poner las primeras palabras, a lo cual se aúna un paso decisivo, pensar en cómo va a estar estructurado ese poemario. Ese proceso puede durar muchos meses. Cuando está concluido ese borrador, respiro con gratitud y entusiasmo, pues lo que sigue es la corrección: la parte más placentera para mí, pues comienzo la etapa de releer, de elegir varias opciones de palabras e imágenes, de sutiles sentidos que cambian por el uso de una u otra palabra. Es una etapa en la que frecuentemente me releo en voz alta, para omitir palabras y versos que no aportan ritmo y sentido. Por supuesto, esta etapa conlleva más tiempo. Y cuando concluyo el poemario lo dejo descansar ¿cuánto tiempo? A veces semanas, en ocasiones meses. Y regreso a él 3 o 4 ocasiones más para revisar, releer, corregir. Esta fase que para muchos puede parecer tediosa y pesada, es la que, en mi caso, me constituye como poeta, es mi lucha con las palabras, pero también mi disfrute autoral.
Por supuesto y, aunque resulte paradójico, nada de esto sería posible sin la libertad. Libertad para decidir enfrentar al mundo, a la vida y a la literatura de la manera en que decida, imagine, sueñe y quiera, en beneficio personal, pero sin dañar a terceros. Estos conceptos, un tanto inasibles, encuentran sentido si los materializamos en una idea concreta que nos recuerda a la siempre inspiradora Virginia Woolf, quien postula que una mujer para escribir debe “tener dinero y un cuarto propio”, frase de una pragmaticidad y vigencia indiscutible que se funda, según mi propia experiencia, en esa libertad que, como mujer y creadora, se debe tener para amar, conocer, estudiar, trabajar, crear o para dedicarle tiempo al hogar, actividades todas ellas de suma importancia que, lejos de excluirse una de otra, se complementan en pro de la experiencia, pues hasta en las más sencillas y rutinarias tareas domésticas se puede encontrar una veta de conocimiento y sensibilidad, como diría sor Juana: “¿qué os pudiera contar, Señora, de los secretos naturales que he descubierto estando guisando?”, aseveración que la lleva a una confirmación polémica, pero no menos cierta y valiosa: “Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito”.
Sin lugar a dudas, el secreto de la creación poética, como el de la investigación literaria o la docencia, está en la libertad que implica y se sostiene con disciplina y responsabilidad. Ciertamente, tener dinero y un cuarto propio es vital, pero de nada servirían, si no se sustentan con lo anterior, pues de dichos valores brota una fuente inagotable que mantiene ese cuarto propio, donde la creación y la vida se aúnan de forma inmejorable.
Al fondo del proceso creativo, hundida en la tierra fértil de la mente, el tesón y la imaginación, la temática es la sangre que nutre el cuerpo todo, es el depósito de identidad y de individualidad, es la banda de transmisión de lenguaje, signos y mensajes.
Es la exposición de los pliegues internos, pero también el manejo estructural, también su arquitectura, en la visión del mundo, es su contacto con los otros habitantes, es su afirmación y su afianzamiento en ese cosmos, el suyo…
III. LA POESÍA
Sólo me resta abordar los temas que me han interesado, pues de los temas universales siempre uno se apropia de algunos. A mí me ha interesado la nostalgia, la soledad, la muerte; esos temas de los que habla María Zambrano, en tanto “lo más irrenunciable para la poesía es el dolor y el sentimiento; por eso la poesía mantiene la memoria de nuestras desgracias”. Por supuesto, en el fondo de estos temas hay experiencias que, al paso del tiempo, se van reflejando en la poesía tras un proceso de catarsis; sin embargo, también hay ensoñaciones, lecturas e imaginación.
Finalmente, pienso y creo que, más allá de la fama o de aspectos secundarios que más distraen que apoyan, la creación literaria debe ser ese diálogo consigo misma, pues frente a la literatura y al trabajo humanístico no hay engaños. Establecer ese diálogo también es un acto de libertad, la libertad de ser una misma, sin artificios, aunque con múltiples roles, que si están firmemente decididos y asumidos, nos permiten vivir la literatura, la investigación literaria y la docencia de la manera más plena y gozosa que puede existir. El poeta es un ser humano complejo; como lo indica María Zambrano: “Asombrado y disperso es el corazón del poeta […] pero no nos engañemos creyendo que es su estado permanente del que no puede salir. No, la poesía tiene también su vuelo; tiene también su unidad, su trasmundo”. Esta reflexión sobre mi proceso creativo intenta ahondar sobre esa unidad que se va logrando con el paso de los años, de ese trasmundo donde las palabras son el centro y mi desafío.
Además de Marisol Nava, participó Ruth Miraceti Rojas Jiménez en la sesión programada para regurgitar procesos creativos, pero la doctora habló de su imposibilidad para estar presente en el auditorio, frente a los alumnos, y vía digital endosó cuentos y más cuentos a sus videntes.
Ah, también dijo estar de acuerdo con Marisol Nava en todo… o casi…