Iveth Barrantes Rodríguez1
Eval Antonio Araya Vega
I. EL ÁGAPE DE LA FILOSOFÍA
¡Que me bese con los besos de su boca!
Mejores son que el vino tus amores;
Mejores al olfato tus perfumes;
Ungüento derramado es tu nombre,
Por eso te aman las doncellas.
Cantar de los Cantares 1, 2-3.2
Al menos tres son los posibles modos de amar que la humanidad podría implementar y sobre los que ha sistematizado, a saber: el ágape, la filosofía y el eros. El primero de ellos, el ágape, históricamente religioso, hace referencia al convite de caridad efectuado entre los primeros cristianos. Así, se ponía en evidencia el amor fraternal, caracterizado por una gran pureza afectiva, basada en la espiritualidad y en el amor al otro por su propio ser y no por lo que el ejercicio afectivo pudiese generar como réditos o indulgencias3.
Sin duda, el parangón utilizado por los cristianos para entender este tipo de amor es la relación con el Ser Supremo, llamado en la época medieval Ipsum Esse Subsistens que, como tal, no necesita nada, por estar colmado ontológicamente y ser perfecto. Pese a ello, la relación del cristiano para con Él implica una alteridad tal que es caritativa, en sentido pleno y en tanto virtud teologal; con lo cual, el amado lo es per se y el amor que se atribuye es una finalidad en sí mismo. Esta práctica amorosa no da mayor placer físico, salvo que el inferido del disfrute espiritual por ser este de orden y, por derivación, del confort psicológico.
En este caso, el ágape es un modo de amor analógico, derivado en comparación al ejercicio del amor supremo, siendo Dios el príncipe de los analogados y la relación entre humanos debe darse profundamente permeada por el modelo anterior. En consecuencia, el ágape es una entrega afectiva, de convivencia, merced a una alteridad que valora al otro en su plenitud y autenticidad óntica.
El ser humano debe amar a Dios y amarase entre sí, porque aquél y, en consecuencia, el prójimo, por su naturaleza perfecta, es amable. Sirva de ejemplo la siguiente cita bíblica, que debe entenderse como parte del código de leyes civiles y religiosas del antiguo pueblo hebreo:
“Escucha Israel. Yahaveh nuestro Dios es el único Yahaveh. Amarás a Yahaveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza”. (Deuteronomio 6, 4-5).
Tenemos que este modo de amar es quizá el primero conocido y sistematizado por los profetas y escritores bíblicos deuterocanónicos. En el Pentateuco, como fundante de la tradición judeo-cristiana se apoya esta afirmación y se evidencia con claridad el paradigma desde el que se gesta el amor fraternal.
El ágape permea la totalidad del pensamiento cristiano, tanto en el antiguo testamento como en el nuevo y tanto con respecto de Dios como del prójimo mismo, constituyéndose en eje central y precepto básico de la dinámica religiosa. Dos pasajes sirvan de ejemplo:
“Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas”. (San Mateo: 22, 37-40)
“Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; paciencia, virtud probada; esperanza, y la esperanza no falla, porque el ágape (amor) de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. (Romanos: 5, 3-5).
Por su parte, la filosofía es el amor al conocimiento, mismo que ubica al amante en una posición intermedia entre la ignorancia y la sabiduría propiamente dicha. En este tipo de amor el enfoque es intelectualista, prioritaria aunque no exclusivamente.
Platón, en su obra El Banquete, mitológicamente explica esta intermediación al referir que el amor a la sabiduría fue procreado por la confluencia de Poros, abundancia, y de Penia, pobreza, en medio de las celebraciones habidas por el nacimiento de Afrodita. Nótese la siguiente descripción:
“…como hijo de Poros y Penia, he aquí cuál fue su herencia. Por una parte, es siempre pobre, y lejos de ser bello y delicado, como se cree generalmente, es flaco, desaseado, sin calzado y sin domicilio, sin más lecho que la tierra, sin tener con qué cubrirse, durmiendo a la luna, junto a las puertas o en las calles; en fin, lo mismo que su madre, está siempre peleando con la miseria. Pero, por otra parte, según el natural de su padre, siempre está a la pista de lo que es bello y bueno, es varonil, atrevido, perseverante, cazador hábil; ansioso de saber, siempre maquinando algún artificio, aprendiendo con facilidad, filosofando sin cesar; encantador, mágico, sofista. Por naturaleza no es ni mortal ni inmortal, pero en un mismo día aparece floreciente y lleno de vida, mientras está en abundancia y después se extingue para volver a revivir, a causa de la naturaleza paterna” (El Banquete).
La filosofía se explica ontológicamente y según le pensamiento griego, como punto de equilibrio entre el poseer y el carecer; pero, en términos actuales, desde la perspectiva del conocimiento, en relación con la sabiduría, o sea, el saber o el no saber. Así, será condición necesaria para ser llamado filósofo no saberlo todo, pero, a su vez, no ser plenamente ignorante, mostrando una comprensión del estado intermedio y procurando conocer cada vez más, a tal punto que ese deseo sea el motor afectivo.
Para Platón y Aristóteles, y ello es importante para este estudio, la actitud filosófica surge de la admiración y la extrañeza, o sea, de un quehacer problematizador que ama superar esa problematización en pos del encuentro con la verdad y la certeza; estados que tranquilizarán, a la vez que perfeccionarán, al amante; estados que, por lo demás, nunca serán alcanzados completamente.
Por tanto, la filosofía es una tarea interminable del que aspira conocer, del amante que nunca encuentra al amable colmándole en su ejercicio total. En opinión de El Filósofo, para ser tal se debe poseer la totalidad del saber en la medida de lo posible sin tener la conciencia de cada objeto en particular. Asimismo, este saber, motor del amor filosófico, no es un medio sino un fin en sí que, como tal, conoce por conocer y es la práctica más elevada e inútil de todas las existentes.
II- EROS: BASE MITOLÓGICA DEL EROTISMO
“Eros es el que da paz a los hombres,
Calma a los mares,
Silencio a los vientos,
Lecho y sueño a la inquietud.
Él es el que aproxima a los hombres,
Y les impide ser extraños los unos a los otros;
Principio y lazo de toda sociedad,
De toda reunión amistosa,
Preside las fiestas,
A los coros y a los sacrificios”
Platón, El Banquete4.
Los teóricos del erotismo no dudan en señalar el origen mitológico del término. Se suele afirmar que Apuleyo, en La metamorfosis, introduce la temática con cierta completitud, cuando presenta el cuento de Eros y Psique.
Según este mito, Psique era una joven bellísima, hija de un rey. Su amante divino le había aconsejado que no le mirara, pero ella, influenciada por sus hermanas, desacató el mandato y, al momento que intentó verlo, Eros desapareció inmediatamente. En medio de la desesperación, Psique buscó a Eros por todas partes y momentos, siendo que, cuando lo encontró, después de largas y tormentosas experiencias, se unieron para siempre y el producto fue una hija llamada Felicidad o Delectación.
El mito ha permitido múltiples interpretaciones, naturalistas unas y filosóficas otras, siendo éstas las más convincentes, ya que se basan en el origen mitológico de la palabra Psique, que no es otro que alma, con lo que se cree que el mito simboliza el alma humana, alegrada y atormentada por el amor.
Así, Eros no es sino el recurso mitológico que intenta explicar el permanente estado del alma humana individual en busca del amor, o sea, de su confort y completitud, después del cual nada busca el amante y merced a él se arriba a la felicidad. Sin embargo, el camino para alcanzar dicho estado no es fácil y, por lo demás, resulta confuso y a ratos contradictorio: amor-desamor, dolor y gozo, felicidad y tristeza, todos elementos del proceso amoroso.
Por lo demás, Eros pasa a ser considerado en el mundo griego clásico como el dios del amor entre los dos sexos, hijo de Afrodita, quien lo utiliza para ejercitar su poder universal en el cielo y en la tierra. Se lo representó siempre como un bello muchacho, en los umbrales de la juventud, con alas de oro y armado con un arco y una aljaba, llena de flechas y sin la posibilidad de errar con ellas. Eros es el cupido de amor entre los sexos, en este campo, lo puede todo en el universo, tanto en la tierra, como en el aire o en el mar.
Más elaborado el mito, Eros completa su papel al no solo ser el dios del amor entre los dos sexos, sino, además, al ser reconocido como el dios del afecto y la amistad. Esto explica la costumbre de colocar sus imágenes en los gimnasios, junto a las de Hermes y Heracles.
Todo hace suponer que el mito de Eros es de aparición reciente; así, por ejemplo, su función y figura fue desconocida por Homero. La primera aparición literaria de este personaje la encontramos en Teogonía, pero allí se le presenta como un dios abstracto, sin mito y sin culto; si se quiere, desfigurado.
La fuente primaria y sistematizadora de inspiración la fue, sin duda, el Fedro de Platón. En éste, la trama es clara: el alma individual, imagen de la universal y prototípica, se eleva progresivamente gracias al amor, pasando de la condición mortal a la inmortal y divina. En el transcurso de esta narración literaria dos ejes juegan papel preponderante: el alma y la inmortalidad. Asimismo, en esta obra de Platón, como en El Banquete, el amor más alto es la contemplación de la idea de Belleza en sí misma. El cuerpo, necesariamente bello, eidéticamente implica la contemplación que no puede darse sino en el contacto con la esencia.
Con mayor precisión que en otros textos, en El Banquete nuestro filósofo griego intenta dibujar a Eros, estableciéndolo siempre en relación con el amor: “Por tanto, para alabar a Eros, es preciso decir lo que es el amor, y hablar en seguida de sus beneficios”. Esta idea se complementa con la expresada en el epígrafe que antecede este apartado. Eros provee al ser humano de un estado idóneo de tranquilidad y reposo, toda vez que por su medio se logra la completitud, se encuentra la belleza, la hermosura y su consecuente fruición. Así queda superado el mito del andrógino, planteado por Aristófanes en su bello discurso.
Eros, en El Banquete, posee una triple razón que en el fondo no dejan de ser una sola: la epistemológica, la ética y la estética. Es así como se señala que “la sabiduría es una de las cosas más bellas del mundo, y como Eros ama lo que es bello, es preciso concluir que Eros es amante de la sabiduría”. Acto seguido se añade: “Lo mismo sucede con el amor; en general, es el deseo de lo que es bueno y nos hace dichosos”.
Saber, bien y belleza, elementos mitológicos centrales de la idea originaria de Eros o de amor. Dicho en otras palabras, Eros remite a una especie de totalidad entitativa, gracias a la cual el amor no es sino un estado ontológico e integral, de complemento, como ya se señaló. Subraya Platón en el Banquete:
“En suma, el amor consiste en querer poseer siempre lo bueno (…) Es la producción de la belleza, ya mediante el cuerpo, ya mediante el alma.
“(…) el amor consiste en aspirar a que lo bueno nos pertenezca siempre. De aquí se sigue que la inmortalidad es igualmente el objeto del amor”.
Hemos de recordar que en esta obra Diotima precisa que Eros no es ni dios ni hombre, sino un demonio, un espíritu que vive entre los dioses y los mortales. El amor para ella posee escalas: abajo, el amor a un cuerpo hermoso; luego, la hermosura de muchos cuerpos; acto seguido, la hermosura en sí y, más tarde, el alma virtuosa para llegar, al fin, a la belleza incorpórea.
Octavio Paz precisa al respecto de estos planteamientos originarios sobre el amor erótico en Platón cuando escribe que: “El amor de Platón no es el nuestro. Incluso puede decirse que la suya no es realmente una filosofía del amor, sino una forma sublimada (y sublime) del erotismo”. (Paz: 1997, 41) ¿Qué afirma en el fondo? Sócrates y Platón hablaron de Eros, sujeto que encarna el impulso ni animal, ni espiritual, que bien conduce a lo más sublime pero también a lo más pedestre. A la contemplación o a la concupiscencia, pero siempre iniciando por el amor a un cuerpo específico, para trascender hasta la belleza, merced al amor de todos los cuerpos bellos.
Aquí la esencia del erotismo platónico y mitológico: el amor es un acto solitario, si se quiere solipsista, íntimo, en donde el otro es un medio para mi felicidad5. Quizá la siguiente cita ilustra bien este planteamiento:
“Al leer ciertas frases de El Banquete es imposible no pensar, a pesar de la sublimidad de los conceptos, en un Don Juan filosófico. La diferencia es que la carrera del Burlador es hacia abajo y termina en el infierno, mientras que la del amante platónico culmina en la contemplación de la idea. Don Juan es subversivo y, más que el amor a las mujeres, lo inspira el orgullo, la tentación de desafiar a Dios. Es la imagen invertida del eros platónico.
En El Banquete, erotismo en su más pura y alta expresión, no aparece la condición necesaria del amor: el otro o la otra, que acepta o rechaza, dice Sí o No y cuyo mismo silencio es una respuesta. El otro, la otra y su complemento, aquello que convierte al deseo en acuerdo: el albedrío, la libertad” (Paz: 1997, 47-48).
O sea, en términos modernos, en estos mitos Eros no representa propiamente el amor en sentido estricto, sino, por el contrario, lo erótico, lo que aproxima a lo físico, aunque parezca contradictorio con el mismo Platón. Pero lo cierto del caso es que el principio y fundamento de la acción erótica suprema, no puede darse sino es por lo sensual, principio sine qua non. Tenemos con ello clara la medula de la acepción erótica.
III- SEXUALIDAD Y EROTISMO
Por el cuerpo, el amor es erotismo
Y así se comunica con las fuerzas
Más vastas y ocultas de la vida.
Ambos, el amor y el erotismo – la llama doble se
alimentan del fuego original: la sexualidad.
Amor y erotismo regresan siempre
A la fuente primordial, a Pan
Y a su alarido que hace
Temblar la selva.”
Octavio Paz6
Dos teóricos del erotismo, Bataille y Paz, son claros en distinguir entre sexualidad, erotismo y amor, y aun cuando difieren en algunos aspectos teóricos de sus planteamientos, así como en el marco filosófico desde el que parte cada uno de ellos, aceptan la necesidad de precisar sobre estos conceptos.
El epígrafe con que abrimos este apartado, así como los textos que seguidamente transcribimos son vivos ejemplos de lo afirmado:
“La mera actividad sexual es diferente del erotismo; la primera se da en la vida animal, y tan sólo la vida humana muestra una actividad que determina, tal vez, un aspecto “diabólico” al cual conviene la denominación del erotismo”. (Bataille: 1997 a, 41)
“(…) el sexo es la raíz, el erotismo es el tallo y el amor la flor. ¿Y el fruto? Los frutos del amor son intangibles. Éste es uno de los enigmas”. (Paz: 1997, 38)
Quizá el aspecto teleológico de cada una de estas acciones es el que permite, en primera instancia, efectuar una aproximación diferenciada. La sexualidad es el punto más físico y carnal del ejercicio amoroso, que se lo debe entender como un solo proceso con diferentes etapas, proceso que no es otro que la vida misma del ser humano.
La sexualidad corresponde a los reinos de Pan y, como tal, refiere a la realidad sensible, física, corpórea, natural, animal, en la que los sentidos son piedra angular y puente de comunicación primaria e instintiva, por medio de los cuales se logra una mágica [con]fusión entre el ver y el creer, así como entre el ser humano y el animal. Este es el ámbito propicio para el inicio de la aventura, de la pasión, de la ilusión, de la imaginación, gracias al admirable pero, a la vez, primario, ejercicio sensorial7.
El placer en la sexualidad tiene como finalidad la procreación, o sea la reproducción y es connatural, a esa sexualidad, la violencia y la agresión, componentes ligados a la copula y al crudo contacto corpóreo.
El universo del sexo es sumamente complejo y vasto, quizás más que el del erotismo y del amor, sin embargo, tiene una limitante claramente definida, la materia animada, la corporeidad, la forma; contexto en el que corresponde al género humano, junto con algunos otros pocos animales, reproducirse por acoplamiento físico y empatía celular. Éste el sustrato biológico, entiéndase, natural y animal, es básico y caracterizante de este modo de ser sexual y determinante de la sexualidad humana.
De alguna manera el sexo es siempre el mismo, al menos en finalidad y en posibilidades radicales. En su accidentalidad, posiciones, por ejemplo, puede variar, pero siempre con márgenes debidamente delimitados y propuesto por los límites mismos de la materia-cuerpo, a los que además se suma la forma moral y la espiritualidad del agente.
Por su parte, el erotismo se ubica en un nivel distinto, aunque complementario. No puede haber erotismo sin sexualidad; Apuntes sobre sexualidad, erotismo y amor sí a la inversa. En él, según lo señalan nuestros teóricos Bataille y Paz, dos palabras resultan centrales: placer y muerte. Por lo demás, el erotismo implica necesariamente trascendencia de la sexualidad en la medida que incorpora, como parte de su ejercicio sustantivo, a la imaginación y a la alteridad.
Paz advierte que el erotismo es la “poética corpórea” mientras que la poesía es la “erótica verbal”. (1997: 12) En el erotismo interesa la sexualidad, en cuyo sustrato radica lo físico y corpóreo, pero la trasciende al juego metafórico sustentado por la imaginación en su más pura expresión. Es ahí, desde lo sexual y más aún, desde lo sensual, que se trasciende el bruto quehacer sexual-animal en ejercicio erótico.
En su planteamiento, Paz señala que el erotismo suspende, desvía o niega la función sexual: la reproducción, supeditándola a la fantasía, a la invención, a la variación incesante y, a lo que le define como su eje central, la representación. De alguna manera podría afirmarse que el erotismo es la humanización de la sexualidad, sin que ésta deje de estar presente en el juego erótico. O sea, de alguna manera, el asunto es acumulativo, pero en una sola vía: lo erótico implica lo sexual, como sustrato fundante y delimitante en la fisis, pero no alcanza llegar al “ordenamiento” de representaciones y de subversión propio del erotismo:
“Tomado en su conjunto, el erotismo es una infracción a la regla de las prohibiciones: es una actividad humana. Ahora bien, aunque esa actividad comience allí donde acaba el animal, lo animal no es menos su fundamento, Y la humanidad ante ese fundamento, aparta la cabeza con horror al mismo tiempo que lo mantiene como tal. Lo animal se mantiene incluso tanto en el erotismo que constantemente se lo relaciona con términos tales como animalidad o bestialidad. (…) Es que (…) la fisiología no deja de ser el fundamento objetivo del pensamiento”. (Bataille: 1997 a, 99).
La sed de otredad a la que se hizo referencia antes es importante en este pequeño ensayo, pues precisamente ella complementa las ideas de muerte e imaginación antes referidas también.
Siempre en el juego erótico hay alteridad, bien imaginaria, bien positiva. El otro es indispensable, pues el encuentro erótico comienza, precisamente, con la visión del cuerpo deseado. No debemos olvidar que “en su raíz, el eretismo es sexo”. (Paz: 1997, 17) Ese cuerpo deseado es sin embargo trascendido para, de alguna manera, ser todos los cuerpos en uno y, por él y en él amar universalmente. Éste el principio de la muerte metafóricamente referida. Pero ello no se queda aquí, puedo inclusive avanzar y sentir al otro cuerpo en el borde sensual del mío, tocarlo o abrazarlo, pero en ese instante, que dejamos de percibirlo como presencia otra, no agoto la alteridad completa sino, tan solo, el rostro epidérmico de su sexualidad, su cuerpo, su materia, que, no obstante, como sujeto-objeto erótico, resulta ilimitada.
“Toda la operación del erotismo tiene como fin alcanzar al ser en lo más íntimo, hasta el punto del desfallecimiento (…) [y] como principio una destrucción de la estructura de ser cerrado que es, en su estado normal, cada uno de los participantes del juego”, señaló magistralmente Bataille. (1997: 22) O sea, el erotismo implica no solo un asunto epistemológico: contacto y aprehensión del otro y por su medio fruición; sino, lo preponderante, tiene un componente ontológico básico: el ser (los seres) se disuelven, mueren, se dispersan. En forma poética Paz hace referencia a este asunto cuando escribe:
“El encuentro erótico comienza con la visión del cuerpo deseado. Vestido o desnudo, el cuerpo es una presencia: una forma que, por un instante, es todas las formas del mundo. Apenas abrazamos a esa forma, dejamos de percibirla como presencia y la asimos como una materia concreta, palpable, que cabe en nuestros brazos y que, no obstante, es ilimitada. Al abrazar a la presencia, dejamos de verla y ella misma deja de ser presencia. Dispersión del cuerpo deseado: vemos sólo unos ojos que nos miran, una garganta iluminada por la luz de una lámpara y pronto vuelta a la noche, el brillo de un muslo, la sombra que desciende del ombligo al sexo. Cada uno de estos fragmentos vive por sí solo, pero alude a la totalidad del cuerpo. Ese cuerpo que, de pronto, se ha vuelto infinito. El cuerpo de mi pareja deja de ser una forma y se convierte en una sustancia informe e inmensa en la que, al mismo tiempo, me pierdo y me recobro. Nos perdemos como personas y nos recobramos como sensaciones. A medida que la sensación se hace más intensa, el cuerpo que abrazamos se hace más y más inmenso. Sensación de infinitud: perdemos cuerpo en ese cuerpo. El abrazo carnal es el apogeo del cuerpo y la pérdida del cuerpo. También es la experiencia de la perdida de la identidad: dispersión de las formas en mis sensaciones y visiones, caída en una sustancia oceánica, evaporación de la esencia” (Paz: 1997, 197-198).
El erotismo es juego de trasgresión de límites y de acceso a la continuidad óntica, desde el hecho de la destrucción o nihilización del ser-estructura-cerrada; y también es esfuerzo por acceder a la continuidad. El erotismo es aquello que la sexualidad añade a la naturaleza.
IV: EL AMOR: A MODO DE CONCLUSIÓN
“El tiempo de amor no es grande ni chico:
es la percepción de todos los tiempos en uno solo,
de todas las vidas en un instante”.
Octavio Paz (1997: 212)
En la antigüedad grecolatina se conoció el amor como una pasión dolorosa, sin embargo, apetecible. El mito del andrógino es muestra de ello. Los seres humanos eran considerados incompletos y la búsqueda de su otra mitad resultó dolorosa y no siempre exitosa.
En este contexto no existió una verdadera teoría del amor. Platón estuvo próximo de hacerlo, con el eros platónico, pero como lo vinos antes, desnaturalizó la acepción para transformarla en un erotismo filosófico, sublimado y contemplativo, del que, por lo demás, se excluía a la mujer de carne y hueso, o sea, se negó la sexualidad, aunque se partió de ella.
No es sino hasta próximos al final de la edad media que, en Francia, se inicia la especulación sobre el amor, no como algo contemplativo, individual ni extraviado, sino como un modo de vida superior; claro está, sin perder su contacto con la sexualidad y con el erotismo, es cuando aparece el amor cortés8.
El amor comienza con la mirada del otro, la persona que amamos. Al igual que en el erotismo, el amor tiene como base lo físico. Está atado a lo corpóreo por la fuerza de la gravedad de lo sexual, por el placer y por la muerte. Pero es mucho más, es una forma de comunicación especial, es una especie de afecto, una alteridad particular basada en la libertad y en el reconocimiento del otro en cuanto tal:
“El amor, a su vez, también es ceremonia y representación, pero es algo más: una purificación, como decían los provenzales, que transforma al sujeto en objeto del encuentro erótico en personas únicas. El amor es la metáfora final de la sexualidad. Su piedra de fundación es la libertad: el misterio de la persona”. (Paz: 1997, 103).
La direccionalidad es clara y necesaria: no hay amor sin erotismo, ni erotismo sin sexualidad. A su vez, así como la sexualidad implica corporeidad, el amor implica la libertad de la persona amada y apuntes sobre sexualidad, erotismo y amor del amante. El amor es la corona del proceso y la libertad el valor y componente máximo del mismo. Este concepto de amor implica amar a una persona, no a una abstracción ni a una idea, tal fue el caso del eros platónico.
En este sentido, el amor filial, el fraternal, el maternal, el ágape y la filosofía misma, no son amores en sentido estricto. Solo se los puede considerar especies de amor en el tanto y en el cuanto se comprenda la referencia analógica implícita. O sea, el amor entre familiares, para con el prójimo en abstracto, para con dios y para con la filosofía, no pueden ser tales, siendo que no poseen el componente erótico ni el sexual.
El amor se da en tiempo y en espacio, con respecto de una persona mortal, por lo que la eternidad pretendida por el erotismo no encuentra correspondencia en él. Cronotópicamente el amor no puede ser eterno, está condenado a terminar o a transformarse. Los amantes lo saben y comprenden que la relación y la realización derivada en y de estas características, sufren de afecciones tales como las generadas de la edad, la enfermedad y la muerte:
“El amor es también una respuesta: por ser tiempo y estar hecho de tiempo, el amor es, simultáneamente, conciencia de muerte y tentativa por hacer del instante una eternidad. Todos los amores son desdichados porque todos están hechos de tiempo, todos son el nudo frágil de dos criaturas temporales que saben que van a morir; en todos los amores, aun en los más trágicos, hay un instante de dicha que no es exagerado llamar sobrehumana: es una victoria contra el tiempo, un vislumbrar el otro lado, ese allá que es un aquí, en donde nada cambia y todo lo que es realmente es”. (Paz: 1997, 205).
El amor no vence la muerte, ni siquiera en el matrimonio católico o cristiano en general. Él es una especie de apuesta contra los accidentes, aristotélicamente planteado, sin embargo, gracias a él, que, como lo señala Paz, es en esta tierra lo más próximo a la beatitud, es posible vislumbrar hacia las otras vidas posibles y, en un pequeño instante, trascender metafóricamente a la eternidad.
Catulo señaló que el amor requiere tres elementos básicos, a saber: elección, el desafío y los celos. En este mismo sentido, Paz subraya que son cinco los elementos distintivos del amor: exclusividad; obstáculo y trasgresión; dominio y sumisión; fatalidad y libertad y unión hilemórfica: alma y cuerpo; los que finalmente resume a tres: exclusividad; libertad y persona.
Nótese que cuando se habla del amor entonces se hace referencia a la relación entre dos personas, que se recrean entre sí gracias a un ejercicio de voluntad y a una escala axiológica definida. Así, el amor es dialéctico necesariamente, por ejemplo: posesión y entrega, actos recíprocos; elección y destino, eternidad y negación de ella. Sin libertad no hay lo que llamamos persona y sin ésta no es posible el ejercicio amoroso.
NOTAS
1. Profesores en la Sede de Occidente de la Universidad de Costa Rica.
2. En este y en todos los casos que se cite la Biblia, se utilizará la así llamada Biblia de Jerusalén, cuya edición estuvo a cargo de José Ángel Ubieta, 1975.
3. La palabra caridad proviene del latín caritas, concepto que en griego se tradujo al ágape. En este sentido Tresmontan (1977: 533) complementa al señalar: “El griego ágape, en la versión griega de la biblia hebraica traduce el hebreo ahabah. El verbo griego agapo, agapan, traduce el hebreo ahab que significa: amar. Ahabah, es el amor”.
4. Utilizamos la traducción de Editorial Porrúa, S.A. México, D. F. 1979.
5. Paz en este sentido lo llama: “una aventura solitaria” (1997: 47)
6. La llama doble. Amor y erotismo. 1997: 200.
7. Pan, divinidad antiquísima, a la que se consagran los bosques y los pastos. Su aspecto hizo que su madre huyera al verlo nacer. Mitad hombre, mitad animal. Su cuerpo y patas de cabra, peludo totalmente en su cabeza, nariz chata, cuerpo velloso y larga cola. Pan en griego significa todo. Su vida, de pastor y cazador, con temperamento muy vivaz y petulante, se dedicó a perseguir a las ninfas, con varias de las cuales tuvo amoríos. Era un macho cabrío, cuyas aventuras estremecían los follajes y provocaban delirio de las hembras. Es sexualidad pura. Su gusto por la música lo relacionó con Dionisio y con Apolo, de quien se supone aprendió el arte adivinatorio.
8. En este sentido se recomienda leer a Paz (1997), apartado La dama y la santa.