Dom. May 19th, 2024

Una mirada a Axayácatl, y a Macuilxochitzin

Selene Isolda Dosamantes

La poesía náhuatl, con las otras formas de creación artística, es testimonio, el más humano, de lo que fue la vida y el pensamiento en el México antiguo.

Privilegio del investigador contemporáneo es descubrir, como arqueólogo, los vestigios materiales de lo que fue símbolo y arte, y como historiador y filólogo, lo que pudo conservarse de la palabra, sabiduría de flor y canto.

Miguel León-Portilla

En estos días en que la muerte invade al mundo, en que la covid-19 tomó por sorpresa a los países y en hace apenas dos años los que estamos aquí hemos visto como amigos, familiares, conocidos, famosos se han desprendido de la tierra por causa del coronavirus. La muerte se tornó a ser parte de nuestras vidas. Las redes sociales se convirtieron en obituarios y los apartaos inteligentes ya podían continuar con los mensajes de pésames y condolencias.

La muerte sin embargo siempre ha sido parte de la existencia del ser humano, es nuestra naturaleza misma, por ello desde épocas inmemoriales ha sido parte de la reflexión de los filósofos, del canto de los poetas, de las historias de los cronistas. Hoy en medio de tanta turbulencia debido a los decesos, a la cuarentena que se alargó, tenemos la oportunidad de repensar y de vernos gracias al esfuerzo de alumnos y catedráticos en este XXXIV Festival La muerte tiene permiso in memoriam a los poetas Axayácatl (hacia 9-Casa, 1449 -2-Casa, 1481) y Macuilxochitzin (1435 – vivió gran parte del xv).

Para situarnos, estos autores vivieron en Tenochtitlan durante la época en que se elaboró la gran escultura llamada Piedra de sol. Eran épocas guerras en las que se seguían los designios de Huitzilopochtli. La idea era que la gran estrella que aún nos ilumina, el sol, se mantuviera sobre la gran Tenochtitlan; según narran los historiadores. Sin embargo, los enfrentamientos, las luchas, las protestas también nos acercan a la muerte, aún en nuestros días tenemos ejemplos de ello (el movimiento estudiantil de 1968, Atenco, Ayotzinapa, la normal Rural Benito Juárez). En el Canto de Axayácatl, señor de México, podemos observar que el poeta alude a la muerte como llena de flores en la región rojiza, lo que produce una gran tristeza, dice el poeta:

Ha bajado aquí a la tierra la muerte florida,

se acerca ya aquí,

en la región del color rojo la inventaron

quienes antes estuvieron con nosotros.

Va elevándose el llanto,

hacia allá es empujadas la gente,

en el interior del cielo hay cantos tristes,

con ellos va uno a la región donde de algún modo se existe

(León-Portilla, 2017)

Más adelante reflexiona sobre la partida y se dirige al que escribe, a Itzcóatl, como metonimia de todos los humanos que mueren y van a una región de color rojo:

Eras festejado,

divinas palabras hiciste,

a pesar de ello has muerto.

….

¡Día de llanto, día de lágrimas!

Solo recuerdo a Itzcóatl,

por ello la tristeza invade mi corazón

(León-Portilla, 2017)

El poeta evoca esa sensación de irse quedando solo, y aunque mucho se ha dicho sobre nuestros ancestros de la alegría y la muerte en este poema podemos encontrar tristeza, desolación. Esa pregunta que nos hicimos en la pandemia, podría bien estar presente en este poema, en los siguientes versos de Axayácatl:

Continúa la partida de gente,

todos se van.

Los príncipes, los señores, los nobles

nos dejaron huérfanos

En este canto el poeta se pregunta por la muerte, por la desolación y se duele, no entiende, como nosotros, ese momento en el que nuestro cuerpo deja de tener vida. Pide que la tristeza inunde el corazón del otro:

¡Sentid tristeza, oh vosotros señores!

¿Acaso vuelve alguien,

acaso alguien regresa

de la región de los descarnados?

¿Vendrán a hacernos saber algo

Motecuhzoma, Nezahualcóyotl, Totoquihuatzin?

Nos dejaron huérfanos,

¡sentid tristeza, oh vosotros señores!

Sin embargo, esa pregunta que comparte con la otredad, con los señores, de pronto se recoge en lo más íntimo en lo más personal, que finalmente nos habla del ser humano, no del autor sino de ese algo que nos afecta a todos: “¿Por dónde anda mi corazón?” se pregunta el poeta, y lo siente, lo responde preguntándose, gritando el abandono como al aire en una soledad, en soledad se lamenta y pregunta:

¿Por dónde anda mi corazón?

Yo, Axayácatl, los busco,

nos abandonó Tezozomoctli,

por eso yo a solas doy salida a mi pena.

A la gente del pueblo, a las ciudades,

que vinieron a gobernar los señores,

las han dejado huérfanas,

¿Habrá acaso calma?

¿Acaso habrán de volver?

¿Quién acerca de esto pudiera hacerme saber?

Por eso yo a solas doy salida a mi pena

Para el poeta, si por un lado la muerte estaba relacionada con las flores, significaba emociones de tristeza y orfandad. Y como podemos observar, se preguntaba sobre la naturaleza de la muerte, si habría del otro lado tranquilidad, si volvían los seres de nueva cuenta esta tierra, no define si en espíritu o cuerpo.

A diferencia del poeta Axayácatl, Macuilxochitzin, una de las poetas más antiguas que se conocen en el mundo náhuatl, nos habla de las hazañas heroicas de los guerreros de la gran Tenochtitlán. En especial es conocido su poema Canto de Macuilxochitzin, en el que eleva su voz utilizando a la naturaleza para elevar el espíritu de sus guerreros, en especial precisamente del tlatoani Axayácatl.

Macuilxochitzin fue hija de gran cronista Tlacaélel, un poderoso consejero llamado también por su sabiduría “conquistador del mundo”, por lo que recibió una “esmerada educación desde pequeña” León-Portilla (2017). Escribe que a la poeta le “tocó vivir los días del máximo esplendor de los aztecas”.

Y por lo tanto cantar a estas batallas que enarbolaban su gran Tenochtitlán. En el canto que ha llegado a nuestros días, se puede observar su gran respeto por el supremo, su euforia creativa entre el canto, la danza y las flores (la naturaleza), que alegraran precisamente al “Dador de vida”, vemos como inicia el canto, con una apertura a la exaltación:

Elevo mis cantos,

Yo, Macuilxóchitl,

con ellos alegro al Dador de la vida,

¡comience la danza!

Y comienza la danza de las palabras en las que nombra las batallas ganadas precisamente por el tlatoani y poeta Axayácatl. Menciona entonces de manera eufórica la conquista y el agrado que esto tendrá ante su dios.

Allá fueron a hacer giros tus flores,

tus mariposas.

Con esto has causado alegría.

El canto avanza hacia una cúspide que nos muestra además el corazón del verdadero guerrero, la ofrenda del guerrero ante su Dador de vida, esa que a pesar de haber sido herido en la pierna; está colmada de plumas y flores (otra vez la poeta hace alusión a la belleza).

Las flores del águila

quedan en tus manos,

señor Axayácatl.

Con flores divinas,

con flores de guerra

queda cubierto,

con ellas se embriaga

el que está nuestro lado.

El poema finaliza con alegría, en el que no se sabe hacia dónde ha transitado con la bondad o no al escuchar las súplicas de otras mujeres que ruegan por el otomí que ha herido su pierna.

Así podemos observar como entre los dos autores, a pesar de vivir en una época y ciudad compartida, las preocupaciones en torno a la muerte son diferentes, mientras él tiende a lo thanático y ella a lo erótico, al disfrute del cuerpo a través de la danza. Comparto el poema Canto de Macuilxochitzin (León-Portilla, 2017)

Canto de Macuilxochitzin

Elevo mis cantos,

Yo, Macuilxóchitl,

con ellos alegro al Dador de la vida,

¡comience la danza!

¿Adónde de algún modo se existe,

a la casa de Él

se llevan los cantos?

¿O sólo aquí

están vuestras flores?,

¡comience la danza!

El matlatzinca

es tu merecimiento de gentes, Señor Itzcóatl:

¡Axayacatzin, tú conquistaste

la ciudad de Tlacotépec!

Allá fueron a hacer giros tus flores,

tus mariposas.

Con esto has causado alegría.

El matlatzinca

está en Toluca, en Tlacotépec.

Lentamente hace ofrenda

de flores y plumas

al Dador de la vida.

Pone los escudos de las águilas

en los brazos de los hombres,

allá donde arde la guerra,

en el interior de la llanura.

Como nuestros cantos,

como nuestras flores,

así, tú, el guerrero de cabeza rapada,

das alegría al Dador de la vida.

Las flores del águila

quedan en tus manos,

señor Axayácatl.

Con flores divinas,

con flores de guerra

queda cubierto,

con ellas se embriaga

el que está nuestro lado.

Sobre nosotros se abren

las flores de guerra,

en Ehcatépec, en México,

con ellas se embriaga

el que está nuestro lado.

Se han mostrado atrevidos

los príncipes,

los de Acolhuacan,

vosotros los Tepanecas.

Por todas partes Axayácatl

hizo conquistas,

en Matlatzinco, en Malinalco,

en Ocuillan, en Tequaloya, en Xohcotitlan.

Por aquí vino a salir.

Allá en Xiquipilco a Axayácatl

lo hirió en la pierna un otomí,

su nombre era Tlílatl.

Se fue éste a buscar a sus mujeres,

les dijo:

“Preparadle un braguero, una capa,

se los daréis, vosotras que sois valientes.”

Axayácatl exclamó:

—“!Que venga el otomí

que me ha herido en la pierna!”

El otomí tuvo miedo,

dijo:

—“! ¡En verdad me matarán!”

Trajo entonces un grueso madero

y la piel de un venado,

con esto hizo reverencia a Axayácatl.

Estaba lleno de miedo el otomí.

Pero entonces sus mujeres

por él hicieron súplica a Axayácatl.

León-Portilla, M. (2017). Quince poetas del mundo náhuatl. Planeta.

contacto: piedra.de.toque@live.com

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