Mié. May 8th, 2024

Editorial

Desempeñar cualquier actividad profesional o personal lleva consigo innumerables responsabilidades, tareas, percepciones, deberes… Pero ese contacto con el mundo, con la vida, adquiere matices de especial relieve cuando esa actividad de vida es el arte, cuando la conciencia de cultura y su significado guía la cotidianidad personal.

Así debiera ser…

Cierto, una golondrina no hace verano, pero puede advertir de vientos de lluvia…

El reciente foro enmarcado en el programa Diálogos por la transformación, habilitado para cimentar la candidatura de Claudia Sheinbaum a la presidencia de la república, mostró un preocupante estado de aislamiento y desintegración en la mayoría de trabajadores de la cultura que tomaron el micrófono.

Lo primero destacable es que la respuesta de los trabajadores del arte y la cultura, aquellos conocidos y paseados, fue muy menor, casi inexistente. La inmensa mayoría de los rostros conocidos ignoró el llamado.

Pero el show debía continuar…

Ideas muy interesantes y valiosas, las hubo. Dignas de seguimiento, exploración y aplicación.

Pero muchas, muchas de las “propuestas” planteadas tocaban exclusivamente la experiencia personal y ahí se detuvieron, no avanzaron más. No alcanzó esa vivencia para atisbar, por esa ventana, su entorno colectivo, el campo de su actividad.

Del dolor de la “incomprensión” social, de la ira por el abandono institucional, del desgaste por la fragmentación gremial, de toda esa pústula de purulencia no fueron capaces de extraer, cuando menos esta ocasión, un diagnóstico de la situación general del arte y la cultura, que a su vez desembocara en un tratamiento que pudiera curar, o por lo menos mitigar sustancialmente, viejas y nuevas llagas que carcomen al sector.

Mucho desahogo, mucha ira, mucha desesperanza no pudieron tapar, venturosamente, las varias buenas ideas que surgieron, pero si fueron los bastante dolientes para impregnar el recinto con el acre tufo de asfixiante insatisfacción… y de palpable egoísmo.

Interesante es pensar los efectos posibles, gremial y socialmente, si toda esa sórdida experiencia personal, real y palpable, se tradujera en un adecuado planteamiento que involucre a toda una comunidad. Ver más allá de nuestro metro cuadrado, para levantar la mirada y encontrarnos con otras muchas miradas, otras muchas experiencias, otras muchas visiones.

Interesante es pensar en rebasar el ego, tan agrandado sobre barro como algunos mostraron, para reconocer, sobre a base del conocimiento y de la comprensión, que somos una comunidad y nuestras enfermedades frecuentemente son epidémicas.

Es, en suma, la urgencia de transitar del “yo en mi entorno” al “nosotros en nuestra colectividad”.

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